Cualquiera de las dos que gane, ocupará inmediatamente un lugar en la historia del país: se tratará de la primera presidenta de la República Mexicana, democráticamente electa por la ciudadanía. Un papel trascendente que le impondrá, tan pronto como la banda cruce su pecho, la honrosa responsabilidad de salvar a México; el gran compromiso de demostrar que las mujeres pueden ser lideresas de un país con las complejidades que presenta el nuestro.
Es en esa convergencia de circunstancias que nos preguntamos: ¿De verdad el presidente López Obrador quiere dejar el legado de sus veinte iniciativas de reformas a la Constitución para garantizar su ‘transformación’ a la primera presidenta del país? Peor aún: ¿De verdad Claudia Sheinbaum, de llegar a ser la candidata electa, con el peso de la responsabilidad histórica que asume en nombre de su género, cargará con la ocurrencia de su antecesor?
No me cabe duda de que, tras el enorme cúmulo de reformas regresivas aprobadas a lo largo de las dos últimas legislaturas, el ordenamiento jurídico del país necesitará cambios que nos vuelvan a insertar en el carril del desarrollo, a la par de los países con los que México se debería comparar. Sea cualquiera de las dos que llegue, la próxima presidenta deberá presentar iniciativas para reformar la Constitución y garantizar no sólo la seguridad de los mexicanos, sino una agenda de educación y capacitación, salud y medio ambiente, infraestructura y energía, y una más importante aún en materia de cultura hídrica, que permitan la sostenibilidad de México a largo plazo.
El presidente López Obrador no sólo no ha tenido en mente tales reformas, sino que ha minado el camino para que éstas puedan presentarse o avanzar.
El problema que se nos presenta como país, tendrá que ver con el espacio que, de llegar a ser electa, la candidata oficial reservará para el entonces expresidente López Obrador. ¿Qué acciones podría ella emprender para sacudirse una sombra tan pesada y construir, para ella misma y las mujeres de México, una historia que sea honrosa y memorable? La candidata carga con los negativos de su postulante.
Durante el sexenio del expresidente Enrique Peña Nieto, con motivo de la construcción del Pacto por México, el Congreso de la Unión discutió y aprobó once reformas constitucionales de amplia envergadura. Desde la reforma en materia energética hasta la reforma en materia de educación, se trató de un amplio consenso alcanzado entre los partidos más representativos del espectro político nacional, con excepción de PT y MC, hoy acompañantes y, en gran medida, antecesores de Morena.
El proceso parlamentario para dar trámite a esas reformas duró tres años, y comenzó, propiamente, al inicio del período de gobierno. Fue objeto de un amplio debate y acomodos partidistas, con la finalidad de construir auténticas mayorías en el Congreso que dieron legitimidad política a la visión de ese México, que a través del pacto, fue alumbrado.
El presidente López Obrador ha presentado veinte iniciativas que se han hecho llegar al Poder Legislativo en el último período ordinario de debates correspondiente a esta administración. Se trata casi del doble de reformas a aquellas propuestas el sexenio pasado al inicio del gobierno. Desde luego que no existe consenso para aprobar ninguna, y sólo se inserta como un elemento para alimentar la arenga política en la que su propia candidata acabará enlodada y, consiguientemente, de la que acabará siendo víctima.
Fuera de que se trata de un artilugio político-electoral, las iniciativas representan un verdadero lastre en un doble sentido: un arma para intervenir discursivamente en un proceso democrático en el que el presidente saliente debería permanecer callado y ausente; y, una herencia que doblega y antepone a la posible candidata entrante una agenda que no renueva ni modifica el paso, sino que reafirma una hegemonía presidencial de la que ella misma no habrá de beneficiarse.
Muy pronto iniciarán las campañas electorales. La decisión de la candidata oficial de hacer suyas las iniciativas, es antecedente pésimamente visto por un amplio número de mujeres votantes que podrían ver en la próxima presidenta la oportunidad de lograr una necesaria reivindicación de poder e igualdad, tantos años anhelada por ellas.
La presentación de las iniciativas abre a la candidata de oposición un gran flanco de oportunidades para demostrar varias cosas: la impertinencia de la proposición presidencial; su pobre calidad política en el umbral de nuestro proceso democratizador y el de las oportunidades que nos ofrece el dinamismo de la geopolítica global; y la debilidad de la candidata oficial al apropiarse de ellas, no obstante, su deber político de impulsar una agenda con rostro y personalidad propia.
Siendo verdaderamente inaceptable el hecho de que el presidente se atreva a presentar tal paquete de iniciativas de reforma constitucional al cuarto para las doce, una pregunta no deja de surtir efectos negativos en nuestra percepción de las cosas: ¿Por qué la oposición le hace el juego al candidato-presidente y adelanta que habrá de analizarlas?
En las circunstancias actuales, esas iniciativas deberían enviarse al cajón del olvido, dejar a la Legislatura siguiente dar el trámite y cajonazo que ese proyecto, con pretensiones hereditarias, se merece –por respeto a la próxima presidenta de México, quien sea que ésta sea–, y avanzar con el proyecto renovador que cada sexenio nos gesta nuestro sistema alternativo de gobierno.