Antonio Cuellar

El valor democrático de la juventud

La intervención de las generaciones Y y Z, nacidos después de 1980, constituyen el factor que determinará el destino que ellos mismos, y sus hijos, deberán enfrentar.

51.9 por ciento de los británicos que participaron en el referéndum del 23 de junio de 2016, lograron imponer la decisión de excluir al Reino Unido de la Unión Europea. Del total de los ciudadanos activos, se vio que la intervención de adultos fue significativamente mayor, en proporción, que la de los jóvenes: mientras que el 90 por ciento de los adultos mayores a 65 años salieron a las calles a emitir su voto, menos de un 50 por ciento de los jóvenes entre 18 y 24 años cumplieron con ese deber cívico y político.

El resultado del Brexit ha sido especialmente perjudicial para el universo de jóvenes que se abstuvieron de votar, pues de la mano con esa postura nacionalista impulsada por un movimiento retórico de la derecha, lógicamente, vino aparejada la pérdida de un mercado de trabajo que se extiende, hasta hoy, a veintisiete países. Las oportunidades de expansión de los británicos quedaron reducidas a la isla y los contados miembros de la Commonwealth.

Algunas voces han sugerido que, las campañas, no deben enfocarse en lograr la intervención de los jóvenes, porque éstos realmente no están interesados o no participan en la vida política de México. El estado constante de frustración en que están inmersos produce un letargo y apatía que los insensibiliza frente al riesgo de vivir en un Estado no democrático.

De comprobarse esa premisa, de corroborarse que los jóvenes no tienen interés en el proceso electoral de este año, realmente hablaríamos de uno de los momentos más dolorosos y graves de la historia del país, porque ello implicaría no sólo la existencia de una o varias generaciones irremediablemente abandonadas, perezosas e indolentes con relación a su propio destino, sino también peligrosamente antipatrióticas. Las elecciones son la puerta de entrada a un futuro para México que se divide claramente en dos.

Estoy convencido de que la tesis que supone esa indiferencia de nuestros jóvenes se encuentra equivocada. Son ellas, las jóvenes mexicanas, las que marcharon activamente el 8 de marzo pasado para reclamar atención a las vejaciones que sufren las mujeres en todo el territorio nacional. Son todos los jóvenes, sin distinción de género, quienes exigen y reclaman atención a la falta de oportunidades y demandan seguridad. Lo hacen a través de los medios de comunicación que ellos han desarrollado: las redes sociales.

De cualquier manera, la invitación que Cayetana Álvarez de Toledo –diputada por el Partido Popular en el Congreso de los Diputados del Reino de España–, les ha hecho llegar este fin de semana en el Festival de las Ideas de 2024, es por demás oportuna: “No permitan que nadie, por incompetencia o interés, destruya la democracia que sus padres, con tanto esfuerzo les legaron”.

Son los jóvenes los que, por escasez de oportunidades en México, se han visto atrapados, avasallados por las mafias y las organizaciones del crimen. Son ellos los que han quedado atrapados en la marea de mortandad que produce la ola de crímenes impunes que se extienden y reproducen incontroladamente en el país.

Es a ellos a quienes corresponde cambiar su destino, a quienes el futuro les impone la obligación irrenunciable de acudir a ejercer el único derecho que pueden oponer válidamente contra quienes los gobiernan, o los desgobiernan: el voto.

Los números de nuestro padrón electoral son contundentes, y la intervención de las generaciones Y y Z, nacidos después de 1980, constituyen el factor que determinará el destino que ellos mismos, y sus hijos, deberán enfrentar o les permitirá gozar.

Muchos de ellos son poco sensibles al cambio electoral, o a las debacles económicas, porque no les ha tocado atravesar, en su vida económicamente activa, la hiperinflación de los 80, el descalabro de una devaluación, o la inalternancia partidista. Nos corresponde a todos los que sí lo hemos vivido, a los que sí lo hemos sufrido y lo entendemos, cumplir con la responsabilidad de transmitir, a través de la más pura tradición oral, el grave riesgo que México habrá de enfrentar de continuarse con la expansión de cualquier política populista o nacionalista, que desatienda los postulados de la recta conducción y gestión financiera del Estado, o los imperativos de la necesaria armonización de los múltiples y muy diversos intereses nacionales. En eso estriba nuestra democracia.

Debemos ser sensibles a los deberes que nos impone nuestro tiempo. La pérdida de oportunidades que la apatía electoral produjo en perjuicio de lo que los británicos ya denominan como “la generación perdida”, puede significar, en nuestro caso, la pérdida de vida y oportunidades para varias generaciones de mexicanos que no deseamos perder.

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