Año Cero

Las fronteras del hambre

Los nuevos imperios tecnológicos tienen el poder, la tecnología, la posibilidad de administrar el salario del hambre, pero lo que no tienen es humanidad, señala Antonio Navalón.

El siglo en el que la mayoría que comparten este espacio conmigo a través de su lectura –la cual agradezco– nacimos, fue un siglo que comenzó caracterizado por un baile incesante de fronteras. Inició con la disputa entre dos imperios, el austrohúngaro y el otomano, y terminó con la creación de otros imperios absolutamente indefinidos e insospechados como lo son los imperios de las tecnologías y de la sustitución de la manufactura por la mentefactura.

En este momento, sin que nos demos cuenta, en el mundo nuevamente se está desarrollando y gestando un corrimiento silente de fronteras. El movimiento que se está generando no sólo causa y permite escenarios como lo sucedido en Crimea –producido de la mano de Vladimir Putin– o como la guerra permanente en Kiev, sino que también es una agitación que está contenida en diversos territorios que además son limítrofes con muchos de los puntos desde donde hasta aquí han pasado nuestros niveles de control y supervivencia.

Los mexicanos pertenecíamos –y en cierta medida seguimos perteneciendo– a un mundo, el Occidental, en el que hiciéramos lo que hiciéramos, las armas, la disciplina y el sistema estadounidense obligaba que las posturas adoptadas por México intrínsecamente tenían que estar en consonancia con el bien superior de Estados Unidos. Una cosa era jugar un rato a ser una nación no alineada o pedir la concesión del Premio Nobel de la Paz a la causa cubana y otra cosa es dejar a un lado los riesgos tan altos que se encuentran en juego. Con respecto al caso cubano no estaría mal hacer un referéndum entre los propios cubanos para saber qué piensan en ese sentido y sobre su lamentable situación y quiénes son los verdaderos responsables, en lugar de buscar resolver todos sus males. Todo esto nos ha llevado a terminar, como estamos en este momento, en un punto de reconfiguración de la historia que raramente se ha repetido.

Cada vez que veo lo que significa la llegada de las actuales grandes corporaciones como son Amazon, Tesla, Google o Microsoft a las zonas en las que eligen instalarse, me doy cuenta de algo que toda persona inteligente sabe, que es que apenas somos nada y que a todos más o menos se nos puede comprar a distintos precios, pero por las mismas necesidades. A este respecto, fui testigo cercano de las negociaciones que Amazon tuvo con los estados de Nueva York y de Nueva Jersey. En este proceso pude ver las condiciones bajo las que este imperio pretendía instalar sus centros de producción y distribución. Pero, lo que es más importante, pude ver y atestiguar el surgimiento de esa nueva fusión mixta que el mundo moderno nos ha dado en forma de una especie de regalo con truco que es la combinación de personas con el uso de robots y que nos ha otorgado este tipo de empresas.

La posibilidad de que empresas como Amazon, Tesla, Google o Microsoft lleguen a un territorio es como si –intrínsecamente– su arribo fuese una especie de derrama de oro y bienestar económico a grandes escalas. Pero esto es mentira. Para empezar, porque una de las primeras condiciones que estas corporaciones ponen es estar exentas de pagar cualquier tipo de impuesto. Después, exigen contar con leyes sociales que –comparadas con las condiciones más salvajes del outsourcing y de su parte más positiva– están prácticamente fuera del alcance jurídico y legal de los estados. Por último, estas empresas tienen el mismo espíritu social que se le puede pedir a un módem o a un software de última generación incorporado en cualquiera de nuestros elementos básicos para vivir. Es decir, su espíritu social es prácticamente nulo e inexistente.

Los nuevos imperios tecnológicos tienen el poder, la tecnología, la posibilidad de administrar el salario del hambre, pero lo que no tienen es humanidad. Y eso, naturalmente, es algo que mancha, que marca, que sustituye y que coloca a todas las sociedades en una situación de crisis permanente. Con nosotros, los mexicanos –dada las singularidades del momento histórico que estamos viviendo– ni se nos acercan ni se nos alejan, ya que saben que es un problema de tiempo. Un problema en el que saben que sólo es cuestión de tiempo para que desde las fronteras nos ocupen bajo unas condiciones en las que al final del día no tendrán que negociar tanto con el gobierno nacional, sino que lo harán con los gobiernos paralelos que gobiernan las zonas fronterizas de nuestro país. Dicho de otra manera, en México siempre se negocia dos veces: una por la mañana en Palacio Nacional y otra por las tardes en las oficinas del cártel en turno.

Las fronteras se mueven. El mundo se mueve. Y por eso, en el mundo, cada vez más tiene sentido el hecho de que los paseos militares de China por Taiwán ya no tengan la misma sorpresa que tenían hace 10 o 15 años. Y no la tienen por una razón elemental, que es que hace 10 o 15 años las fronteras no tenían el movimiento que están teniendo hoy. En Europa, no sólo están moviéndose, sino que hay casos como el español con Cataluña en el que no es que exista movimiento, sino que incluso ya se ha celebrado un referéndum que produjo un levantamiento social que ha dividido a la sociedad catalana. Un levantamiento que a su vez motivó un juicio que mandó a la cárcel a una serie de dirigentes y gobernantes catalanes y que, a pesar de que actualmente están fuera de prisión –como consecuencia del indulto otorgado–, no quita el hecho de que mover la frontera siga siendo el objetivo.

En medio de todo esto, nosotros, los pobres humanos –que en este momento somos mitad robot y mitad personas–, que somos quienes dependemos de tantas cosas a la vez y como nunca habíamos dependido, tenemos que ser conscientes de que cada vez que los grandes jugadores se ponen a jugar a la ruleta rusa con nuestras fronteras, quiere decir que la carne de cañón seremos nosotros. Quiere decir que tarde o temprano este gigantesco reajuste de balances que se está desarrollando entre Estados Unidos y China será cada vez más decisivo y contundente. Significa, en definitiva, que poco a poco tendremos que acostumbrarnos a vivir no sólo en la ignorancia sobre lo que pueda llegar a suceder, sino que –lo que es peor– en más de quién estaremos cuando pase lo que tenga que pasar.

En México, ¿qué fronteras son las que se mueven? Evidentemente hay algunas que son fronteras negras e inconfesables que están representadas por los territorios en los que se determina quién, dónde y de qué manera gobierna cada uno de los cárteles y sus distintas fases de desarrollo. A este respecto, es necesario aclarar que existen diversos tipos de cárteles: el que tiene expansión internacional, el que tiene estructura corporativa, el que ya ha conseguido una victoria democrática o el que simplemente se mantiene tranquilo y bajo una aparente cordialidad y que son los que cada vez que dan balazos, les respondemos con abrazos.

Los mexicanos no sólo contamos con los problemas pendientes de resolver y que son compartidos con la etapa complicada que atraviesa el mundo en estos momentos, sino que además hay que sumarle nuestros problemas con características propias y singulares.

Estamos en una situación en la que, al final del día, esas fronteras del hambre que son las marcadas por la migración, la ausencia de futuro o la falta de claridad de liderazgos, nos van marcando la vida. Mientras tanto, yo quisiera saber qué partido, organización o qué parte de la sociedad –no la civil ya que en México esta definitivamente ha sido proscrita y declarada ilegal por la vía de hecho–, si no qué asociación religiosa, civil o de cualquier otra naturaleza está realmente preocupada por las consecuencias de todos los efectos acumulados. Unos efectos que cada día que pasa van creciendo sobre nuestras pobres cabezas, pero que, además, y lo que es peor, que se desarrollan sin siquiera saber quién fue quien jaló el gatillo.

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