Año Cero

Ucrania-Rusia: la guerra diferente

La guerra sigue. Rusia es un enemigo casi tan temible como la Alemania de Hitler. Vladimir Putin no puede vacilar con lo que está haciendo, ya que se juega el cuello en ello.

Desde 1940, el mundo no vivía una situación tan paradójica como la que estamos atravesando en estos momentos. En ese año, Alemania –que ya había invadido Polonia y había desencadenado el inicio de la Segunda Guerra Mundial–, mientras rediseñaba sus planes de invasión del continente europeo, pasó a una etapa que se le denominó como una ‘Guerra Tranquila’. Entre septiembre y diciembre de 1940 el mundo entró en ebullición. En ese periodo se decretó la movilización general tanto en Francia como en Inglaterra, se desplazaron todos los parques de armamentos disponibles y nuevamente –como sucedió durante la Primera Guerra Mundial– se cometió un grave error de apreciación sobre la verdadera capacidad militar alemana. También, como prueba del escalamiento de tensiones y de las verdaderas intenciones de los alemanes, Adolf Hitler dejó que los franceses concentraran sus fuerzas y armamentos en la Línea Maginot –que fue una serie de fortificaciones francesas levantadas como consecuencia de la Primera Guerra Mundial para protegerse del ataque o de una posible invasión por parte de los alemanes– y se sentaran a esperar el ataque. Recordando el movimiento de su admirado káiser Guillermo II, Hitler se preparó para atacar por la espalda a Francia por medio de Bélgica y la ocupación de los Países Bajos. Esta parte de la historia se conoció como la Guerra Tranquila. Es más, hubo mucha gente que ya había sido movilizada, pero que, después de recibir la primera instrucción militar, pudo volver a sus casas a esperar qué pasaba.

Era como si en el fondo –después de la destrucción de Varsovia, de la ocupación alemana de Polonia y el reparto del país entre rusos y alemanes tras la firma del Pacto Ribbentrop-Mólotov– todo se tratara de un fenómeno aislado, que la situación podía contenerse y que no pasaría a mayores. El mundo estaba equivocado, sobre todo los franceses. Inglaterra estaba en una actitud expectante y desconfiada sobre hasta dónde buscaba llegar Alemania; sin embargo, no pudo evitar lo que sucedió posteriormente. En septiembre de 1940, los alemanes llevaron a cabo la operación León Marino, que tuvo como objetivo invadir Gran Bretaña. A pesar de que esta campaña no tuvo el éxito deseado, los 71 ataques alemanes a Londres y a otras ciudades inglesas expusieron las verdaderas intenciones de la Alemania nazi.

En su momento, el Tratado de Versalles de 1919 incluyó una cláusula en la que se instruía juzgar al káiser Guillermo II como “culpable de ofensa suprema a la moral internacional y a la autoridad sagrada de los tratados”, siendo ésta la primera vez que se buscaba juzgar a alguien por crímenes de guerra. Inglaterra se opuso al juicio y el káiser pudo morir en el exilio. Sin embargo, la historia siempre se repite. Y es que, al ver la guerra de Ucrania, me es imposible no relacionar lo sucedido en el inicio del siglo 20 con lo que en la actualidad estamos viviendo.

La guerra sigue. Rusia es un enemigo casi tan temible como la Alemania de Hitler. Vladimir Putin no puede jugar con lo que está haciendo, ya que se juega el cuello en ello. Si Rusia no puede perder esta guerra y Ucrania no la puede ganar, ¿a qué estamos jugando?, ¿qué es lo que verdaderamente sucede con el mundo?

El mundo, liderado en este aspecto por los rusos, ha iniciado una extraña modalidad de turismo: el turismo del bombardeo. Este tipo de turismo consiste en que los responsables políticos del llamado mundo civilizado o desarrollado democrático –es decir, el compuesto por líderes como Boris Johnson o la presidenta del Congreso de Estados Unidos, Nancy Pelosi, por poner algunos ejemplos– viajen a Kiev siendo conscientes del alto riesgo de que en cualquier momento se puede escapar un misil que acabe con su vida, se reúnan con Zelenski, le prometan el envío de armas, se paseen por las plazas de la capital ucraniana, se vea el resultado de los misiles y bombardeos rusos y luego cada uno vuelva a la paz de sus hogares. Vuelven habiendo echado más gasolina al fuego y habiendo hecho que se produzcan dos fenómenos: por una parte, el incremento de las armas para la defensa por parte del Ejército ucraniano; por la otra parte, la justificación y el incremento de la violencia del Ejército ruso sobre la población ucraniana. Y lo que más me sorprende de esta guerra es que todos los que hacen turismo de bombardeo ofrecen armas y más armas para que el Ejército ucraniano siga defendiéndose, mientras que el Ejército ruso sigue atacando y matando un mayor número de civiles.

Por si fuera poco –y en esa personal y latina interpretación que tiene el titular actual del trono de San Pedro–, el papa Francisco hizo una declaración que echa todavía más leña al fuego. Una declaración que, en el fondo, he de confesar, no estoy en desacuerdo, aunque en mi opinión no le correspondía hacer a un líder que no puede tener posiciones tan definidas. El pasado 3 de mayo, el Papa dijo que quizá los “ladridos de la OTAN a la puerta de Rusia” son en parte los responsables de esta guerra. Y tiene razón.

La OTAN –con un enorme y evidente desprecio de lo que es la formación casi genética de Rusia– se dedicó a ir colocando sus tanques, sus misiles y sus ejércitos, rodeando al país más extenso del planeta. Eso, combinado con el liderazgo total que hay tanto en Europa, por unas razones, y en Estados Unidos, por otras, provocó que el nuevo zar, el creyente Putin, entendiera que era el momento de sacar todo el partido político a una situación que no tenía precedentes. Para Putin, por un lado, estaba el sacrosanto derecho a la defensa de la Madre Rusia y, por el otro, estaba la falta de tacto político por parte de sus adversarios de ir colocando sus ejércitos a las puertas de su territorio sin calcular el precio que esto supondría. Y en medio, está la actitud ciertamente singular de un pueblo que ha pasado demasiado tiempo bajo la bota –en su tiempo soviética y después rusa–, llamado Ucrania.

No hay incitaciones desde ningún lugar –ni desde la ONU ni desde la OTAN– por buscar una paz que evite, como mínimo, el aniquilamiento masivo del pueblo ucraniano o que evite consecuencias más graves para el resto de la humanidad. Todo está reducido a las ofertas de armas y guerra. Todo es amenazas por parte de Rusia. En el fondo no hay ni una estrategia de paz y, lo que es peor, no existe el deseo de promover e instaurar la paz.

Nadie puede garantizar que –con intención o sin ella– se escape un misil inoportuno y caiga en la capital de uno de los países de la OTAN. Nadie puede garantizar que, en estos juegos malditos de la muerte, se escape un arma indebida –sea nuclear o bacteriológica– y se desencadene lo que la televisión rusa ya cataloga como un peligro real y cierto, y que cambie por completo la configuración actual del mundo. Todos estamos en peligro. El día de mañana todos podemos ser las víctimas casuales de un conflicto que resulta incomprensible desde todos los puntos de vista.

¿Occidente cree que es posible –sin matar a la mayoría del pueblo ucraniano– seguir entorpeciendo el avance del Ejército ruso, cuando cada vez proporciona más armas a Ucrania y provoca el uso de armas más letales por parte de Rusia? ¿El mundo cree que es posible que se pueda dar una situación militar de victoria o derrota de alguna de las partes involucradas? Para empezar, necesitamos definir quién verdaderamente está combatiendo. Porque, como pasa con el tema del narcotráfico en México, los muertos los pone México, pero el negocio es para todos. El negocio es para los traficantes, pero también lo es para los consumidores y para los pasos intermedios que permiten el trasiego de drogas y todas sus consecuencias, hasta alcanzar el mayor mercado del universo que son los Estados Unidos de América. El negocio del narcotráfico sería imposible sin la colaboración activa de los estadounidenses, al menos de algunos de ellos. Esta situación es imposible sin la colaboración activa de quienes producen y tienen las armas que mandan continuamente a Ucrania. Mientras ellos ponen las armas, declaran y se pasean por el Kiev bombardeado, los ucranianos ponen los muertos.

¿Cómo salimos de esta situación? Ése es el gran problema y, en ese sentido, más allá de lo extemporáneo de la declaración papal, necesitamos lo que no existe. Necesitamos una política para la paz y para la negociación. Eso acorrala al oso ruso y lo cerca, primero, porque desde los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial –es decir, desde el fracaso de la invasión de Finlandia bajo la dirección del propio Stalin–, Rusia nunca había sufrido una derrota. Y esto, aunque maten a todos los ucranianos y destruyan Ucrania, ya es una derrota para ellos. Pero ese sentimiento de derrota no es para nada bueno, ya que desencadena una violencia todavía mayor que será imposible de encapsular en Ucrania. Y con cada armamento que mandamos a Ucrania, los países occidentales estamos dando un paso más hacia nadie sabe dónde.

La realidad es que Putin no se va a retirar ni dejará una guerra a medias. Sin embargo, no entiendo la postura de no iniciar una negociación que permita salvar la cara del presidente ruso y, al mismo tiempo, alejar el desafío, el peligro o el sentimiento de guerra y de posibilidad de invasión que tiene Rusia. Ésta es una guerra muy singular, muy extraña e inevitable. Cuando veo todo esto, no puedo dejar de recordar la llamada fase de la Guerra Tranquila. Una época en la que parecía que Hitler –tras haberse repartido Polonia con Stalin– iba a detenerse ahí y que el mundo iba a tener suficiente con haber movilizado las tropas en los países aliados y que la situación no pasaría a más.

En el recuento de esta guerra singular, es inevitable hablar del alcance de las medidas económicas. Es como si de verdad no existiera una dependencia absoluta de algunos países europeos –casualmente, entre ellos, el más importante de la Unión Europea– hacia los recursos energéticos rusos. Las penalizaciones y medidas económicas contra Rusia –que, sin duda alguna, estarán haciendo daño– todavía no son perceptibles y se ven más bien, según lo maneja el aparato propagandístico ruso, como otra derrota de Occidente.

No existe una estadística completamente fiable sobre cuántos muertos hubo en la Segunda Guerra Mundial, aunque hay cifras que estiman que hubo aproximadamente 50 millones de fallecidos. La Segunda Guerra Mundial fue un espectáculo de barbarie sin precedentes en la historia de la condición humana que terminó con el hongo nuclear sobre Hiroshima y Nagasaki y la vida de miles de japoneses. En el caso de Ucrania y Rusia, ¿se trata de una nueva Guerra Tranquila? Y es que, al no existir una política que promueva la paz, la tercera guerra mundial puede ser inevitable.

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