Año Cero

Una 4T exitosa…Turquía

El presidente de la República de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, ha conseguido tener éxito en la transformación que ideó para su país.

Estamos viviendo una época en la que el diluvio de los cambios ha conseguido provocar una inundación y un desbarajuste de todo lo que creíamos conocer y entender. Cuando dentro de un siglo se analice lo sucedido durante esta época, seguramente se llegará al convencimiento de cómo, al haber desaprovechado tantas oportunidades y momentos idóneos, unos y otros conseguimos crear una civilización llena de un resentimiento aparentemente oculto, pero continuamente presente en cada uno de los acontecimientos. Una sociedad cansada de los hechos, sin ilusión por construir y aferrada a creer en sueños imposibles. Y es que, en el fondo, después de haberle dado tantas oportunidades a los sistemas de recomponer el camino, éstos –que eran los garantes de la estabilidad y paz social– sencillamente fracasaron. Fracasaron los Estados y las estructuras financieras, y las brechas de igualdad social no han hecho más que incrementarse.

Para los que vivimos en México, el experimento de la 4T es muy importante. Sobre todo, porque ya ha llegado el momento de abandonar las palabras sin sustento o los parámetros de racionalidad de la época que conocimos. Si hoy uno ve el panorama del mundo se dará cuenta de que cualquier cosa puede pasar. Recientemente tuve que hacer un viaje a Turquía y en esta experiencia pude ser testigo y avistar algunos elementos comunes que unen el desarrollo de la cuarta transformación mexicana con una revolución social y estructural que sí ha sido exitosa y que hace tan sólo 10 años parecía que hubiera sido imposible que se diera.

El presidente de la República de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, ha conseguido tener éxito en la transformación que ideó para su país, sobre todo porque ha logrado filtrar y darle una salida al odio social y al fracaso del modelo del reparto en su país basándolo no en lemas como ‘primero los pobres’ o en teorías económicas, sino haciendo uso del rearme espiritual de su país, habiendo entendido muy bien que lo que hace un siglo inició Mustafa Kemal Atatürk había muerto. La revolución de los jóvenes turcos, sobre todas las cosas, lo que proponía después de la caída del Imperio otomano era un régimen absolutamente civil basado en la separación de los poderes y huyendo de cualquier posibilidad o tentación religiosa. Eso duró más o menos un siglo y esa nueva experiencia turca fue la que permitió, aunado a la intuición y habilidad de Erdogan, ofrecerle a su pueblo –a través de la islamización de su sociedad– el argumento de que la venganza, el cambio, la personalidad y el nacionalismo se dieran, precisamente, por la conversión de hacer las cosas desde abajo hacia arriba.

Todo el cambio que ha logrado hacer Erdogan en Turquía se hizo sin sentirse limitado por lo que los mapas geoestratégicos o las situaciones políticas indicaban. Hace 10 años Turquía era el hermano pobre y vergonzoso de los que intentaban entrar en Europa. Hace una década Erdogan tenía detrás de sí un polvorín social acumulado y muy pocas propuestas de, en el fondo, inventar un nuevo nacionalismo entre sus compatriotas. Teniendo ante sí un panorama global desalentador y viendo que los sistemas de distribución y equidad social habían fracasado en tantos países –como en México, por ejemplo–, el líder turco tenía enfrente una acometida complicada. Por una parte, tenía que lograr drenar todo el resentimiento y descontento social y, por la otra, tenía que sacar el mayor provecho de la posición geoestratégica de su país. En este aspecto, México y Turquía son similares, a ambos les ha tocado tener un papel en ocasiones privilegiado, pero en otras incluso incómodo o ‘embrujado’ por la posición geográfica que tienen. México al ser vecino de Estados Unidos y Turquía siendo una pieza clave para los deseos de Europa y del mundo occidental.

Ese viejo aspirante a ser europeo es el único que ha conseguido crear un sistema en el que, si bien no ha resuelto todavía un modelo económico que le sirva para mostrar un éxito completo, sí ha conseguido ser la pieza maestra de, nada más y nada menos, las relaciones que van desde Rusia hasta Irán. Pero no sólo eso, en la actualidad Turquía ha logrado establecerse como un gran jugador del tablero al lograr haber sido capaz de vetar la entrada de Suecia y Finlandia en la OTAN y, desde luego, Erdogan ha sido capaz de colocar una rentabilidad positiva para su país. Los turcos también han logrado consolidarse como el lugar natural y destacado para los campos de refugiados de los sirios y, además, con todo el contexto que supone la crisis de la guerra entre Ucrania y Rusia, han podido crear un mecanismo de salida y distribución para los cereales de los campos ucranianos. Esto último es digno de destacar ya que, de tener los resultados esperados, podría incluso evitar la hambruna del próximo terrible invierno.

Al ver los mapas de la actualidad y cuando pienso, sobre todo, lo que no se podía hacer, inevitablemente reflexiono sobre todo lo que sí se ha hecho. La transformación efectuada por Erdogan en su país es digna de destacar, pero hay otras situaciones que –sin irnos tan lejos– son necesarias de prestar atención; por ejemplo, sobre lo que está pasando en Nicaragua y en América Latina en su conjunto. Lo que está sucediendo en América Latina confirma el argumento que en alguna ocasión Franklin Delano Roosevelt dijo sobre el dictador nicaragüense ‘Tacho’ Somoza: “Somoza es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Al pronunciar estas palabras, se vivía en una época en la que todo lo que pasaba en América –del norte o del sur– había que rendirles cuentas a los estadounidenses. Todo lo que se hacía o se dejaba de hacer tenía que estar de acuerdo con lo que marcaba y dictaba la política del Gran Garrote.

¿Es posible que hoy triunfe una 4T que se aproveche de la gran crisis geoestratégica de América y aprovechando el nuevo papel de los chinos en el mundo? Es posible. El problema está en que, así como Erdogan ha sido capaz de hacer una depuración del Estado que ha afectado a más de 40 mil personas, hay que entender que las revoluciones nunca son una iniciativa a medias. O se arriesga y se va por todo o mejor ni intentar llevarlas a cabo. En ese sentido, el líder turco tuvo la bendición que significó el golpe de Estado fallido que se efectuó en 2016 en su contra. Sobre ese hecho, Erdogan libró la mayor depuración que desde el genocidio armenio, durante la época del Imperio otomano, se ha efectuado en su país.

No estoy sugiriendo que para que la cuarta transformación triunfe sea necesario hacer una depuración como la que se hizo en Turquía, pero lo que sí estoy diciendo es que todos los planteamientos que nos han llevado hasta aquí han dejado de funcionar.

El próximo noviembre será un mes clave para dos hombres. Por una parte, en unos meses el presidente Joe Biden estará atento al reto que suponen las elecciones de medio término. Por otra parte, el presidente Xi Jinping tendrá que volver a su Congreso y reiterar que –desde Mao Zedong– será el primer mandatario chino que morirá en el cargo. Eso, naturalmente, incrementa las tensiones, aunque también puede dar entrada a un periodo de pacificación y de otras oportunidades.

Es necesario saber distinguir entre lo que es el límite de las palabras y lo que es la acción del gobierno. Y así como ha habido una transformación de todo tipo, como lo ha sido la turca, en México es posible que ésta se efectúe exitosamente si, además del odio, el rencor y del hecho de todos los días hacer un ejercicio de explicar por qué no se sabe gobernar y por qué todo lo que está sucediendo es culpa del pasado, se hicieran los ajustes para que esto, al final, sea algo bueno y benéfico para el pueblo mexicano.

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