Año Cero

Demasiado grande para quebrar

Entre la guerra en Ucrania, la crisis climática, la inflación y otros factores, el mundo está enfrentando cambios como nunca antes.

En tan sólo 40 días, el mundo está sufriendo unos cambios como nunca antes lo había hecho. Una cosa era ver muy difícil, si no es que imposible, el mantener una situación en la que se estuvieran desarrollando, de manera paralela y simultánea, diferentes conflictos alrededor del mundo. Hoy el mundo busca su identidad en medio de circunstancias como lo son la guerra de Ucrania, los conflictos de China con Taiwán, el problema que hay sobre los semiconductores o la crisis inflacionaria. A esta lista también es necesario añadir la gran crisis política por la que actualmente atraviesa la Unión Europea.

Estados Unidos se encuentra en una posición en la que oscila entre una postura de humildad o bien una de soberbia; esto basándose en la capacidad de reproducir, construir y conseguir establecer una hegemonía económica que tiene varias bases fundamentales. La más importante de ellas es saber aprovechar el momento, no sé si llamarlo pospandemia, pero sí sacar ventaja del estancamiento global que trajo como consecuencia la crisis del Covid-19. Da la impresión de que Estados Unidos, por una parte, tiene una cierta ventaja en el comercio global en la forma en que distribuye y coloca sus productos a lo largo y ancho del mundo. Por otra parte, la responsabilidad de los estadounidenses para promover y asegurar la paz, más allá de buscar maximizar las posibles ganancias que intrínsecamente trae una guerra, sigue siendo un factor y elemento fundamental para poder seguir ostentando su papel como uno de los líderes mundiales.

Vivimos un tiempo sin igual. Un tiempo en el que, inevitablemente, no tenemos más que recordar aquel 15 de septiembre de 2008. Un día que quedó en el recuerdo de la economía mundial y que hoy, más que nunca, está presente. Ese día, la compañía estadounidense fundada en 1850, Lehman Brothers, se declaró en quiebra, siendo una de las causas de la crisis financiera de 2008. Y es que no era para menos, Lehman Brothers, en ese momento, era el cuarto banco de inversión más grande de Estados Unidos, y bastó de una serie de malas decisiones para provocar una de las crisis financieras más profundas de las que se tiene memoria. La quiebra de este banco provocó el surgimiento de la doctrina too big to fail –demasiado grande para quebrar, en español–, que es un concepto económico que describe cuando la quiebra de una institución bancaria o financiera tendría consecuencias desastrosas para la economía. De ahí que, a raíz de la crisis financiera más grande desde 1929, se haya tomado la decisión de adoptar dicha doctrina, mediante la cual –en caso de riesgo de quiebra– los poderes públicos acudirían al rescate de dicha institución con tal de evitar sus consecuencias.

Siete años antes de la crisis de 2008 hubo un suceso que trajo consigo un cambio mundial: el atentado del 11 de septiembre de 2001. Tras ese hecho, se desencadenó una serie de acontecimientos como la invasión de Irak y Afganistán, con el objetivo de erradicar el terror que estaba latente y amenazaba la tranquilidad de las naciones. Cuando al presidente George W. Bush le preguntaron sobre cómo podía apoyar la ciudadanía estadounidense en el conflicto en Irak, éste contestó que la mejor manera de hacer patria en medio de una gran guerra era yéndose de compras. Estaba claro que, bajo ningún concepto, iban a permitir que no se produjera ni que no se viviera una situación de una cierta euforia, desde el punto de vista consumista. A partir de ahí –y es muy importante volver a releer la historia de aquellos días–, hay que recordar cuando Condoleezza Rice y Colin Powell tenían que intentar conseguir que el gobierno de Gran Bretaña autorizara la compra de Lehman Brothers.

No se vendió Lehman Brothers. Y consigo vino el mayor colapso de la especulación financiera que habíamos vivido desde las épocas sagradas de la gran depresión económica mundial. Y dentro de eso, habiendo elegido o estando ya claramente en la línea de salida, y estando a poco más de tres meses de que Barack Obama se convirtiera en el primer presidente afroamericano –además del logro que supuso el haber desplazado a los republicanos de la Casa Blanca–, pasó lo que nadie pensó que podría llegar a pasar.

El gobierno demócrata de Barack Obama y de Timothy Geithner –quien fue el encargado de mitigar las consecuencias de la crisis de 2008– decidió que, a pesar de que más de 8 millones de estadounidenses perdieran su casa y su patrimonio se viera reducido a cenizas, nadie pagaría por la especulación, por las trampas, por los abusos y por las mentiras que se produjeron en la economía mundial.

Lo sucedido en 2008 sigue siendo un episodio vergonzoso para la economía mundial. La manera en la que se reprodujo la especulación y la creación de burbujas es algo inaudito. Al recordar este episodio de la historia, es inevitable traer a la memoria el New Deal promovido por Franklin Delano Roosevelt. Es necesario recordar que durante 1929 y los años que siguieron al estallido de la conocida Gran Depresión, quienes engañaron, estafaron y especularon… pagaron. Si se consideran todos los efectos que provocaron con la crisis que desencadenaron, seguramente su condena podría ser catalogada como insuficiente. Pero lo que es un hecho es que pagaron. En ese sentido, resulta clave tratar de entender cómo fue posible que Barack Obama, Timothy Geithner y todos los que gobernaban Estados Unidos –incluido Joe Biden– en 2008 hayan sido capaces de dejar sin castigo a los responsables de la tragedia económica que se presentaba ante sus ojos. ¿Qué pasaba por sus mentes al no traer a la justicia a los culpables mientras que millones de estadounidenses perdían sus propiedades?

Contrario a las acciones y a la respuesta hecha por Franklin Delano Roosevelt cuando –después de haber publicado el New Deal– publicó, en 1933, la legislación Glass-Steagall, que separaba a la banca comercial de la banca de inversión, en 2009 no hubo ninguna acta ni serie de acciones específicas para contrarrestar lo sucedido. Simplemente se decidió seguir adelante, quemar las cosas, reducir la capacidad de crecimiento y crear un verdadero salto generacional en lo que significaba la capacidad de creación de la riqueza, empezando por algo tan importante como era la propiedad de las casas.

Hoy, nos encaminamos nuevamente hacia una crisis sin precedentes. En ese sentido, no hace falta ser muy imaginativo para saber que los ajustes para que la crisis económica no tenga unos efectos mucho más salvajes van a necesitar tres tipos de actuaciones. Primero, es necesario redefinir la capacidad de la creación de fortalezas económicas, tecnológicas y financieras. Segundo, se tiene que hacer un reacomodo de la economía mundial, empezando por China, la supremacía de las crisis y de los valores energéticos. Y, tercero, necesitamos construir un mundo que base su desarrollo económico en la posibilidad de poder crecer y poder trabajar, y con la esperanza de que cada vez se tendrá una mejor calidad de vida.

La gran tragedia de esta época es que cada generación que pasa está condenada a vivir de una manera mucho más intensa y con mayores dificultades que la generación que le precede. Mientras tanto, hay que estar muy atentos, ya que, en seis meses o un año, los mapas de la fortaleza económica habrán cambiado por completo.

En pocas palabras, es necesario prepararnos para lo peor. La subida sin fin de los tipos de interés, la lucha contra la inflación y la redefinición económica son sucesos que –mezclados con las existentes crisis económicas, políticas y militares– están provocando una serie de condiciones únicas y de las cuales no hay precedentes. En este punto, pareciera que la única nación capaz de aportar todo para tratar de mitigar las graves consecuencias que está provocando la inflación es Estados Unidos de América. No obstante, aún hay mucho que hacer.

Visto lo visto, la Unión Europea ha dejado ver sus mayores defectos y debilidades que tiene frente al manejo y distribución de los recursos energéticos. Para comprobarlo, basta con ver la situación en la que actualmente están inmiscuidas las naciones europeas y, en específico, el reto que tienen frente a sí países como Alemania. La dependencia que Europa tiene, en este aspecto, del gas y petróleo ruso es algo que ya no puede ocultarse y que, cada día que pasa, se van viendo los efectos de esta crisis.

Los chinos están redefiniendo su política económica en medio de una situación en la que, por primera vez, se ven claramente los límites que tenía su sistema. Como se ha visto y se va revelando, el Covid-19 y la pandemia son ya de los mayores problemas a los que se enfrenta la economía china. Si a eso se le une la situación de las ciudades fantasma y los desiertos llenos de rascacielos, que inicialmente se levantaron para marcar el desarrollo y la supremacía tecnológica y económica, se puede ver una crisis en la cual es necesario redefinir y establecer los límites del crecimiento chino.

Las demás naciones, Rusia, Estados Unidos o los propios ingleses, están en una situación en la que realmente cada vez es más difícil construir alianzas que permitan asegurarles un beneficio, desarrollo y crecimiento. Mientras tanto, en México tanto las tasas de desempleo como la fumigación de las pequeñas y medianas empresas se van multiplicando. Además, cada día es más notaria la terrible dependencia y esclavitud que tenemos frente a las fuentes energéticas y combustibles fósiles.

Ahora sí ha llegado la hora de la verdad. ¿Podremos combatir el cambio climático? En medio de la necesidad de retornar al uso de los combustibles fósiles como fuente primaria de energía, ¿cuáles serán las consecuencias que este contexto tendrá en el mundo? ¿Llegará un punto en el que la crisis económica limite el consumo energético y permita un aligeramiento de la crisis climática? Todo ello aún está por verse. Por el momento, lo que es claro es que las condiciones en las que esta época se va desarrollando están creando un panorama cada vez más insostenible.

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