Año Cero

La caída de los gigantes

Cada vez estamos más cerca de la precipitación de un conflicto para el que no hay posibilidad de salida fácil para ninguno.

El año 22 del siglo 21 va camino a convertirse en un año emblemático, donde la historia del mundo en su conjunto está tomando una dirección de la cual se hablará en un futuro. Este año ha sido un parteaguas histórico. Es necesario recordar que hemos llegado a tal punto que lo que está en juego no sólo son disputas aisladas ni conflictos superficiales, sino que lo que verdaderamente nos estamos jugando es la estabilidad del planeta.

Para quien tenga dudas sobre que el momento histórico que estamos atravesando, que se fije en la gran Inglaterra. Liz Truss no sólo ostentará el récord de haber sido la primera ministra más fugaz de la historia británica, sino que los 45 días que supusieron su mandato son también el reflejo de los tiempos tan difíciles y complicados que estamos viviendo.

En un lapso ínfimo, a Liz Truss, primero, le tocó enterrar a la reina Isabel II, sin duda alguna, la reina más grande no sólo por la duración de su mandato, sino por el gran logro que supuso haber conseguido que la monarquía británica sobreviviera por tanto tiempo, y a pesar de las múltiples dificultades sociales, políticas y económicas que se le presentaron. Segundo, le tocó enterrar la tradición de que un primer ministro tiene –al igual que el presidente de un país– una pátina que le hace, por fuerza y por el instinto de la conservación de los demás, mantenerse en el poder, muchas veces muy por encima de sus capacidades y de sus méritos. Si bien el imperio británico fue enterrado por Franklin Delano Roosevelt, y fue Winston Churchill quien tuvo que presidir el duelo, ahora Inglaterra no sólo ha salido de Europa con el Brexit, sino que, con la actuación de Liz Truss, se ha terminado con una tradición de más de 400 años de seriedad política en el ejercicio del servicio público.

Por si lo sucedido en Inglaterra al comienzo de la semana no era suficiente, al final de la misma Pekín puso el punto final a la época de los gigantes. Hu Jintao, anterior presidente chino, sentado a la diestra de su sucesor, fue desalojado del Olimpo comunista y de la votación, con el permiso expreso del actual mandatario. Con esto y con el mundo de testigo, se dio paso al retorno de la época del emperador en China.

Como la historia tiene sentido del humor, a veces trágico y negro, pero humor, ha hecho que este mes de noviembre que va a empezar sea decisivo. Con tiempos en los que en la China moderna sólo se pueden comparar con los que vivió el Gran Timonel, Mao Zedong, este mes también será decisivo para el recientemente aclamado y elegido para un tercer, y definitivo, mandato, Xi Jinping. En este tercer periodo el mandatario chino se encuentra en un salto sin continuidad, pero con la responsabilidad de mantener el papel no de la China dirigida por Deng Xiaoping y de los que sobrevivieron a la Revolución Cultural con la que se acabó el régimen maoísta, sino el de una China que tiene una gran relevancia histórica –considerando todos los esfuerzos hechos por sus antepasados para consolidar la China comunista– y que hoy está buscando establecerse como un actor decisivo de la modernidad.

Estados Unidos hoy se encuentra ante una situación tensa y delicada. Los estadounidenses actualmente se están enfrentando a un panorama como el que no habían vivido desde la época de Abraham Lincoln y la Guerra Civil. En dos semanas, el próximo 5 de noviembre, vivirán un momento decisivo de su historia. Al parecer, es probable que los republicanos obtengan la mayoría tanto en el Congreso como en el Senado. De suceder esto, en 2024 –si no hay una acción judicial que lo impida– el camino de Donald Trump hacia un segundo mandato, mucho más terrible, como presidente de Estados Unidos, estará casi asegurado. En cualquier caso, el resultado del segundo martes después del primer lunes –como establece la Constitución estadounidense sobre las elecciones intermedias y de una serie de estados básicos, entre ellos el de Texas– va a perfilar cuál es el modelo que va a regir la política estadounidense en los próximos años.

Creo que la crisis masiva por la que está pasando el estado de California, la situación de grave enfrentamiento y monopolización de la separación y el conflicto entre demócratas y republicanos –así como entre republicanos originales y republicanos trumpianos– sitúan el momento que vive actualmente Estados Unidos en un punto en el que, se quiera o no, especialmente para México, la relevancia del estado de Texas es fundamental. Tengo pocas dudas sobre que Greg Abbott se reelegirá como gobernador de Texas, así como estoy casi seguro de que, en lo que se refiere al T-MEC y a la relación cada día más tensa y difícil entre México y Estados Unidos, Texas está llamado a jugar un papel decisivo. Y no sólo por el hecho de que se trata de un estado que engrana la relación entre México y Estados Unidos, sino porque, en este momento, tiene una unidad de actuación política y una creación de cuerpo mayoritario social que le sitúa como el gran estado equilibrador al interior del territorio estadounidense.

Si en las elecciones ganan los demócratas, estaremos frente a otro terrible problema, que es el hecho –cada vez más notorio– de que en la actualidad simplemente no hay un Partido Demócrata. La división dentro del partido es tan grande que, en caso de ganar, una de las primeras cosas que tendrán que hacer sus líderes es definir cómo volverán a unir las grietas y divisiones actuales. Se tendrá que definir si será un Partido Demócrata alineado a Biden, como es el caso del embajador Salazar, o si será un partido afín a personajes como Alexandria Ocasio-Cortez, que en sí mismos definen toda una nueva personalidad política y le dan una nueva imagen al partido mismo.

Como se puede ver, por una razón China y por otra Estados Unidos, el mundo está atravesando por un momento de definición en el que se busca saber qué es lo que pasará tanto con las potencias como con los demás países. Toda esta incertidumbre se está viendo reflejada en una guerra que cada día se vuelve más peligrosa y a la que hay que ponerle un punto final cuanto antes. La guerra entre Rusia y Ucrania se ha convertido en el mayor peligro que atenta a la paz mundial desde 1939. Desde el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el mundo no se había enfrentado a una situación de amenaza y peligro tan grave como la actual. La intromisión estadounidense en el conflicto y la incesante agresión contra los ucranianos por parte de Vladímir Putin nos ha llevado a un punto de inflexión sumamente frágil y en el que todo puede pasar.

Aunque, aparentemente, la esté ganando, Ucrania no puede ganar esta guerra. Putin no puede perder la guerra sin perder, para empezar, su posición privilegiada en el Kremlin. Y si se da una salida violenta interna –considerando el funcionamiento de ajuste de cuentas que históricamente ha tenido el funcionar ruso–, seguramente su propia vida también podría estar en riesgo.

Si uno observa la actual crisis en la que están metidos los estadounidenses en medio de un panorama en el que los alemanes están buscando volver a ganarse su lugar, con una comunidad europea debilitada y con una guerra imposible de solventar y de ganar, es inevitable pensar que el futuro depende de que se encuentren los elementos que permitan definir y estabilizar lo que significa darle una salida a una situación tan conflictiva como la que estamos atravesando.

La ausencia de liderazgos claros, el riesgo de confrontación y el riesgo de la pérdida de unas guerras que no pueden tener ganadores definitivos, es lo que explica y lo que demuestra el porqué hay que encontrar una salida diplomática y política cuanto antes al conflicto. Además, en caso de lograrlo, tendremos que aprender las lecciones de esta época y hacer todo lo que esté en nuestras manos para evitar que se vuelva a dar una situación similar.

Sigue asombrando la sangre fría del zar del Kremlin. Después del acto, aparentemente, terrorista que supuso la voladura del puente que unía la península de Crimea con la nación rusa, se esperaba una reacción salvaje y furibunda de Putin. Sin embargo, éste no se dejó llevar por sus impulsos, mantuvo su cabeza fría y ahora está dedicándose a destruir algo más esencial y que tendrá una más profunda repercusión. El líder ruso ha dejado a un lado la confrontación directa y se ha dedicado a inmiscuirse en los hogares europeos, cortándoles la energía que les permitía calentarse y perjudicando su cotidianidad.

Qué difícil es hoy gobernar en medio de este panorama de inestabilidad e inseguridad, pero es evidente que las grandes crisis casi nunca se solucionan de manera súbita o con reacciones precipitadas. Por eso, el primer paso para recuperar el equilibrio es, sin duda alguna, lograr tener una situación en la que, primero, se resuelva el conflicto de Ucrania. Segundo, que aprendamos a vivir con esa vuelta atrás de 40 años que significa volver a depender completamente de los combustibles fósiles, elementos que han resultado decisivos en la guerra de Ucrania y que resultarán decisivos en cualquier otro conflicto.

Es difícil saber cómo acabaremos el año, pero lo que sí es evidente es que se acabaron los plazos para todos y cada vez más estamos más cerca de la precipitación de un conflicto para el que no hay posibilidad de salida fácil para ninguno. Nosotros, los países del T-MEC, tenemos bastante crisis. Y con respecto a este tema me gustaría recordar que no hay T-MEC sin México y no hay México sin T-MEC. Dicho esto, claramente, y acabe como acabe el conflicto interno estadounidense, hay que saber que la base de equilibrio económico que significa el T-MEC es imposible que desaparezca.

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