Año Cero

Soñar lo imposible

El pueblo nuevamente hizo una marcha. La primera fue el 13 de noviembre. La de ayer fue su respuesta. Manifestaciones que no hacen nada más que dividir un país ya fragmentado.

Llama la atención que en la historia de México –incluso antes de la Conquista– el sueño imposible es el que casi siempre explica cómo se desarrollaron los hechos y, sobre todo, por qué constantemente partimos y analizamos lo que queda después del fracaso. Si uno ve objetivamente el movimiento que culminó con la Revolución de México, se dará cuenta de que fue la consecución de un sueño imposible bañado en sangre. Un suceso que tuvo un motor dinamizador fundamental, que fue el desencadenante de querer y apostarle a lo imposible y la conclusión siempre trágica del fracaso y la traición. Aunque también fue una muestra de que quienes se permitieron soñar y vivir a su manera, manteniéndose en la raya, era en sí mismo otro camino hacia el fracaso.

Las cumbres hoy están en crisis. Muchas veces me pregunto qué es lo que de verdad es lo correcto; a veces creo que ha habido una transmutación de lo bueno y lo malo de la historia. En el caso de China, ahora lo malo no es cómo en su momento fue la Banda de los Cuatro –creada por la mujer de Mao Zedong y los intelectuales que desencadenaron la Revolución Cultural–, sino que lo malo son las huellas de lo hecho por Deng Xiaoping. Lo único que puede verdaderamente salvar la confección de un régimen que ha hecho de todo para no dejar de ser comunista es precisamente saber y ser conscientes de que las crisis económicas no son lo mismo para el mundo comunista que para el mundo capitalista.

Acabar con la economía es como si fuera el pasaporte al éxito del modelo comunista; por eso, cuando uno ve lo que está pasando en el mundo, se pregunta si el que está equivocado es el presidente López Obrador o si los equivocados somos los demás. Me explicaré: hasta aquí, en cualquier país del mundo –excepto en México– estábamos acostumbrados a que la batalla para conquistar el poder pasaba por, primero, ganar las elecciones, para de esta manera alcanzarlo. Una vez ostentándolo, se hacía cualquier cosa para no perderlo. Aquí –como demostró la marcha de ayer– nunca se acaba de tener el poder. Es más, ese sueño imposible, ese sueño que acabará dando la razón –pero también el fracaso–, impone que los avances, en lugar de consolidarlos, los pongamos en peligro, ya que no nos importa poder cambiar el rumbo de la historia en beneficio de la sociedad mexicana.

Cuando uno ve la situación actual del mundo, la pregunta que se repite es, ¿estaré yo equivocado o quien está equivocado es el presidente López Obrador? Quien busque y quiera ver el comportamiento político del creador de la 4T como algo lógicamente correcto desde el punto de vista económico o funcional, comete un grave error. A López Obrador sólo le importa lo político. Somos un pueblo que tiene una gran tradición de tragarse problemas y de permitir que siempre que alguien tenga el poder –así se llame Moctezuma o Andrés Manuel López Obrador– pueda hacer su locura particular sin objeción alguna. El líder mexicano tenía toda la esperanza y –lo que era más importante– el anhelo de consolidar el gran pacto social en México. Y lo pretendía hacer en medio de un sistema global en el que todo el mundo lo que le pedía es que fuera coherente con lo que había estado declarando durante 30 años de campaña y que verdaderamente purificara al país.

Nadie se ha puesto a pensar ni ha cuestionado dónde están los tan criticados y acusados corruptos que buscaban levantar el aeropuerto de Texcoco ni por qué no están en la cárcel. Con la cancelación del aeropuerto de Texcoco –hecho olvidado ya por muchos– no sólo se perdieron, en balde, miles de millones de dólares, sino que también se dejó ir la posibilidad de estar a la vanguardia y dar una gran muestra de desarrollo al mundo.

El presidente López Obrador tiene todo el poder. Tengo mis dudas de que tenga todo el control. Y, a diferencia de él, no hay tanta gente que de verdad tenga tan buena intención, aunque esté equivocado en el objetivo. Por eso ahora, cuando entremos en la guerra de los números, cuando veamos quiénes somos más y quiénes de verdad podemos imponer a la mitad del país –o a una parte proporcional importante– el resultado electoral, enfrentaremos una situación en la que, al final, tendremos que encontrar un punto en común. Un punto en común que cada día será más difícil descubrir.

En el año de las cumbres hemos hecho de la vida política una situación en la que, primero, sorprendimos al norte, quienes tenían la misión de concluir con la etapa de las injusticias y consolidar el mundo neoliberal. Como ya sabían que no contaban ni con Cuba, ni Venezuela, ni Nicaragua, México, el México que pilota la América roja, tampoco fue la herramienta para lograrlo. En cambio, optamos por cambiar el panorama y le obsequiamos a Joe Biden y a nuestro vecino del norte nuestra ausencia en su Cumbre de las Américas. Ahora nos tocaba a nosotros celebrar la Cumbre del Pacífico; sin duda alguna, el Pacífico es el océano del siglo 21, ya que no hay que olvidar que ni India ni China tienen intereses ni sus barcos navegan por el océano Atlántico ni por el mar Mediterráneo.

México nuevamente sorprende al mundo. Rehusamos nuestro derecho a organizar el evento y trasladamos toda la organización a la ciudad de Lima, con el objetivo de defender a un presidente en problemas. Pedro Castillo está en problemas porque la derecha y los neoliberales en su país –mismo argumento que utilizan otros líderes de la región– son malos y sólo buscan la destrucción de los pueblos. Por lo tanto, la Cumbre del Pacífico se celebrará en Perú y nosotros no iremos a ningún lugar más que a donde nuestros hermanos en problemas lo requieran.

Andrés Manuel López Obrador no es Fidel Castro ni es Hugo Chávez, es un cultivador absoluto del encanto de las leyendas imposibles. Es el espíritu redimido de Ernesto Che Guevara, es alguien que en el actuar del servicio público prefiere 10 por ciento de eficacia y 90 por ciento de lealtad. Para él, lo que importa es el valor del símbolo.

El día de ayer, el pueblo nuevamente hizo una marcha. Una marcha tras otra. La primera fue el 13 de noviembre. La de ayer fue su respuesta. Manifestaciones y manifestaciones que no hacen nada más que continuar dividiendo un país ya fragmentado. Una nueva marcha que se realizó en los mismos sitios y las mismas calles donde en algún momento se recibió, de manera eufórica y entusiasta, a Agustín de Iturbide, Antonio López de Santa Anna, Francisco Madero, Francisco Villa y Emiliano Zapata, entre otros. Las calles de la Ciudad de México siempre han estado dispuestas a recibir de manera entusiasta, aunque, eso sí, por un corto espacio de tiempo, a personajes y grupos que van desde Hernán Cortés hasta los que buscan defender al INE o a quienes –a fuerza de millones caminando por las calles– pretenden defender las conquistas perpetradas por la 4T.

Algún día, los historiadores escribirán cuál es el balance de esta época. De momento, ahí tienen los poetas y los cantantes todos los elementos para componer bellas baladas, bellos poemas y bellas canciones. La política es poesía y la poesía, al igual que la fe, es la esperanza de los pueblos.

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