La historia de este año 2023 inició a lomos de los tanques. El 24 de febrero del año pasado se produjo la invasión rusa a Ucrania y, a partir de ahí, naturalmente, entramos en un escenario en el que hay que combinar, primero, cómo se sienten los rusos en Rusia. Segundo, cómo es la historia europea y qué podemos aprender de lo que ya sucedió en el pasado. Tercero, qué ha pasado en el último siglo en la configuración de los mapas de Europa.
Los rusos tienen una gran predilección –hay que reconocer que con razón– para sentirse aislados y a punto de ser invadidos. En cuanto a invasiones, los rusos ya tienen experiencia, no hace falta más que recordar lo que pasó en 1812, cuando Napoleón invadió Rusia, o en 1941, con la Operación Barbarroja, liderada por Adolf Hitler. En cuanto al tema del aislamiento, las expansiones hacia el este de la OTAN –siendo Suecia y Finlandia los últimos invitados a formar parte de la alianza– y las constantes sanciones económicas, también han sido factores para alimentar ese sentimiento. De ahí que el discurso de Vladímir Putin –independientemente de las ambiciones dictatoriales que el líder ruso tenga dentro de su territorio– sobre que busca que su nación no termine siendo nuevamente invadida o completamente aislada, no carece sentido del todo.
El recuerdo de la Unión Soviética, el territorio que en algún momento llegó a ser el segundo actor más poderoso del planeta, amparaba determinadas situaciones que estaban cimentadas desde el odio permanente de los pueblos. Hoy estamos volviendo a ver esa justificación con lo que está sucediendo en Ucrania o en diferentes países que, en algún punto, fueron satélites soviéticos. Países que vieron la caída del Muro de Berlín como la oportunidad de ser libres y salirse de la injerencia rusa para siempre. Esa misma lógica es la que lleva a que Putin considere que su país tiene nociones históricas y defensivas para preservar su soberanía territorial invadiendo un país que, aunque no lleve mucho siéndolo, sí es una nación independiente, como Ucrania. Es más difícil cambiar los sentimientos y el gen histórico de los pueblos que entender las razones o las explicaciones de las actuaciones políticas.
En cualquier caso, con el levantamiento del embargo de los grandes blindados de nuestro momento, llegamos a una fase cualitativa en la que cada día es más difícil saber cuándo Rusia entenderá y declarará como un acto de guerra cualquiera de los elementos de apoyo brindados por Occidente a Ucrania. Es muy peligroso lo que ha pasado con el envío, primero, de los tanques Leopard y, después, de los Abrams a territorio ucraniano. Lo es, sobre todo, porque a partir de este momento Rusia no se puede dar el lujo de perder la guerra. Aunque lo que también es un hecho es que los rusos no pueden considerar la invasión completa de Ucrania.
El mundo, Europa y también nosotros estamos en medio de una situación en la que lo que hay que trabajar no es incrementar la apuesta de la potencia militar del conflicto, sino trabajar en una solución política y diplomática antes de que todo se desborde de una manera incontrolable. La historia nos enseña que la mitad de las guerras se debe a los cálculos erróneos sobre las capacidades de los países y la mala interpretación de los intereses y motivos de cada uno de los involucrados.
Hace unas semanas un misil de fabricación rusa se impactó en la frontera polaca con Ucrania, matando a dos personas y poniendo en alerta no sólo al gobierno de Varsovia, sino a toda la OTAN. Este hecho, junto con las intenciones de expansión de la OTAN y las ambiciones de Putin, aleja la posibilidad de poder alcanzar a un acuerdo diplomático y, lo que es peor, complica significativamente lo que vaya a pasar a partir de este momento. Polonia, la vieja y muy deseada Polonia, el territorio que en algún punto fue invadido simultáneamente por Hitler, por un lado, y por Stalin, por el otro, ha sido la principal arma para forzar una declaración y una decisión sobre el traslado de los tanques a Ucrania. Hoy, Polonia se está aprovechando de la crisis ucraniana para forzar la entrega de los tanques.
A Estados Unidos y a Biden el conflicto de Ucrania les ha venido bien. Pero, a partir de aquí, el conflicto ucraniano –considerando la cuestión del traslado de los tanques por territorio polaco y las implicaciones que están en juego– puede acabar siendo un conflicto que tenga mayores implicaciones de las previstas. Por eso, hay que variar las maneras de verlo y entender las diferentes posturas e intereses en juego. Por ejemplo, mientras que para Alemania su prioridad es normalizar su relación con Rusia, para Estados Unidos es garantizar la independencia de Ucrania. Y es que, por más que estén a favor de detener el ultraje ruso en territorio ucraniano, este conflicto no es más importante que la preservación y el asegurar la debida calefacción de los hogares de sus habitantes, además de todos los beneficios económicos que traería la normalización en forma de la relación con su contraparte rusa.
Toda Europa puede adoptar la posición que quiera al momento de defender el principio de la independencia de los pueblos europeos, pero al final del día lo que hay en juego, lo que de verdad nos estamos jugando, es el estallido de la tercera guerra mundial. Ni la crisis estadounidense ni el problema chino ni la sensación de aislamiento rusa justifican lo que sería la escalada de un conflicto sobre el que nadie está en condiciones de terminar en un tiempo y a un costo razonable.
Durante la Segunda Guerra Mundial los alemanes tuvieron el mejor tanque de la época, que fue el Tiger. Sin embargo, las ambiciones de Hitler se vieron opacadas –entre otros factores– cuando se enfrentaron a innumerables tanques soviéticos T-34. Tras lo sucedido la semana pasada y a lomos de los tanques Leopard y Abrams, por la parte occidental, y de los T-72, por parte de los rusos, es incierto lo que pueda suceder a partir de este momento. “Arderán como el resto”, fueron las palabras que utilizó Dmitri Peskov, portavoz de Putin, tras el envío de los tanques de apoyo a Ucrania. Hagamos lo que hagamos y como lo veamos, en estos instantes no sólo necesitamos acabar con los temores y la incertidumbre de los movimientos de uno de los jugadores involucrados –como en este caso es Rusia–, sino que también necesitamos elaborar y preparar todas las condiciones para que podamos renegociar una paz posible. Y eso pasa, entre otras cosas, por una nueva redacción de las reglas del juego de la potencia y capacidades energéticas de los países.
A días de cumplir un año del inicio de la invasión rusa, Ucrania puede ser un buen comienzo de un nuevo mundo o puede ser el último acto de extinción del mundo que conocimos.
Los tanques van y vienen y el peligro de la guerra se incrementa. Y todo para salvaguardar una independencia que, al final del día, fue votada en 1990 en una dacha de las afueras de Moscú entre cinco burócratas y un presidente borracho, que era Boris Yeltsin. Unos meses antes, Ucrania realizó una encuesta popular en la que se descubrió que 90 por ciento de los ucranianos quería seguir siendo ruso.
Por esa soberanía, que tiene menos de 40 años. Por esa costumbre de amasar constantemente los mapas de Europa, hechos a base de sangre y siendo las grandes guerras la levadura. Por eso es que los estadounidenses juegan a defender la libertad, mientras ponen en peligro a todos los europeos. Territorios y sociedades que tratan de evitar unos tanques que, si terminan por llegar, lo harán tarde para salvar la soberanía conseguida –sin quererla– del pueblo ucraniano.