Año Cero

Recuerda La Habana

Con tal de defenderse y defender a los suyos, EU tiene la capacidad de perseguir a cualquiera de sus enemigos en cualquier país del mundo con tal de hacer justicia.

A finales del siglo 19, el imperio español agonizaba. En varios puntos del Caribe –como en Puerto Rico o en Cuba– la injerencia y supremacía española era cada vez menor, al tiempo que estas naciones estaban viviendo sus últimos años bajo el yugo de los españoles. Lo mismo sucedía con las Filipinas y con Guam, que era el territorio de dominio español más cercano del Lejano Oriente. En esa época, todos los movimientos independentistas estaban a tope y, naturalmente, Estados Unidos –que ya había iniciado el camino de convertirse en el heredero natural del gran imperio en decadencia– también estaba dando la cara o, de manera oculta, sosteniendo la mayor parte de los movimientos independentistas.

En su momento el presidente William McKinley hizo una declaración en la que mantuvo que Estados Unidos no entraría en la guerra cubano-española ni entraría en el litigio y resolución con Filipinas. Y es que, al final de cuentas, la política de Estados Unidos de América no buscaba crear movimientos independentistas ni quería verse envuelta en guerras que no eran las suyas. El editor, empresario y hasta político William Randolph Hearst –quien en algún momento llegó a manejar un total de veintiocho periódicos que circulaban por Estados Unidos y en quien está basada la famosa obra El ciudadano Kane, de Orson Welles– le dijo a McKinley que los estadounidenses sí terminarían entrando en guerra. Todo indicaba parecer que la mesa estaba servida para un enfrentamiento inevitable. Por una parte, estaba el reino de la prensa y lo que esto suponía y, por la otra, se encontraba la administración política de un país que en aquella época –y a pesar de que el entonces presidente McKinley estuviera en contra– ya había hecho del intervencionismo una parte muy importante de su esencia.

La historia siempre hace relucir a la razón, de ahí que, tras la noche del 15 de febrero de 1898, cuando el acorazado estadounidense Maine voló por los aires en la bahía de La Habana, esto terminara siendo un hecho decisivo. Tras haber mandado una comisión para investigar lo sucedido con el buque estadounidense, el 25 de abril de ese mismo año el Congreso de Estados Unidos declaró la guerra a los españoles. El conflicto no sólo significó la intromisión de los estadounidenses en la zona, sino que también acabó siendo el tiro de gracia a lo poco que quedaba de las fuerzas españolas y del Imperio español.

Antes, como sigue pasando, previo a hacer cualquier movimiento o acción era necesario analizar y evaluar todos los intereses y posturas que estaban involucradas y las posibles consecuencias. No sólo era indispensable considerar las repercusiones mediáticas o sociales, sino que se tenía que hacer un análisis sobre lo que podría pasar en los espectros económico y político. Sobre esto último, la situación no ha cambiado mucho. Hoy, al igual que esa época, antes de actuar se necesita saber dónde radica el poder, quién maneja los imperios económicos o las representaciones políticas.

El imperio español perdió el enfrentamiento y su hegemonía pasó a formar parte de los anales de la historia. Estados Unidos, herido de golpe, salió victorioso obteniendo la cesión de Puerto Rico, Cuba y Guam, además de la venta de las Filipinas por 20 millones de dólares. En la actualidad, Puerto Rico y Guam siguen teniendo injerencia por parte de Estados Unidos. Las Filipinas se deslindaron del yugo estadounidense en 1946 y Cuba, la gran Cuba, formalmente se independizó con la llegada del general Fidel Castro al poder el 16 de febrero de 1959.

De lo sucedido, es necesario aconsejarles a todos –aunque especialmente a los consejeros que rodean al presidente López Obrador– que recuerden lo sucedido en La Habana. Consideraría muy oportuno recomendarles que lean la historia y que –independientemente de lo que ellos deseen en nombre de la sacrosanta soberanía nacional– traigan al presente lo que en su momento sucedió en la capital cubana. La semana pasada, cada vez que las principales cadenas de televisión y de noticieros interrumpían sus programas para dar información sobre los desaparecidos estadounidenses en Matamoros, inevitablemente pensaba en el fantasma de La Habana.

Llevamos mucho tiempo jugando con fuego. A lo largo de los últimos años, las advertencias han venido en forma de muro, de ofensa y de diversas representaciones. Es más, aunque este es un presidente que tiene la ideología y la soberanía como sus grandes escudos de unificación del espíritu nacional, no se ha tomado mucho en serio el hecho de que algún día los estadounidenses pudiesen llegar a atravesar las fronteras simplemente para defenderse. Y es que lo de la semana pasada en Matamoros no es más que la muestra de lo que es un hecho evidente desde hace años, que es que la principal amenaza de preservación nacional estadounidense –sobre todo la fronteriza– es la relación que tienen con nosotros y la situación cada vez más alarmante de nuestros cárteles. Francamente no veo a las tropas del Séptimo Regimiento de Caballería estadounidense atravesando las fronteras para invadirnos. No es 1846. Pero yo, al igual que usted y todos, he visto más de 100 películas en las que se muestran los tipos de operación comando que pueden organizar los que tienen una legislación que les permite actuar con tal de proteger su territorio nacional. Le llaman preservación de la seguridad nacional y ése es un concepto que cada vez se ve más posible de aplicarse en nuestra contra cada vez que se recuerda la situación tan peligrosa y delicada que se vive en la zona fronteriza.

Con tal de defenderse y defender a los suyos, Estados Unidos tiene la capacidad de perseguir a cualquiera de sus enemigos en cualquier país del mundo con tal de hacer justicia. O bien los trasladan a su territorio o los condenan o bien los ejecutan en el país que toque. Cuatro afroamericanos son sólo cuatro afroamericanos. El principio y el final de toda la vida somos uno. Nunca hay que olvidar que las grandes cifras de las masacres son una estadística más; sin embargo, una muerte puede acabar siendo la cara de una situación que ya no es posible seguir sosteniendo. Por eso hay que tomar muy buena nota. No digo que se vaya a emitir una declaración de guerra formal por parte de Estados Unidos, sino que, visto lo visto, posiblemente en este momento –que además coincide con el nacimiento de la nueva Norteamérica y del T-MEC– las operaciones tácticas de comando más allá de las fronteras podrían ser la única solución viable.

Desconozco quién asesore al presidente López Obrador sobre la política de defensa que debe adoptar en estos momentos, aunque lo que sí sé es que es fundamental que tenga a alguien que le explique de las capacidades y de todo lo que pueden hacer los demás. Creo que es importante que alguien le haga entender que –llegado a este punto en el que los secuestros, las desapariciones y las ejecuciones ya no respetan ni tiempo ni lugar– este claramente puede ser el inicio de operaciones tácticas estadounidenses en nuestro país. Naturalmente siempre se podrá decir que eso lo podríamos tomar como una declaración de guerra, pero aquí conviene no ser ingenuos. ¿Usted de verdad cree que, si entra, como mercenarios, un grupo de profesionales a nuestro territorio, nos van a confesar que los mandó el Pentágono?

Por eso, es importante saber que el Maine puede estar representado por cualquier cosa o circunstancia. Hay que procurar y entender que las consecuencias del Maine o de lo que termine por explotar esta situación se pueden estar dando en Matamoros, en Tijuana o en cualquier lugar de la frontera. Sin embargo, lo que es claro es que nosotros no estamos en condiciones para aguantar un enfrentamiento frontal.

En esta era de la revolución de las benditas o malditas redes sociales nos ha acostumbrado a que tengamos el cerebro vago. Pero aquí le pido que despierte, vea, mezcle y analice todo lo que ha sucedido para llegar a este punto. Desde la detención del general Cienfuegos hasta la condena de Genaro García Luna, desde lo sucedido la semana pasada en Matamoros hasta el cántico permanente de que no perseguimos a los cárteles y que nuestra política es la de abrazos y no balazos. No obstante, todo esto sólo ha servido para que los cárteles sean cada vez más importantes y tengan más poder en nuestro país.

Al igual que en el pasado, la tensión entre el poder y el poder de los medios de comunicación es la clave. Nunca se pudo decir qué español voló el Maine. Tampoco se pudo comprobar si el estallido del buque fue provocado por un estadounidense. Lo cierto es que, en contra de lo manifestado por el presidente McKinley, Hearst demostró que tenía razón. Y al final hubo guerra. Y Estados Unidos conquistó unos territorios que, algunos de ellos, hasta el día de hoy permanecen bajo su control.

Todo está escrito. El día que el presidente McKinley leyó desde el Despacho Oval la declaración y, sobre todo, los titulares de la cadena editorial al mando de Hearst, tenía claro –y así lo dijo y le hizo saber al empresario estadounidense– que no habría guerra. William Randolph Hearst simplemente le contestó diciendo que bastaba una foto para darle una guerra. Con uno solo de los videos proyectados, donde se tiran como si fueran un saco de patatas o como si fueran perros –según dijeron los familiares– a las víctimas secuestradas y ejecutadas en Matamoros, bajo la mentalidad de Hearst, sería suficiente para que se desatara una guerra.

En estos momentos conviene recordar en qué país vivimos y qué ambiente nos rodea. En ese sentido, es necesario ver el panorama completo y ver las cosas como son. En México tenemos una guerra interna –y que puede cruzar fronteras– en marcha que nadie puede predecir dónde ni cómo puede acabar. En Europa –como si hubieran olvidado su historia bélica– se está desatando un enfrentamiento militar como no se veía desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Y mientras eso sucede, quien alguna vez fue la hegemonía global, actualmente está enfrentándose a sus propios demonios. Estados Unidos no sólo enfrenta una posible crisis económica, militar y de inteligencia, sino que además se está enfrentando a una crisis social y moral interna como no se veía desde hace mucho tiempo. Frente a todo esto y en cuanto a lo que nos concierne a los mexicanos, quien asesora al presidente López Obrador le tiene que decir que, además de sacar el pecho, poner voz grave en las mañaneras y hacerles advertencias a los estadounidenses, la situación obliga a pensar en lo sucedido con el Maine. El entorno y panorama que nos rodea obliga a analizar y reflexionar sobre que puede haber más videos que no sólo justifiquen una guerra, sino varias guerras.

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