En contra de todo lo que éramos capaces de ver los demás, ¿será que el presidente López Obrador se dio cuenta de que lo que firmó y la decisión –desde mi punto de vista inevitable– de la creación del T-MEC volverá a ensanchar la varilla de la brecha del desajuste social entre el norte y el sur como nunca antes? Yo creo que de ahí surgió su deseo e interés insaciable de darle al sur, la parte de México que lo vio crecer y desarrollarse, los grandes proyectos de su sexenio. Basta voltear a ver y analizar, por ejemplo, dónde se encuentra Dos Bocas. Parece coincidencia, pero la realidad es que el Presidente mexicano no iba a dejar que su mandato fuera en vano ni permitiría que su estado natal se quedara con las manos vacías. Una refinería que no ha traído más que dificultades, pero, al final del día, una refinería y una fuente de riqueza que –junto al Tren Maya y en contra del criterio de los defensores de la Tierra– se ha empeñado arduamente en sacar adelante a pesar de las consecuencias ambientales o de cualquier tipo.
Es necesario cuestionar si este tipo de decisiones fueron tomadas por López Obrador porque sabe que –inevitablemente en el ocaso de su sexenio y cuando el T-MEC va tomando cada vez más relevancia y ganando más terreno– México y América Central quedarán marcadas sustancialmente por una enorme brecha en el desarrollo del instrumento trilateral. Con cada día que pase y se vean los efectos y las consecuencias de la aplicación del T-MEC, se hará más evidente la división intangible que estará marcada de la Ciudad de México hasta Alaska y la otra que irá desde las puertas de Iztapalapa, en la Ciudad de México, hasta Belice y Guatemala.
Primero los pobres. Aunque el líder mexicano nunca aclaró a qué tipo de pobreza se refería ni cómo –suponiendo que alguna vez haya sido su objetivo– haría para que dejaran de ser pobres. Simplemente se ha comprometido y ha invadido el presupuesto nacional para ayudar a que la pobreza no conozca quincenas malas, y si bien uno nunca pueda dejar de ser pobre, sí por lo menos le alcancé para comprar tortillas y algunas que otras cosas que pueda echarse a la boca.
Es difícil calcular qué va a suponer en términos prácticos la implementación o el efecto bumerán del T-MEC, pero lo que queda claro es que –dados los territorios, las industrias y la gente afectada– el T-MEC no solamente es una revolución económica, sino que, sobre todo, es una revolución social. Dígame usted si no cómo arreglaremos el problema de la migración. No es posible producir progreso sin gente que esté dispuesta a trabajar. Y sobre este tema, México tiene gente de sobra con ganas de salir adelante, así como algunos poblados canadienses con menos complejidad social.
Ergo, vivimos en un mundo en el que, inevitablemente, para desarrollar el crecimiento, tendremos que transformar los muros, los de cemento y hierro que están custodiados por miles de guardias en la frontera, por los estímulos y los permisos de trabajo para que quien pueda desarrollar y ayudar al desarrollo de todos se vaya no siendo perseguido, sino siendo cuidado más allá de las fronteras que marcan los verdaderos elementos que unen o separan a los pueblos.
Otro de los elementos necesarios para poder entender el complejo panorama al que nos enfrentamos es visualizar la composición del Producto Interno Bruto mexicano. Si uno analiza la aportación por entidad federativa, podrá darse cuenta de que si uno suma los más de 3 mil 700 millones de pesos de la Ciudad de México, más los más de 2 mil 200 millones de pesos del Estado de México, más los 2 mil 16 millones de pesos de Nuevo León, y los más de mil 759 millones de pesos de Jalisco, se dará cuenta de que en esas cuatro entidades radica la estabilidad y el desarrollo del país. Cuatro estados que representan 40 por ciento del Producto Interno Bruto de nuestro país. Eso significa que esas entidades federales son quienes verdaderamente podrán darle rumbo a México y quienes establecerán los niveles de desarrollo y aprovechamiento tecnológico, material y financiero, en el marco del T-MEC. Pero, además, lo que el análisis de aportación al PIB por entidad federativa arroja es que, con excepción de Nuevo León, las grandes aportaciones vienen de las regiones centro y centro-sur del país. En un apartado diferente dejo a Veracruz, un estado curioso y sumamente infravalorado, pero que tiene una aportación al PIB nacional de cerca de 5 por ciento y que concentra a cerca de 6.5 por ciento de la población total.
¿No estaba tan equivocado apostando por los pobres y por el sur del país? Realmente no sé cómo pensó que podía arreglar la situación, pero lo que sí es cierto es que ahora, al final de su mandato y en la hora de sacar el balance de su sexenio, el sur aparece como una zona que merece y tiene derecho a una política, por lo menos, compensatoria y equilibradora en términos de la desigualdad social presente. A pesar de todo, créame cuando le digo que el sur está destinado a ser la gran sombra del desarrollo del norte, de ahí que haya tanta complicación a la hora de definir las áreas de influencia.
Si el desarrollo, la fortaleza y el dinero va a circular desde la Ciudad de México hasta Alaska, ¿qué va a quedar para ser repartido en el territorio que comprende desde las puertas de Iztapalapa hasta Belice? Y me refiero a Belice por referirme a un país pequeño que tiene todas las ventajas e inconvenientes de formar parte del área geográfica en la que le tocó estar. Actualmente, el mundo tiene frente a sí muchas incógnitas sobre el desarrollo que no sabemos cómo se podrán resolver, aunque sí sabemos algo muy importante, cuatro entidades federativas concentran casi 35 por ciento de la población total del país y, por consiguiente, un gran porcentaje de los votos a nivel nacional; cuatro entidades en las que –si las preferencias no están equilibradas y sin un elemento claro que dé esperanza a todos aquellos que se sienten desafortunados y abandonados por la mano de Dios– tendremos un enfrentamiento sin precedentes.
Es tanta la polarización actual de la sociedad mexicana que es impredecible asegurar qué es lo que pasará en 2024, aunque lo que cada vez es más claro es que necesitamos un plan o una estrategia que busque incluir a todos los sectores que conforman al país, o tan siquiera a los más posibles. Si no se logra armonizar al país, tendremos un enfrentamiento similar al que en su momento el caudillo Emiliano Zapata quiso resolver dando a cada uno lo que se merecía o trabajaba.
La explicación de lo anterior reside en una cuestión muy importante, que es que necesitamos que el tiempo transcurrido desde Zapata hasta aquí haya servido para mejorar las relaciones internas entre el país y los países. Necesitamos encontrar las bases para establecer y desarrollar pactos sociales que trasciendan sexenios y estatus o clases sociales. También necesitamos inventarnos unos sistemas que den paso y faciliten el desarrollo, sistemas en los que la oferta política deje de estar basada y sustentada en la inevitable salida del presidente en curso, sino que ésta tenga la obligación de plantear e incorporar una posible solución que permita que el sur vuelva a existir. Pero, sobre todo, que las dos partes del país sean homogéneas y colaboren de manera cada vez más igualitaria al desarrollo del país.
Naturalmente, en esa manifestación de preocupación y posible desarrollo la tarea más importante será lograr que la educación vuelva a ser un factor equilibrador y no confirmador del fracaso de un sistema político. Hay que recuperar la educación como síntesis de desarrollo nacional y hay que evitar que vaya desapareciendo poco a poco, sustituyendo los libros por las tortillas y las esperanzas y la capacidad de crecimiento por la resignación.
Sin sorpresa. Esta semana posiblemente ha sido la más tensa desde que empezó el sexenio. La confrontación de López Obrador contra la Suprema Corte de Justicia de la Nación no sólo le ha hecho perder –desde el punto de vista legal– dos de sus batallas más importantes, sino que, sobre todo, ha demostrado que se le puede vencer. Para alguien que piensa que la ley no es importante y que es más importante tener la certeza de lo que le conviene al país y que está en contra de los límites impuestos por las estructuras legales y constitucionales, para alguien así la confrontación nunca termina. Estos elementos, unidos a la innecesaria nacionalización de Ferrosur, marcan un punto sin retorno y emiten un mensaje sobre sus intenciones. Y es que muchos no lo han entendido, pero lo que es claro es que lo que con estas acciones el presidente López Obrador quiere manifestar es que por cada ley que le suspendan o rechacen, él estará mandando otra. Por cada manifestación, declaración o acción en su contra, él responderá y lo hará con mayor contundencia y haciendo uso de la fuerza del Estado, ya que para él no hay nadie que le pueda decir que no o que esté en su contra. No hay sorpresa en nada de lo que está haciendo, pero ahora sí llegamos y empezamos el acto final de la elección de 2024.