Cada 12 años coinciden las elecciones presidenciales mexicanas y estadounidenses. Este año, al mismo tiempo y con la misma inestabilidad institucional, México elegirá a un/a presidente y Estados Unidos elegirá a ¿quién? Al parecer, en el caso estadounidense, la balanza se inclinará por la elección de un candidato sin presentarse ni participar en ningún acto de la metodología de selección de las elecciones primarias, al menos del Partido Republicano. Hasta este momento, la gran campaña de Donald Trump ha sido el seguimiento y desahogo de sus procesos judiciales y, por increíble que parezca y a reserva de que suceda algo extraordinario, da la impresión de que tiene todas las posibilidades para asegurar su regreso a la Casa Blanca. Sin embargo, como menciono, aún Trump tiene que enfocarse en garantizar que los procesos judiciales en los que está envuelto no sean lo suficientemente sustanciales ni perjudiciales para evitar que gane las elecciones de 2024.
Han sido contadas las ocasiones en las que han coincidido la gravedad y nivel de las crisis paralelas entre Estados Unidos y México. Actualmente no sólo compartimos sociedades divididas, líderes controversiales, sino que tenemos un fármaco sintético que cada día nos une y nos vuelve más dependientes: el fentanilo. Pero como en las historias de amor, la dependencia sólo es sostenible cuando permite un beneficio o crecimiento mutuo ya que, de lo contrario, la relación se expone a sufrir graves consecuencias. No se puede negar que “haiga sido como haiga sido” –rememorando la antigua declaración de Felipe Calderón– se ha permitido la coexistencia libre, y a expensas del Estado, de los cárteles durante todo este sexenio. Se despedazan y descuartizan entre ellos; sin embargo, son raras las ocasiones en las que los enfrentamientos se dan contra el Ejército mexicano. Aunado a ello, durante esta administración han sido pocas las veces y los esfuerzos que se han hecho para combatir contra el crimen organizado; esto, junto con la falta de claridad en cuanto a la estrategia adoptada por el gobierno al respecto de este tema, ha provocado una clara sensación de inestabilidad al pueblo mexicano.
La industria del narcotráfico ha crecido exponencialmente en todo el continente americano. No hace falta nada más que ver y comprobar la cada vez más creciente presencia e injerencia de los cárteles ya no sólo en el tráfico de drogas, sino en la vida pública de los Estados. Los problemas más latentes en la relación bilateral son el narcotráfico y el cáncer migratorio que cada vez expone con mayor fuerza lo insostenible de la situación. Dos elementos que han ido envenenando paulatinamente la relación entre México y Estados Unidos y que no hace más que poner en cuestión hasta dónde o cuándo se podrá estirar la liga antes de que todo reviente. La visita de más alto nivel que ha habido durante todo este sexenio –que no incluye al propio presidente Biden– fue la que encabezó la semana pasada el secretario de Estado, Antony Blinken. El objetivo de éste no fue más que tratar y buscar soluciones sobre los dos temas que menciono previamente y que han puesto la relación bilateral en una posición de alta tensión. Dos temas que, además, ocuparán un lugar muy importante en las agendas y promesas de campaña sobre todo por parte de los contendientes estadounidenses de cara a 2024.
Por parte del gobierno estadounidense constantemente se ha culpado a México y a nuestros cárteles de ser los únicos responsables del narcotráfico y de la crisis migratoria. No obstante, es muy importante resaltar el hecho de que, por un lado, para haber oferta tiene que existir una demanda y en ese sentido el estadounidense es un gigantesco mercado de consumo de narcóticos.
Por otro lado, en este punto vale la pena recordar que el gobierno de López Obrador cedió ante las constantes demandas de los estadounidenses mandando a miles de elementos de la Guardia Nacional a la frontera sur. Aunque también es cierto que sin la base operativa mexicana y sin el crecimiento descomunal de los cárteles en los últimos años en América Latina, el problema de seguridad interna estadounidense sería otro.
Siempre he pensado que nunca habría solución hasta que la relación bilateral se enfrentara a los graves efectos que están produciendo ambas crisis. Y naturalmente, pese al milagro que blanquea los corazones y las actitudes, una vez que se cruzan las fronteras es muy difícil suponer que esa industria y esos niveles de desarrollo, de penetración y de profesionalidad se puedan conseguir sin la colaboración activa de muchos funcionarios estadounidenses.
Se acabó el tiempo en el que nosotros poníamos los muertos y ellos ponían el negocio. Ahora mismo, los muertos los ponemos ambas partes. Unos como consecuencia del proceso de estructurar el reparto industrial y otros porque, descubierto ya el elemento más grave que significa haber creado una droga mortal de un precio asequible y de una capacidad de movimiento muy fácil, provoca que el mercado esté estallando, sobre todo desde el punto de vista de las consecuencias.
Las imágenes de la descomposición social que se materializa en las principales calles de Nueva York, de Los Ángeles, de San Francisco o de Filadelfia, son prueba de la crisis tan profunda por la que actualmente atraviesa Estados Unidos. Por el lado mexicano, poco más que añadir. Han desaparecido unas fuerzas que han luchado, al menos desde un punto de vista visible y cuantificable contra el mal, y se ha creado una nueva realidad empresarial en torno al tema armamentístico. Hoy contamos con la creación de nuevos grupos económicos y de explotación cuyo único elemento en común es que tienen uniforme o que los nuevos dueños portan uniforme.
Es muy difícil tratar de limitar que, en la aplicación de la propia legislación estadounidense, no se vaya a cumplir el fenómeno de la extraterritorialidad y da la impresión de que al menos Los Chapitos, colocados –con razón o sin ella– como los principales sospechosos de la magno industria del fentanilo, no sean entregados por México a los estadounidenses como en el caso de Ovidio. De lo contrario, a lo que hay que prepararse en plena antesala del inicio de los procesos electorales, es a la intervención por medio de operaciones militares encubiertas.
Ahorro lo que significa el torrente de palabras para condenar lo que se producirá en las mañaneras a partir de aquí. Y si digo que la relación en todos los sectores –considerando el T-MEC, el arbitraje, el nearshoring– en fin, toda la relación va a depender de la solución de los dos macroproblemas mencionados.
En cuanto a la migración, cumplimos en demasía y ya no quedan elementos de la Guardia Nacional que podamos trasladar a la frontera sur. Sin embargo, los esfuerzos no han sido suficientes. Me gustaría saber quién es el responsable de que, a pesar de todos los mecanismos de control, día tras día ingresan miles de centro y sudamericanos a nuestro territorio y que tienen como destino final la frontera norte. Pero más que eso, me interesa saber hasta cuándo podrá seguir siendo factible y, sobre todo humano, este incesante éxodo que en muchas ocasiones culmina en el río Grande o en las zonas aledañas de los distintos puntos fronterizos del país. Queda claro que La Bestia –como si fuera una representación de un tren de la India– traslada a muchos de ellos, al igual que también queda claro que un movimiento así, tan coordinado y centralizado por parte de quien lo coordina, no es algo improvisado.
Nuestros guardias nacionales tratan de detener el éxodo, pero –por lo que se ve– ya se trata de un éxodo imposible de contener. Y es que, sin una nueva lectura y sin una nueva doctrina o estrategia migratoria, no habrá salidas que permitan encontrar de manera pacífica el río interminable de la necesidad y el fracaso de la otra América. De la América que no habla inglés y que todos los días arriesga su vida por encontrar ya no mejores oportunidades laborales, sino lo mínimo para asegurar su desarrollo humano.
Migración y narcotráfico. Narcotráfico y migración. ¿Se lograrán solucionar o serán los dos elementos que terminen colapsando la relación bilateral?