Por ser el pueblo elegido, por haber acompañado a Moisés desde el éxodo o bien por haberse levantado contra el que se presentaba a sí mismo como “yo soy el que soy”, Israel es un pueblo difícil de entender. Es una nación con una tradición de experiencias llenas de dolor, sangre, sudor, lágrimas y diáspora como ningún otro pueblo. El Holocausto no es el único episodio trágico en la historia judía, aunque también es necesario señalar que el hecho de que los nazis hayan matado a más de 6 millones de judíos esto no los exime de cualquier tipo de juicio moral, político o social.
Los judíos ocupan un territorio geográficamente pequeño, que no representa más que una ventaja que es el hecho de que, según las Sagradas Escrituras, esa es la Tierra Prometida. Desde que las trompetas de Josué derribaron las murallas de Jericó hasta nuestros días, el camino de permanencia de los judíos en la tierra elegida por su Dios ha sido siempre un camino de dureza, tristeza y con la latente amenaza de que en cualquier momento el zarpazo del desarraigo y del genocidio los vuelva a atacar.
Los israelitas siempre han sido conscientes que están rodeados de enemigos. A pesar de ello, han salido victoriosos de todas las guerras que han librado. Todo el mundo sabe que Israel sucumbirá el día que pierda una guerra. Además, si las Sagradas Escrituras anuncian el verdadero plan que Dios tiene para el pueblo judío, Israel sería el Tercer Templo y, tal y como se anuncia, tras la destrucción de éste vendría el final del mundo o bien la vuelta de Jesucristo.
Era sábado y, mientras muchos judíos se desconectaban del mundo exterior y celebraban el Sabbat, un ataque sin precedentes efectuado por Hamás, que ha causado cientos de muertos, los devolvió a la realidad. El pasado 7 de octubre, además de la tragedia, también se cumplieron 50 años del despertar más amargo que en sus días tuvo un héroe llamado Moshé Dayán. En 1973, el exministro de Defensa de Golda Meir llegó a ser conocedor de las noticias que anunciaban un posible ataque en contra de Israel, pero, tras un análisis de la información y de los rumores, se concluyó que ésta carecía de elementos suficientes para interrumpir el Yom Kipur. Un día conocido como el día de la expiación y en el que los judíos piden, oran y esperan que Dios siga escribiendo en el libro de la vida tu nombre para que el siguiente año se siga viviendo. Faltó muy poco para que Israel desapareciera y fuera derrotado durante la guerra de Yom Kipur. Una operación coordinada entre egipcios, jordanos, sirios y otros fue capaz de adentrarse en territorio israelita y llevarlos al borde de la destrucción. Siempre ha sido una incógnita el hecho de que si la falta de actuación sobre la información que poseía fue la causa que impidió que Moshé Dayán llegara a ser primer ministro.
¿Qué fue lo que pasó y qué impidió tener la preparación y medidas necesarias para hacer frente al ataque que dio inicio a la también conocida como guerra árabe-israelí de 1973? Una embestida que, después de haber traspasado el Sinaí y los Altos del Golán, logró ser detenida a menos de 60 kilómetros de la capital israelita, causando un destrozo sin precedentes. Desde su creación, y a pesar de llevar en conflicto con los palestinos desde 1948, este había sido el conflicto que mayor temor había causado entre los judíos. Y es que, al final del día, y con razón, en el corazón de todo judío anida el miedo. Es una constante histórica que padecemos sobre que en cualquier momento todo se puede terminar y que no existe ninguna diferencia entre la gran diáspora de los tiempos de Nabucodonosor con la situación actual.
La verdad es que Israel lleva 50 años viviendo el síndrome de la prepotencia, de la seguridad y con la convicción de que su inteligencia y su Ejército son capaces de protegerlos de y contra todo. Era increíble y creían que era imposible que pasara lo que pasó. El ataque de Hamás ha sido la mayor vulnerabilidad territorial del Estado de Israel desde la guerra de Yom Kipur y es y será un parteaguas –en este caso en Oriente Medio–, como en su momento lo fue el atentado contra las Torres Gemelas.
Hoy, el mundo no es el mismo. No lo es por la guerra en Ucrania, por la crisis climática, por las múltiples y paralelas crisis sociales alrededor del planeta y tampoco lo es, en definitiva, por la declaración y el inicio de la guerra entre Israel y el grupo extremista islamista Hamás. Con los conocimientos que tengo acerca de la vida en Israel, no consigo descifrar qué es lo que pasó por la mente de los miembros del Ejército y del cuerpo de inteligencia israelí cuando vieron la nube de parapentes bajando en la mañana de un sábado sobre su territorio. Lo hicieron en una situación en la que, al parecer, nadie les advirtió ni engañó con que se trataba de un ejército de simulación. En cualquier otra situación seguramente las Fuerzas Armadas israelitas hubieran abierto fuego de manera inmediata; sin embargo, queda preguntarse qué fue lo que pasó y que acabó teniendo como consecuencia una total tragedia.
Nunca antes Hamás había perpetrado un ataque de esta magnitud. Una operación que deja claro que se efectuó de manera precisa, coordinada y tras meses de entrenamiento y preparación. Estos comandos que invadieron territorio israelita lo hicieron con el objetivo de hacer realidad la peor pesadilla de cualquier judío: que entren en su casa, amenacen a su familia, asesinarlos y después llevarse a los niños –y, en algunos casos, también a las mujeres– como rehenes mientras atentan y profanan contra lo que más importa en la religión judía, que es el cadáver.
Falló la inteligencia. Falló la seguridad. Fallaron los miles de satélites y mecanismos de protección que por años han establecido y perfeccionado los israelitas. Basta ver un capítulo de la serie Fauda para comprobar todo el aparato de seguridad que Israel emplea con tal de garantizar su preservación territorial. Existe una continua y permanente auscultación sobre qué es lo que está sucediendo. ¿Cómo nadie se dio cuenta ni hizo nada para, por lo menos, comprobar movimientos tan inusuales? Lo más grave no son los asesinatos sino, como le pasó a Estados Unidos después del 11 de septiembre de 2001, es el hecho de que Israel ha pasado de ser un país intocable a uno tocable.
Las nuevas generaciones de israelitas saben mucho de aplicaciones y de tecnología, tienen muchos conocimientos sobre el mundo bursátil y financiero, saben sobre las grandes evoluciones para consolidar las libertades individuales. No obstante, me temo que no saben nada sobre la mentalidad árabe y, lo que es peor, todos hemos podido enterarnos y ver cómo más de 70 años de conflicto lo único que han provocado es la generación de un odio homicida que no se veía desde la Rebelión del Mau Mau en su guerra de independencia que inició en 1952 y concluyó en 1960.
Lo peor de esta lección es el fracaso social completo de integración. Sin embargo, usted podrá decirme que la integración se vuelve impráctica e imposible cuando no se tiene agua, comida, electricidad y ni siquiera esperanza sobre un mejor mañana. Y tendría razón al decírmelo. Como le pasa a Estados Unidos con América Latina, el fracaso social es la mayor responsabilidad en la que han incurrido los países líderes del mundo. Estas naciones, en vez de aprovechar el poder y la victoria para consolidar el desarrollo para todos, se volvieron insensibles y no se dieron cuenta de que lo único que los podría proteger sería garantizar la estabilidad y paz en aquellos países sobre los que tuvieran algún tipo de injerencia.
Empieza una nueva era. Israel tiene miedo. No tengo duda de que ganará la guerra; sin embargo, es una guerra en la que conviene no equivocarse. Como le pasó a Adolf Hitler con la guerra española, en la que tuvo la oportunidad de probar nuevas armas, hoy estamos en medio de una situación similar y aterradora. Y es que las nuevas generaciones de misiles que en este momento están siendo utilizados en Ucrania son capaces de romper el Iron Dome y estallar en Tel-Aviv. Pero no sólo eso, sino que también están las nuevas generaciones de drones y de tecnologías que juegan un papel absolutamente decisivo y mortal en las guerras modernas.
No hicimos nada ni enseñamos a querer tener una vida en paz y con prosperidad, aunque lo que sí hicimos fue potenciar el odio entre nosotros hasta los límites. Hoy todas las guerras son transmitidas en directo, con imágenes flat y basta de un streaming para compartir por todo el mundo lo que está sucediendo. Si esta es una operación que busca evitar que Arabia Saudita y los saudíes estén en una condición de superioridad frente a los chiitas de Irán, sin duda alguna ha tenido éxito, ya que, por lo menos, retrasará el fenómeno. Y en cuanto a la situación global del mundo es necesario darnos cuenta de que, después de este nuevo día del Yom Kipur, Rusia ahora tiene frente a sí a un mundo enfrentado, que está más dividido, que tiene miedo y que busca luchar por sí mismo. Pero lo que resalta más de todo esto es que seguramente los rusos se darán cuenta de que ya no tendrán ni tiempo ni dinero ni ganas de liderar otros países como, por ejemplo, Ucrania.