Año Cero

Una campaña sin final

Lo más interesante sobre quién será el candidato de Morena para gobernar la CDMX es que, sin quererlo, será un cambio fundamental sobre cómo había estado actuando el partido.

Me gustaría que se detenga por un momento y analice lo que significa que en México llevemos más de seis años de campaña ininterrumpida. Millones de mexicanos pensábamos que la retórica, las promesas y las acciones que caracterizan a una campaña política, llegarían a su final el pasado primero de julio de 2018 cuando López Obrador –después de tantos años– finalmente consiguió su objetivo de portar la banda presidencial. Sin embargo, esto no sucedió. No sólo la campaña continuó, sino que realmente a estas alturas es incierto si verdaderamente se efectuó el ejercicio de gobernar.

Ahora imagine que está en el lugar de Claudia Sheinbaum. Una fiel servidora a los designios y deseos del Presidente que finalmente ha visto el fruto de sus esfuerzos al ser electa como la defensora de la cuarta transformación, aunque realmente es como si fuera una especie de presidente honoraria. En el momento en que Claudia Sheinbaum recibió el bastón de mando por parte del presidente López Obrador –el verdadero artífice de esta revolución–, también recibió el encargo y la responsabilidad de defender y fortalecer las estructuras de la 4T. No obstante, nunca se aclaró –y solamente se puede aclarar a través de la vía de los hechos– si con ese acto ya recibía el poder o solamente recibía el título que le permitiría entrenarse en el pleno ejercicio del poder. La doctora, con la disciplina académica que posee y por tener ese grado con base en sus méritos propios, inmediatamente entendió que el bastón de mando está para ser ejercido. Y tiene razón, el poder nunca se queda en el suelo, y es que si quien tiene el poder de ejercerlo no lo hace, quien venga detrás lo recogerá sin dudarlo.

Con unos elementos sutiles la doctora Sheinbaum ya hizo la primera gran prueba. Y es una prueba definitiva por donde usted lo mire y es que, al final, proponer, empeñarse y estar propiciando la candidatura de Omar García Harfuch para convertirse en el nuevo jefe de Gobierno de la Ciudad de México –que es el mayor caudal, mina y reserva de votos de Morena– es una jugada muy arriesgada. Para empezar, porque García Harfuch es un mexicano controversial y mediático, o era desde que nació debido a sus vinculaciones genéticas y familiares. Basta recordar a su madre, María Sorté, actriz renombrada de telenovelas y, más importante, a su padre, Javier García Paniagua, quien ya falleció, pero que en su tiempo fue titular de la Dirección Federal de Seguridad y también se desempeñó como dirigente del PRI.

Con cimientos priistas es curioso que ahora García Harfuch se haya perfilado como un apóstol fiel y convencido de la 4T. Aunque si miramos el panorama nacional es fácil identificar a cientos de personajes que un día militaban y defendían a capa y espada una ideología o partido político en específico y al otro día cambiaban radicalmente sus intereses y forma de pensar. Todo esto no sólo provoca un verdadero vacío de ideologías consolidadas, sino de liderazgos congruentes, desarrollados y con propuestas sólidas para mejorar el rumbo del país. En cualquier caso, sobre Omar García Harfuch y el apoyo recibido hasta el momento, aún está la posibilidad de que su buena condición de servidor del Estado mexicano termine siendo una pieza fundamental para la doctora Sheinbaum.

Lo más interesante sobre quién será el candidato que presentará Morena para gobernar la Ciudad de México es que, sin quererlo, será un cambio fundamental sobre las bases y sobre cómo había estado actuando el partido hasta este momento. Hasta aquí, todo era muy sencillo, incluso el Presidente dejó clara las reglas: bastaba con tener 10 por ciento de eficacia y 90 por ciento de lealtad para garantizar el éxito y el porvenir. Sin embargo, esto ha cambiado.

Lo invito, querido lector, a no perder tiempo tratando de entender este sistema. Es el que tenemos y lo más seguro es que en el corto plazo no cambie. Naturalmente, los límites de los seres humanos sólo están establecidos sobre aquello que, al final del día –bien porque lo permitimos o porque no había manera de parar lo puesto en marcha–, nos llevó a un punto como el que nos encontramos actualmente.

La doctora Claudia Sheinbaum ya ha ganado una primera elección en forma de encuesta, que la situó como la idónea para continuar y defender el movimiento iniciado por Andrés Manuel López Obrador. Se trató de una encuesta interna, no obstante, con los gobernadores y con las diferentes instancias del gobierno ya se comporta como si ya hubiera ganado la elección presidencial, actuando como si desde estos momentos ya tuviera todo el aparato del Estado mexicano a su disposición.

Es enternecedor ver al dirigente nacional de Morena, Mario Delgado, acompañándola y fungiendo de escudero y sombra en todos los recorridos de Sheinbaum. Mientras tanto, ella sigue construyendo sus listas, determinando a sus personas de confianza y, sobre todo, descifrando quién será parte de su gobierno.

En algún lugar alguien se habrá cuestionado cuál es la oferta electoral que tiene para ofrecer la doctora Sheinbaum. Y es que, al final de cuentas –después de una dedicación tan intensa y sostenida durante tanto tiempo–, llegará el punto en el que, inevitablemente, nos encontraremos con el hecho de que o todo ya ha sido dicho y no hay nada más que ofrecer o realmente somos gobernados por unos genios capaces de hacer una oferta electoral sobre el mismo país que ha sido testigo de las innumerables promesas que se le han hecho y que tan pocos resultados nos han dado a cambio.

Los mexicanos hemos sido testigos y en ocasiones partícipes de las movilizaciones que pueden provocar los líderes. Hemos escuchado un sinfín de discursos e incluso nos ilusionamos cada seis años pensando que quien sigue verdaderamente hará el cambio que tanto necesita nuestro país. Gobernantes van y gobernantes vienen. Hoy en la contienda hay dos mujeres, siendo una de ellas las que aventaja significativamente la carrera hasta el momento. Y en medio de todo esto sigue pendiente el despuntar tan deseado de México.

Claudia Sheinbaum es la encargada formal de liderar y defender la 4T. Eso todos lo sabemos. También es de nuestro conocimiento que tiene y cuenta con toda la confianza de quien le precede y que –esperemos, por nuestro bien– tiene unas propuestas que hacer al pueblo de México. Pero la verdadera pregunta que surge es: ¿en qué será diferente a todo lo que nos han ofrecido hasta el momento? Lo único que hasta ahora tenemos claro es la caída de sus enemigos en la contienda interna de Morena y que ya está empezando a ejercer como la ganadora de las elecciones que aún están por celebrarse.

Una cosa es pertenecer al partido que actualmente gobierna al país y contar con todo ese respaldo y todo lo que ello representa y otra cosa muy distinta es ofrecer un programa integral a un país, salvo que el país ya no tenga nada por lo que luchar o esperanzarse. Sinceramente, no creo que esto último sea el objetivo de la doctora Sheinbaum.

No sé si el pueblo de López Obrador sea el elegido, pero sí puedo decir que él los llevó a una tierra en la que él se ha posicionado como el único poseedor absoluto del poder y sin que la división de poderes forme parte del menú que se ofrece a sus ciudadanos. No obstante, su caso es único y dudo mucho que se vea replicado en quien le suceda. No sólo por la avasalladora cantidad de votos conseguidos en 2018, sino por su determinante y particular forma de hacer las cosas.

El tema con los líderes mesiánicos es que nada de lo que les sucedió a ellos es repetible o heredable. Existen muchos ejemplos de líderes cuyos regímenes acabaron con ellos. En cualquier caso, hay que ser conscientes de que las reglas del juego –no en las que se ha creado la doctora Sheinbaum, que están basadas en el lopezobradorismo, sino en las reglas del juego que han imperado y que le dieron al presidente López Obrador la victoria en 2018– eran muy distintas a las que actualmente han sido establecidas. Y eso, naturalmente, afecta al pueblo que tiene que elegir cómo quiere vivir y cómo le gustaría ser gobernado.

Hay que contestar a la pregunta de si trabajar, tener aspiraciones y prosperar sigue siendo un crimen o es una ventaja. Es necesario resolver qué significa la entrada de un gobierno que había prometido desmilitarizar al país y termina dejando la mayor estructura militar que nuestro país ha tenido desde la época de la Revolución. También es necesario dar respuesta sobre a qué universo pertenece México, quiénes son sus verdaderos aliados, si quiere o no formar parte del T-MEC y si busca tener un modelo de desarrollo económico que sea compatible con sus vecinos del norte. En definitiva, con lo que queda después de estos últimos seis años, es necesario preguntarse si quien llegue será capaz de inventar otro país que dé certidumbre y esperanzas. A este respecto, faltará ver si quienes rodean y asesoran a la doctora Sheinbaum cuentan con las capacidades para lograr la acometida o si se tratará de la continuación de una campaña que parece no tener final.

Para comprobar, una vez más, que una cosa son los planes de los hombres y otra es la voluntad de los dioses, el pasado miércoles el huracán de categoría 5, Otis, devastó la costa del estado de Guerrero. Este huracán ha sido el más potente que ha afectado la costa del Pacífico mexicano desde que hay registro, superando al huracán Patricia del año 2015. Es de conocimiento común que el gobierno de Guerrero tuvo la oportunidad de anticipar y avisar para que sus ciudadanos pudieran defenderse mejor ante lo sucedido. Aunque también es verdad que nadie podía prevenir que el ciclón que inició siendo una tormenta tropical se acabara convirtiendo en un huracán tan desastroso como lo ha sido Otis y era aún más difícil saber que lo haría en tan corto espacio de tiempo.

La fuerza arrolladora de Otis obligó al presidente López Obrador –en una extraña maniobra logística que sólo él y su equipo podrían justificar– a trasladarse vía terrestre a Acapulco de ida y haciéndolo vía aérea de regreso para ver la situación con sus propios ojos y, quiero entender, demostrar empatía con los damnificados. De cualquier manera, partiendo del hecho de que los presidentes no son responsables de las catástrofes naturales, sí son de lo que pasa con las consecuencias. Las imágenes de la visita exprés del presidente López Obrador a Acapulco son la representación de un gobierno que está atascado, embarrancado y haciendo uso de las Fuerzas Armadas para que la administración pueda salir del barro en el que está metido.

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