Durante mucho tiempo el temor al llamado ‘México bronco’”, donde el tigre simbolizaba el caos, la ruptura del equilibrio social y un peligro concreto para todos, fue una constante que atemorizó a todos los mexicanos. De hecho, hace apenas seis años, antes de Andrés Manuel López Obrador –o después si se consideran los más de 18 años de campaña ininterrumpida del actual Presidente del país–, esta figura del tigre infundía miedo y señalaba un peligro inminente en la población. Hoy en día, sin embargo, parece que el tigre está domesticado, incluso pudiera dar la impresión de que se encuentra relegado y contenido en los sótanos del Palacio Nacional. Nadie teme ya su resentimiento ni sus acciones. Nadie saca el tigre con excepción de su domador. Todos han dejado de temerle al tigre. En cambio, la política, no sólo en México sino en muchos países, se ha transformado no en el temor de lo que el tigre pueda hacer, sino en la amenaza de los exabruptos y el fuego que lanzan los dragones.
Estos signos de destrucción se manifiestan no sólo en los ataques entre políticos, sino también en las campañas electorales, donde las explosiones retóricas han reemplazado a los zarpazos del tigre. Es como si nos estuviéramos convirtiendo en dragones, respirando y viviendo en un mundo cada vez más incendiario. No pretendo emular la capacidad analítica de un profesional, aunque algo me dice que hemos pasado de tratar de evitar los embistes del tigre por conformarnos y empezar a acostumbrarnos con los alarmantes alaridos y bufidos llenos de fuego contenido del dragón en el que nos vamos convirtiendo las sociedades.
Es verdad que, en nuestra sociedad, la política se está viendo afectada por el gran imperio del norte. Ya lo vimos en el pasado cuando se nos menospreció como una mera banda de “violadores y drogadictos” que sólo buscan cruzar la frontera para robar los empleos originalmente destinados para los estadounidenses, pero que no están dispuestos a desempeñarlos. Hoy surge una nueva amenaza, pero ahora no sólo es contra nuestros compatriotas que idean diariamente cómo esquivar las amenazantes patrullas fronterizas, sino que se trata de un peligro que ya se empieza a respirar dentro de la misma sociedad de Estados Unidos. Y la prueba más fehaciente de ello es el discurso repetitivo de Donald Trump anunciando que un “baño de sangre” se desatará en caso de no ganar las elecciones. Aunque no hay antecedentes directos de líderes como Hitler, Trump, que se negó a aceptar su derrota en las elecciones de 2020, continúa amenazando con hacer uso de la violencia si se cuestiona su victoria en los próximos comicios electorales.
Donald Trump es personaje que, desde lo sucedido en 2020, siempre ha dicho que ha sido víctima de las conspiraciones confabuladas en su contra para evitar que sea quien lidere a su país desde del Despacho Oval, y su retórica política siempre parece estar impregnada de referencias sangrientas y divisiones. Pero Trump no es un hecho ni un personaje aislado. Más allá de las fronteras, la violencia política también está presente, basta ver los políticos asesinados en las primeras semanas de las campañas electorales en distintas partes del mundo, aunque principalmente en nuestro país. En México ya no sólo es un verdadero peligro ser periodista o ser defensor de la verdad, sino que también aspirar a un puesto público desde el cual se pueda mejorar la vida de los ciudadanos se ha convertido en una amenaza. Aunque aún no se ha llegado a un punto crítico como el que pretende desencadenar el candidato estadounidense del Partido Republicano, existe la preocupación de cómo se manejará la derrota de los candidatos y qué acciones tomarán sus partidarios.
En México no deberíamos estar tan sorprendidos por cómo se están desenvolviendo las cosas. No ha pasado ni un mes del inicio de las campañas y ya hay víctimas entre los aspirantes a puestos públicos en nuestro país. Es verdad que –hasta el momento– aún no se ha atentado contra alguno de los candidatos que podrían tener un mayor impacto o repercusión en la sociedad, aunque también es cierto que desgraciadamente el tema de los asesinatos a candidatos políticos que tienen aspiraciones modestamente serias no es algo nuevo ni parece que dejará de suceder. Sin entrar en conspiraciones o en ideas preconcebidas no podemos olvidar que este tipo de acontecimientos ha sucedido desde hace décadas; basta recordar a personajes como Luis Donaldo Colosio, o más reciente el asesinato al candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio, o tantos otros aspirantes que han sido víctimas de la violencia política. Se trata de una explosión urbi et orbi que no está contenida en una delimitación geográfica o condicionada a una situación social en específico.
Hemos llegado a un punto en el que no se trata de cancelar o evitar que se lleven a cabo las próximas elecciones, sino que lo que verdaderamente está en cuestión es qué hará el todavía presidente López Obrador para evitar la menor cantidad de sangre derramada en su ya muy violento sexenio. También está por verse de qué forma reaccionaría el líder de la cuarta transformación y sus más fieles seguidores en caso de que –aunque poco probable– pudiera llegar a perder su candidata y sus más sólidos aspirantes a anhelar la tan ansiada mayoría en el Congreso. Y es que desde 2006, con su completo bloqueo de Reforma y sus distintas reacciones ante una reforma, modificación o proyecto de ley o de cualquier otro tipo, también queda claro que –al igual que cualquier otro político con intereses y ambiciones– a nuestro Presidente no le gusta nada perder.
¿Qué pasaría si los socios deciden aligerar la nómina de los problemas del presidente López Obrador? En cualquier caso, nos estamos enfrentando a un dragón, un símbolo de peligro y de destrucción política y del orden que conocíamos hasta este momento. Es aceptable utilizar diversas estrategias políticas como puede ser la retórica y la persuasión continuada a través de ofrecer todo lo que el pueblo necesita, pero lo que es inaceptable es recurrir a la violencia y la destrucción del orden establecido. En este momento en el que ya todo gira en torno a las encuestas y los candidatos, debemos tener muy claro lo que está en juego y ser conscientes de que las encuestas y proyecciones son sólo sombras que no reflejan la realidad y lo único definitivo es lo que se dé a conocer el próximo 2 de junio en las actas oficiales. Mientras tanto, hace ya mucho tiempo desde que el autor de El arte de la guerra, Sun Tzu, escribió que lo primero que hay que hacer con los enemigos es quitarles cualquier posibilidad o esperanza de alcanzar el triunfo.
En medio de este predesfile político y dentro de este paseo de dragones, hoy más que nunca necesitamos líderes capaces de construir, no destruir. Conviene no creer y ser un crítico muy celoso sobre las promesas de campaña y los verdaderos deseos de las partes involucradas sobre el futuro de las sociedades. Nuestra prioridad debe ser evitar que el dragón logre su cometido, aprendiendo de la historia y evitando que la tierra sea arrasada, tal y como Hitler intentó hacer en su tiempo con Rusia. El líder alemán siempre dijo que el error y la lección de la campaña de Napoleón en territorio ruso fue no haber arrasado con todo y dejar vivo a un enemigo que más adelante fue quien preparó el golpe de gracia al mayor ejército de la época que era el francés.
En este tiempo en el que los zarpazos de tigres han sido sustituidos por las bocanadas incendiarias de los dragones, es hora de prepararnos y trabajar juntos para asegurar un futuro sin destrucción ni violencia política desmedida.