Año Cero

El mundo en México

Esta administración ha logrado cambiar la globalización por el nacionalismo y la localización, dejando escapar una oportunidad única para el desarrollo de nuestro país.

Una de las grandes ventajas que habrá tenido la 4T, pero, sobre todo, la visión especial y particular del presidente López Obrador, es que de principio a fin sostuvo y llevó a la práctica su mentalidad sobre que la mejor política exterior es la política interior. Los alegatos contra la intromisión en nuestra soberanía; el mantenimiento y defensa de nuestra independencia energética; la ofensa que se nos pueda hacer simplemente por la idea de que en algún momento pudiéramos llegar a depender más de alguien –por ejemplo, de Estados Unidos– que de nosotros mismos, han sido los elementos principales de la política del presidente López Obrador.

Siguiendo esta línea, esta administración ha logrado cambiar la globalización por el nacionalismo y la localización, dejando escapar una oportunidad única para el desarrollo de nuestro país. Y es que cuando todo el mundo –ya no es el caso– estaba encaminado hacia la ruptura de las fronteras, hacia la uniformidad de los sistemas y parcialmente a la concepción no de un pensamiento único, pero sí de una tecnología común, el presidente López Obrador nos aisló y encapsuló en un ideal absolutamente irredento e imposible de alcanzar. Es decir, el presidente nos condicionó a conformarnos con la idea y el hecho del México que pudo ser contrastado con el México que es.

Estamos en América. Somos el segundo país más grande e importante de América del Norte. También somos el soporte –hasta aquí, aunque cada día menos– de la renovación generacional de América del Norte. Somos también el punto de expansión más lógico y natural de los negocios en la aplicación del T-MEC y en la explosión del nearshoring. Pero, sobre todas las cosas, somos un país democrático. Y aunque tengamos nuestras singularidades como, por ejemplo, el hecho de estar apoyando a Cuba –de una manera irreverente– a tener un sistema político, de defensa, de igualdad y facilitando la comprensión de fenómenos como el chavismo o cualquier movimiento izquierdista, totalitarismo o similares. Poco a poco, nos hemos ido configurando como un país que solamente quiere tener algo que ver pero que no se adentra de lleno en ninguna causa.

El pensamiento económico no ha cambiado porque, así como López Obrador entendió –con una rotundidad aplastante– que cuando se es de izquierda o das el golpe o te lo dan, así también comprendió que tranquilizar y estrechar la relación con los principales actores económicos era una pieza clave para consolidar el éxito de la 4T.

Este es el día en el que cuando uno habla con los principales elementos y con los fondos y bancos en Europa, por ejemplo, uno se da cuenta de que México sigue siendo un país promisorio y al cual hay que dirigir las oportunidades y las inversiones para seguir creciendo. Es decir, nada de lo que ha pasado y todo lo que hemos vivido bajo esa manera tan singular de aplicar la política, siendo formalmente impecables en el tratamiento de la disciplina y la ortodoxia económica y absolutamente liberales y conformistas en el sentido de que aquí sólo se apoya no al que más lo necesita sino al que con muy poco apoyo se pueda tener siempre de nuestro lado, hemos constituido un sentido de esperanza en el que –hoy por hoy y es necesario aceptarlo– tarde o temprano las inversiones llegarán a nuestro país.

Pese a la política de aislamiento internacional efectuada, pese a no querer realizar más que contadas y necesarias visitas de Estado y pese a enfocarse mayoritariamente en el desarrollo interno –descuidando por completo las relaciones internacionales–, hay que reconocer que México sigue siendo uno de los principales y más atractivos destinos de inversión de cara al futuro. No sé si esto se pueda o deba atribuir completamente al trabajo realizado –o no realizado– por la administración del presidente López Obrador, pero hay ocasiones en las que los hechos hablan por sí solos.

El mundo actual no se parece en nada al que recibió con brazos abiertos y esperanza de un verdadero cambio al presidente López Obrador aquella noche del primero de diciembre de 2018. Hoy el mundo está en guerra. Un mundo en el que la tercera guerra mundial forma parte de los alegatos convencionales. Se trata también de un mundo en el que las amenazas de usar las armas tácticas o nucleares han llegado a formar parte de nuestra vida diaria sin que nada salga corriendo. Es un mundo en el que, pese al triunfo relativo de la economía estadounidense, pareciera que –si hoy fueran las elecciones– sería Donald Trump quien ocuparía la Casa Blanca a pesar de las decenas de procesos penales y civiles en su contra. Y es que, hay que reconocerlo, la inundación de la información por la vía de las redes sociales junto con el hecho de que estamos al borde de un posible fracaso generacional, el mundo al que pertenecemos es preocupantemente distinto a todo lo que se había visto en el pasado.

No sé si fue el aire, el hartazgo o la forma de hacer política en Estados Unidos lo que en primera instancia provocó que Donald Trump fuera electo como el cuadragésimo quinto presidente estadounidense, pero lo que este personaje ha logrado hacer en la que supuestamente es la mayor democracia del mundo, es digno de un análisis minucioso. No sólo logró instaurar la mentira como forma de gobernar y eximirla de cualquier consecuencia, sino que además ha puesto en entredicho todo el aparato judicial de su país. El simple hecho de que un ciudadano con procesos penales y civiles en su contra pueda tener una gran posibilidad de consagrarse como el próximo presidente de Estados Unidos es algo que hace cuestionarnos todo lo que hemos estado haciendo o dejando de hacer los últimos años como sociedades.

Cuando inició la administración de Andrés Manuel López Obrador, Europa estaba en una guerra larvada. Hoy está en una guerra declarada. La menor es la que hay entre Ucrania y Rusia; la mayor la que le tiene declarada el mundo musulmán a la cultura occidental. En países como Francia, la población musulmana cada vez va más en aumento y habiéndose consolidado el islam como la segunda religión del país. Pero lo que es más preocupante es que, a pesar de haber sido inicialmente bienvenidos en distintas partes del continente europeo, el sentimiento que anida en los musulmanes no es de agradecimiento ni de orgullo, sino de reivindicación y, sobre todo, es un sentimiento de lucha. Al parecer, ellos nunca perdonarán los esfuerzos y acciones efectuadas para buscar cambiar el sistema de vida y sus creencias religiosas.

Con una América del Norte, Europa y Américas cómo están, es necesario reconocer que –en el fondo– este aislamiento del que venimos y que hemos practicado durante los últimos años no es lo peor que nos podía haber pasado. Otra cosa es cómo se educa a un pueblo, cómo se generan ambiciones, cómo se crean aspiraciones en un país en el que pensar diferente está mal visto y te hace acreedor de la descalificación para ser un buen ciudadano.

Aún están por verse las consecuencias que tendrá el haber tenido un liderazgo social tan absolutamente marcado, definitorio y encerrado como el que hemos tenido durante la 4T. Durante los últimos seis años, es como si el mundo sencillamente hubiera desaparecido para el presidente Andrés Manuel López Obrador y su administración. Sin embargo, los mexicanos –que nos caracterizamos por compaginar con quien sea allá adonde quiera que vayamos– no estamos dispuestos a seguir solos ni aislados de lo que pasa más allá de las fronteras. Sea quien sea que finalmente se haga con la victoria, el nuevo gobierno tendrá que vivir rompiendo barreras y descubriendo que la era de la que venimos es la de la globalización y, por mucho que uno se empeñe, no hay cómo hacerle para que te dejen vivir en tu changarro en paz.

COLUMNAS ANTERIORES

Sólo se aprende lo que se comprende
Sheinbaum: forma y fondo

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.