Año Cero

Sólo se aprende lo que se comprende

La decepción y la pérdida de la confianza popular en los sistemas es lo único que verdaderamente se ha impuesto de manera definitiva en el sentimiento de los pueblos.

No es brujería. No es un milagro. Es un detenimiento en la realidad más cercana sabiendo que hubo un tiempo en el que –como si fuera una obra del renacimiento– la separación de poderes y la llamada democracia burguesa era el cuadro pintado en la pared de la historia de los pueblos. Esa imagen los animaba y los hacía aspirar a sentirse, primero, sensitiva y respetuosamente gobernados y, segundo, para salvaguardar los derechos de los ciudadanos y, posteriormente, los derechos de los gobiernos.

¿Qué ha pasado? Desde el final de la Segunda Guerra Mundial; desde que empezamos a jugar con las armas nucleares; desde la caída del Muro de Berlín; desde la victoria limitada y aparente del capitalismo, y desde lo de que Francis Fukuyama definió como el fin de la historia, ha pasado de todo alrededor del mundo. Pero, sobre todas las cosas, ha pasado una cosa fundamental para entender los golpes de la historia. La gobernanza y el modelo de lo que ofrecimos, lo que prometimos a los pueblos y de lo que se trataba el trato democrático, simplemente ha fracasado. Los pueblos no están mejor administrados. La clase política mundial no es más honesta y, lo que es peor, ni siquiera es más capaz. La decepción y la pérdida de la confianza popular en los sistemas es lo único que verdaderamente se ha impuesto de manera definitiva en el sentimiento de los pueblos.

En una sorprendentemente grata visita que tuve la oportunidad de hacer hace poco tiempo a Venezuela, pude ver dos fenómenos clave. El primero, las revoluciones tienen un comienzo, una culminación y luego –si tienen suerte– no es que desaparezcan, sino que tienen una capacidad de reencarnar. Hay revoluciones –salvo en el caso cubano– que cuanto más grande sea el desafío, mayor fuerza adquieren. Y, segundo, que las revoluciones tienen que estar respaldadas por un hartazgo lo suficientemente grande o prolongado que ningún elemento externo o interno sea capaz de socavarlas. Ese fue el ambiente que pude ver y respirar durante mi estancia en el país venezolano. Ya veremos qué es lo que pasará cuando los ciudadanos acudan a las urnas el próximo 28 de julio.

Los extremos y las polarizaciones son las dos características que mejor pueden describir los actuales sistemas democráticos y políticos del mundo. La gente ya no sueña con la obra maestra de la democracia que fue la instauración del sistema de la separación de los poderes. Es más, cuando fui preguntado por un miembro de la clase política sobre qué es lo que había pasado el pasado primero de junio, le contesté que Andrés Manuel López Obrador había conseguido eliminar la cabeza de la ecuación democrática. La separación de poderes era un enlace directo entre el estómago y el voto.

¿Qué le importa y qué mueve a los pueblos que no tienen claro sobre qué pisan, sobre qué duermen, qué es lo que los protege de la lluvia o que no saben qué garantiza la llenada de sus estómagos? Si no son conscientes ni tienen respuestas claras sobre estas cuestiones, ¿qué podría importarles la garantía de un sistema democrático en donde prime la separación de los poderes?

Lo que está sucediendo no es un fracaso mexicano ni estadounidense ni español ni dominicano ni venezolano, es un fracaso global. Por eso, cuando uno mira a Europa y ve que, por ejemplo, Inglaterra ha desempolvado el servicio militar obligatorio y que en Alemania también se ha vuelto a plantear la posibilidad de exigir el servicio militar a sus ciudadanos, el fantasma del desastre se limita a asomar la mirada y esperar a que todo llegue a un punto de quiebre. En la era de la conquista de la comunidad LGBT y en la era de la crisis global de los gobiernos, parece increíble que el mundo despierte otra vez la necesidad de exigir el servicio militar a sus ciudadanos. Putin lo hizo y la consecuencia fue provocar el mayor número de exiliados y huidos de su país desde la época del camarada Stalin.

El mundo sigue asombrado frente al espectacular, contundente e inobjetable triunfo democrático de la cuarta transformación que Andrés Manuel López Obrador comenzó a liderar cuando resultó electo presidente de México el primero de julio de 2018. Sin embargo, a estas instancias la gente ha comprendido dos cosas. Primero, las personas se han vuelto conscientes sobre que los gobiernos, tal como están, no les sirven. Y si no les sirven y el problema es parar la lluvia que nos moja y garantizar tener la tortilla que nos alimenta, se acabó el sueño guajiro de tener un sistema político que garantice libertades cuando no es capaz de garantizarte el derecho a una alimentación adecuada, un vestido digno y a la protección que brinda el contar con un techo.

En mi opinión eso fue lo que pasó el 2 de junio de este año y naturalmente quien no quiera comprender y, por lo tanto, quien no quiera ser consciente de que los pueblos ya no se mueven por escenarios ideales e incumplidos de manera reiterada durante más de un siglo, no podrá entender que el sistema de elección gubernamental ha cambiado por completo. Hoy los líderes no se eligen pensando hacia el futuro, se eligen teniendo la vista en el corto plazo y sin tener más elementos en consideración que aquellos que aseguran la supervivencia inmediata de sus pueblos. Hay un proverbio chino que dicta: “Dale un pez a un hombre y comerá hoy. Enséñale a pescar y comerá el resto de su vida”, pues bien, hoy las personas han demostrado preferir votar por quien les da el pez que por quien los podría enseñar a pescar.

En política es muy importante tener en consideración la grilla, los rumores, el chisme y los distintos contextos. Al final del día hay que entender que las cosas nunca pasan por casualidad; para comprobarlo, cierre los ojos y analice lo que verdaderamente signifique que en un país como Alemania se reinstaure la posibilidad de volver obligatorio el servicio militar y una ley que autorice la deportación masiva de migrantes. Adiós Angela, adiós para siempre. Adiós a los millones de refugiados que han llegado a reencontrar la esperanza dentro de las fronteras alemanas y de la Unión Europea gracias al esfuerzo hecho por Angela Merkel. En Francia están a punto de estrenar un gobierno en el que cohabitará la centro-derecha y la extrema derecha. En Inglaterra el partido laborista está a punto de tener el éxito más importante de toda su carrera desde la época de George Bernard Shaw.

Sabido es que las revoluciones acaban cuando los estómagos se vacían, pero no sólo las revoluciones, sino que cuando esto sucede los sistemas políticos también llegan a su fin. Este régimen que termina y que iniciará su segundo piso de la mano de Claudia Sheinbaum prometió llenar los estómagos de sus ciudadanos, cosa que –a costa de un precio muy alto– hasta el momento ha logrado. Falta ver cómo se desenvolverá la que hasta el día de hoy no sólo es la persona más votada en la historia del país, sino también la primera mujer en conseguir el más alto puesto de liderazgo y poder de México.

El contexto actual nos deja un escenario en el que, aparte de la revolución de los estómagos en México, la única revolución posible, la que se está produciendo y la que sería una barbaridad que la doctora Sheinbaum no aproveche es la revolución del género. Ella es la primera mujer que puede y tiene todo el derecho del mundo a crear un gobierno cuya parte preeminente sea el toque femenino.

La revolución del género. La conquista de poder demostrar, por la vía de los hechos, que la diferencia entre ellas y ellos a la hora de ejercer el poder es que ellas nunca olvidan que tienen en su mano la garantía absoluta de la continuidad de la vida. Y, por lo tanto, la capacidad de destrucción de las mujeres es infinita –como lo es en todo ser humano–, pero con unos elementos que los hombres no poseemos.

Mientras tanto, la batalla entre el ayer y el mañana continúa. Hasta el día de hoy seguimos sin contar con toda la información sobre las características y conformación del control político y de los brazos ejecutores del nuevo sexenio. Esta política de ir dando a conocer el gabinete presidencial en cómodos plazos ha dejado en el aire tres incógnitas fundamentales. Y éstas son, nada más y nada menos, que el destape definitivo de quien liderará la Secretaría de Gobernación, la Secretaría de Defensa Nacional y la Secretaría de Educación Pública de México, esta última siendo la institución que fue la gran víctima del sexenio. Hoy la educación está sumamente lastimada en el país; ya veremos si quien se nombre sea capaz de recomponer el camino. En algunos casos, los contendientes parecen ser claros, aunque hay que recordar que siempre hay espacio para la sorpresa.

Estando exactamente a tres meses para la toma de posesión de la doctora Claudia Sheinbaum aún falta por definir cómo será la verdadera esencia del poder a partir de aquí. Y no es desdeñable que ya se haya tomado la decisión sobre que, pase lo que pase, el camino rumbo a 2030 ya ha iniciado y la intención es clara: llegar a ese momento con todo el poder en la mano.

COLUMNAS ANTERIORES

Sheinbaum: forma y fondo
América del Norte sin ley

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.