Año Cero

La relación México-Estados Unidos: El ojo del huracán

La captura de ‘El Mayo’ Zambada y del hijo del ‘Chapo’ Guzmán afecta significativamente el panorama electoral en EU, así como también tiene su repercusión en nuestro país.

No es sólo hecho de que sean tiempos de tormentas, sino que estamos en el ojo del huracán. Por si algo le faltaba al panorama de la relación entre México y Estados Unidos, lo sucedido el pasado jueves –ya sea que se tome como un regalo, un cierre o como algo malo– es el anuncio de un tiempo nuevo. Habría que remontarse al asesinato de Kiki Camarena, en 1985, para entender lo que significa la injerencia por parte del gobierno de Estados Unidos con tal de llevar ante su justicia a quienes formaban parte de su lista de más buscados.

Ismael El Mayo Zambada es mucho más que el cofundador del Cártel de Sinaloa. Se trata de un hombre de formas moderadas, discreto y que, aunque el gobierno de Estados Unidos le esté reclamando 14 mil millones de dólares, se trata de alguien con un comportamiento diferente al que normalmente se pude identificar con quien es parte del estruendo y del manejo con poco sentido común de la riqueza obtenida por el imperio de las drogas.

El Cártel de Sinaloa, junto con el Cártel Jalisco Nueva Generación, es el más importante de México y de gran parte del continente americano. Habiendo tenido personajes como su otro cofundador, El Chapo Guzmán, que completan no solamente la leyenda sino los hitos de la lucha contra el tráfico de drogas en todo el mundo, el Cártel de Sinaloa es uno de los grupos del crimen organizado que más dolores de cabeza –sino es que el que más– le han causado tanto al gobierno de México como al de Estados Unidos. De ahí que El Chapo se encuentre en una prisión federal de máxima seguridad en Colorado y sin tener el derecho de visitas ni llamadas ni de amigos, familiares ni incluso de sus abogados.

El Mayo Zambada era como un catalizador dentro de los límites del cártel. Su captura –que por lo que se dice se trató de una emboscada– deja muchos enigmas en el aire y es que si alguien había sido capaz de esquivar y mantenerse fuera de cualquier situación que lo pusiera al alcance de las garras de sus captores, ese había sido El Mayo. Si Estados Unidos lo secuestró contra su voluntad sin decirle nada al gobierno de México, fue una mala maniobra. Si, como también se rumorea, El Mayo Zambada se entregó voluntariamente al gobierno de Estados Unidos sin tener una garantía de su defensa y de lo que indiscutiblemente terminarán afectando las condiciones políticas, sociales y económicas de México, estuvo peor.

En cualquier caso, este es un hecho de tal relevancia que terminará afectando no solamente la relación bilateral, sino también la paz interna del país. ¿Qué significa que, como ha sucedido en otras ocasiones –aunque nunca de esta dimensión–, la comunicación entre los gobiernos de Estados Unidos y México pueda permitir una situación como esta? Ya sea por el posible secuestro de unos ciudadanos mexicanos o bien porque se haya llegado a un acuerdo y no sea un secuestro sino simplemente una entrega para, después de una negociación, tener un panorama más claro desde el punto de vista legal. El gobierno mexicano debe tomar muy buena nota de lo que está sucediendo, sobre todo porque a partir de aquí –y recordando otras experiencias como la que significó la detención del antiguo secretario de la Defensa Nacional de Enrique Peña Nieto, Salvador Cienfuegos, durante la administración de Donald Trump– esta situación puede acabar siendo como una espada de Damocles que condicione, por una parte, la acción de la nueva presidenta de México. Y, por otra parte, que sirva para sembrar la inquietud sobre lo que le puede llegar a pasar a los responsables de la situación actual.

Pasando a otro tema, el discurso de despedida de Joe Biden pronunciado desde el Despacho Oval el pasado miércoles a las 8 de la noche, hora de la costa este de Estados Unidos, fue una representación de lo que es él, pero, sobre todo, lo que representa es una época que definitivamente ha sido sobrepasada en la nación estadounidense. Nos encontramos en medio de una situación en la que la polarización, el enfrentamiento, el desgarre y la crisis interna de Estados Unidos son los elementos que marcan no sólo esta campaña sino el comportamiento y la actuación política de una sociedad que no termina por encontrar su rumbo ni identidad.

En este punto me sorprende que los estrategas de la campaña de Donald Trump todavía no hayan caído en la cuenta de que con la despedida de Joe Biden se ha terminado el modelo que tenían de campaña. La llegada de Kamala Harris cambia tanto la situación, que a partir de aquí cualquier cosa puede pasar. En sus primeros días de una especie de precampaña –ya que, aunque parece que sólo es cuestión de tiempo, hay que recordar que formalmente aún no ha sido electa como la candidata a la Presidencia por parte del Partido Demócrata– la actual vicepresidenta de Estados Unidos ha dejado ver cuánta gente está dispuesta a donar dinero para que no llegue Trump a la Casa Blanca. Pero más allá de su sorprendente capacidad de recaudación, lo que llama la atención es que es dinero que los contribuyentes estaban dispuestos a dar a la causa, pero que no lo hicieron mientras Joe Biden era el candidato.

Kamala Harris podría llegar a ser la respuesta de todas aquellas personas que no lograban sentirse representadas ni por Trump ni por Biden. No obstante, a estas alturas es muy difícil pronosticar cuál será el efecto de la irrupción en la carrera presidencial de Harris. Será interesante ver qué impacto tiene su llegada, por ejemplo, en el electorado femenino o en aquellos grupos que ven con buenos ojos lo que representa la primera mujer en la historia de Estados Unidos en lograr ocupar la vicepresidencia. Es muy pronto para saber qué efecto tendrá, por ejemplo, en la juventud. Tampoco sabemos qué parte de los blancos –pertenezcan o no al cinturón del óxido, al que también pertenece el candidato republicano a vicepresidente, JD Vance– puede sentirse representado por la oferta que significa Kamala Harris.

Hoy, en la mayor parte del mundo –principalmente en el mundo occidental–, las personas tenemos la libertad de ser lo que queramos ser. La conquista de las libertades y de los derechos ha sido uno de los grandes logros que ha tenido esta generación. Después de movimientos y fenómenos tan impactantes como lo fue Me Too, el feminismo y la lucha de las mujeres por conseguir ser respetadas, valoradas y protegidas es un elemento que está marcando y marcará una parte importante del desarrollo de las sociedades. La opción Kamala Harris podría ser la respuesta del deseo de imponer ese camino en Estados Unidos, además de lograr algo inédito e histórico que sería convertirse en la primera mujer en ocupar el Despacho Oval.

Si Harris llegara a ser quien gobierne lo que queda del imperio estadounidense, habría que recordar que ella es una representante étnica muy diferente de lo que fue, por ejemplo, Barack Obama. El padre de Kamala Harris es jamaicano, mientras que su madre es de nacionalidad india. La actual vicepresidenta estadounidense no tiene identificación con la vida ni con las heridas tan profundamente marcadas en el alma y la historia de los afroamericanos. Tampoco la tiene con los asiáticos, ya que representa y está dentro de una parte del resultado de la mezcla étnica que le permite tener, si no lo mejor de todos los mundos, sí unas circunstancias en las que, al menos en principio, no heredó las cargas de odio o de rémora social que tienen otros representantes de minorías étnicas.

No hay que engañarse, como pasó con Barack Hussein Obama, alguien en algún lugar en la estructura de su partido o de lo que queda –que es mucho– del Estado profundo estadounidense, estará ya preparando quiénes serán los principales acompañantes, en caso de una victoria electoral demócrata. Una victoria que, si se produjera, sería casi tan sorprendente como fue la victoria electoral de Donald Trump en 2016.

El mundo es un caos. No hay que confundirse, estamos viviendo una situación que no tiene parangón. El principal problema de Estados Unidos es que es necesario hacer política y volver a un protagonismo social para que la democracia más longeva de la historia no olvide quién es. Que recuerde el legado de los Padres Fundadores. Que se trata de un país que hasta aquí siempre ha hecho lo que ha querido o se ha propuesto basado en la unión. Desde Abraham Lincoln y su célebre discurso sobre que no es posible tener éxito con una casa dividida, el mayor problema estadounidense siempre ha sido la ruptura de los equilibrios o las guerras civiles.

¿Podrá Kamala Harris ganar la elección y representar el fin de esta polarización? Ojalá. El experimento de tener una nota de color en la historia presidencial estadounidense no sirvió para calmar las aguas. Al contrario, soy un personal convencido de que Trump nunca hubiera llegado al poder si no hubiera estado precedido por Barack Obama.

El día en el que el cinturón del óxido rechazó tener una presidenta como Hillary Clinton, en mi opinión, lo hizo porque tras el paseo exótico que supuso el haber tenido a un afroamericano en el Despacho Oval, se rechazó –al menos por lo que quedaba y por la importancia de los colegios electorales de los estados que le dieron el poder Donald Trump– que lo que estuviéramos viendo ahora fuera el inicio del gobierno de las familias del poder. O, dicho de otra manera, como en algún momento pronunció Benjamin Franklin –y que Joe Biden la semana pasada recordó en su discurso– Estados Unidos es una república, siempre y cuando se pueda mantener como tal.

Las circunstancias son muy distintas a cualquier otra. En ningún otro momento de la historia de Estados Unidos el enfrentamiento interno ha sido tan intenso como ahora. Por eso, la consecuencia de producir una situación de cambio en la tendencia electoral, en mi opinión, hay que entenderla desde la base del gobierno del caos. Es posible que ese caos, como ya pasó en 2016, provoque que sea Kamala Harris quien se convierta en la próxima presidenta de Estados Unidos.

Nos encontramos en una situación en la que el presidente López Obrador tendrá que vivir con el estigma de que se los llevaron y se trató de una invasión. No es la primera vez que pasa, pero en esta ocasión se dio en medio de un momento en el que la campaña electoral estadounidense y los cambios producidos están sucediendo a tal velocidad que da vértigo.

La captura de El Mayo Zambada y del hijo del Chapo Guzmán afecta significativamente el panorama electoral en Estados Unidos, así como también tiene su repercusión en nuestro país, por más que el gobierno mexicano se haya deslindado de cualquier tipo de participación en la captura. Cabe señalar que para El Mayo es mucho más fácil ponerse de acuerdo con Kamala Harris o con el presidente Biden que con Donald Trump y los suyos. En cualquier caso, ya están en Texas y lo que suceda a partir de aquí se tiene que contar ya sea desde la vulneración absoluta de la relación por el secuestro o desde la colaboración y participación, convirtiéndose en testigos protegidos de ambos secuestrados. Ya veremos qué es lo que pasa a partir de aquí.

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