Año Cero

Necesitando un jefe o jefa

Si Donald Trump gana, confirmará la teoría de que, en tiempos de debilidad, las sociedades buscan a un hombre fuerte capaz de hacerlo estallar todo, pero con la templanza de mantener el control.

Hemos llegado al final de un trayecto que, se mire como se mire, comenzó en el año 2000, cuando el Tribunal Supremo de Estados Unidos decidió anular unos votos y aceptar otros, otorgándole la victoria a George W. Bush sobre Al Gore. En esa ocasión, el estado de Florida decidió la elección por una mínima diferencia de 537 votos, en una de las contiendas más cerradas de la historia moderna de Estados Unidos.

Al Gore, el vicepresidente de Bill Clinton y apóstol del cambio climático, quien advertía que, si no cambiábamos, la naturaleza nos cambiaría, se quedó a las puertas de la Presidencia por una decisión judicial. A pesar de la ínfima diferencia de votos, aceptó su derrota. Lo hizo sin intentar tomar represalias, ni sabotear la validez o autoridad del resultado emitido por la máxima instancia jurídica del país. Como un verdadero hombre de Estado, y por el bien de su nación, prefirió dar un paso atrás para evitar que la incertidumbre afectara el funcionamiento político y jurídico de Estados Unidos. Han pasado casi 25 años desde aquella histórica elección. A la velocidad con la que transcurre la historia hoy en día –impulsada por la revolución de las comunicaciones y la invasión tecnológica–, este suceso puede parecer más lejano de lo que es en realidad.

George W. Bush fue el primer presidente elegido por el Tribunal Supremo en la era moderna. El primer presidente de la era YouTube, con quien ya comenzaba a cristalizarse la revolución de las comunicaciones, fue Barack Obama. Y el primer presidente hijo de Twitter fue Donald J. Trump. Es peligroso y equivocado pensar que la revolución global que vivimos afecta sólo a quienes comprendemos lo que está sucediendo. La revolución de las redes sociales, el mundo virtual, la incapacidad para discernir entre la verdad y la mentira, y la capacidad de movilizar a las masas no mediante la demagogia, sino a través de la grosería sin límites que puede llevar a manipulaciones violentas, nos afectan a todos. A pesar de los problemas que enfrenta el mundo moderno, aún no hemos terminado en un río de sangre, aunque las condiciones éticas, políticas y sociales actuales hacen posible que tal escenario ocurra.

De manera inevitable, al igual que sabemos que Barack Obama sucedió a George W. Bush, debemos aceptar que la elección del 5 de noviembre próximo tiene características propias de esta nueva era que nos afecta a todos. ¿Estamos eligiendo entre ‘Guatemala y Guatepeor’? ¿Será un segundo mandato de Trump el fin del sistema democrático? Trump no es sólo un político populista que, contra todo pronóstico, ya fue presidente de Estados Unidos. Es un acusado, condenado incluso, aunque la sentencia aún no se haya materializado, por múltiples delitos. En las próximas semanas, Donald Trump no sólo se juega la posibilidad de regresar al Despacho Oval –con lo cual podría volver a manejar los recursos de su familia desde allí–, sino también su libertad.

Vivimos en tiempos extraños, donde es difícil establecer criterios objetivos. No se trata sólo de pedir a los políticos que no mientan o no roben –demandas que parecen imposibles–, sino de que las sociedades reflexionen sobre cómo destruyen sus propios sistemas al elegir, mediante el voto, lo que más tarde lamentan.

¿Será Trump o será Harris? Ningún experto sociológico puede prever con certeza el desenlace. Además, ¿cuánto durarán los estados de ánimo de las sociedades, que a menudo parecen encenderse con la fragilidad de una cerilla? Si no hay obligación de juzgar la actuación política con verdad, ¿por qué habríamos de pensar que estos ánimos perdurarán más allá de una llamarada pasajera?

Es difícil saber en qué terreno sociológico nos encontramos. Los latinos ya constituyen una minoría significativa en los estados clave para la contienda presidencial, y su voto podría ser decisivo. Podría haber un empate, pero la movilización generada por la vicepresidenta Harris introduce grandes incógnitas: ¿cómo y cuánto votarán las mujeres y los jóvenes? En la pelea entre Trump y Biden, muchos no sentían tener un candidato propio. Pero ¿quién ha financiado a la candidata esta vez? ¿Cómo se configura sociológicamente esta movilización, que parece tan nueva como la que experimentamos con Barack Obama en 2008?

El mundo ha cambiado, pero al final del día, el 6 de noviembre, las 800 instalaciones militares de Estados Unidos en el mundo seguirán allí. Lo mismo ocurrirá con los ejércitos y las capacidades militares, tan importantes hoy como lo fueron en la Segunda Guerra Mundial. Después de la elección, el poder ya no dependerá sólo de la capacidad económica y financiera, pues Estados Unidos tiene un competidor formidable en China. Aunque si hubiera un enfrentamiento frontal entre ambos, la estructura interna china podría convertirlos en los hipotéticos vencedores.

Independientemente de quién ocupe el Despacho Oval, lo cierto es que México seguirá siendo el principal problema de seguridad interna para Estados Unidos. Ninguno de los contendientes podrá ignorar que, sin resolver los problemas de México, no habrá continuidad para Estados Unidos. Lo peor que puede suceder no es una invasión ni la presencia del Ejército estadounidense en las calles mexicanas, sino que la batalla contra la inestabilidad mexicana –hoy confundida con los cárteles– se intensificará. Sea quien sea el próximo presidente, no podrá escapar de la necesidad de comprender cómo los cárteles se convirtieron en copropietarios del manejo del país.

Si Trump gana el próximo 5 de noviembre, confirmará la teoría de que, en tiempos de debilidad, las sociedades buscan a un hombre fuerte capaz de hacerlo estallar todo, pero con la templanza de mantener el control. Si, por el contrario, gana Harris, quedará claro que las sociedades constantemente buscan cambios y optan por aquel o aquella líder con la que más se asemeja al momento que están viviendo.

La moneda está en el aire y la elección está llamada a ser una contienda muy cerrada y controversial. No sé cómo será el mundo a partir de aquí, pero, como mexicano, lo que sí sé es que lo que viene es el fin de un ciclo donde inevitablemente seremos de los más afectados.

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