No hay sorpresas. Donald Trump, al igual que López Obrador, siempre fue claro con lo que pensaba hacer. Otra cosa es –como ha pasado en otros momentos de la historia– que se espere que se imponga el sentido común. Esto suponiendo que el sentido de la oportunidad política de algunos líderes, por muy disparatado y loco que parezca, no coincida con el sentido común colectivo del momento. Trump ha dicho cosas que para algunos pudieran parecer disparatadas o locas, pero que tienen todo el sentido –o al menos eso da la impresión– para los millones de estadounidenses que lo llevaron de vuelta a la Casa Blanca.
En algunas partes del mundo –como es el caso de Estados Unidos y México– vivimos tiempos de mayorías. Mayorías en el Congreso, mayorías en el Senado, mayorías en los estados gobernados. Mayorías y más mayorías que dejan a las oposiciones en el recuerdo de otros tiempos. El problema de tener el control casi absoluto de todo lo que sucede y lo que no dentro de un país es que se puede caer en el error de creer que una verdadera democracia está validada por el equilibrio de los poderes que la sustentan. En este sentido, tanto el presidente Trump como la presidenta Sheinbaum no deben olvidar que, así como sus pueblos les otorgaron su confianza en forma de votos, también será el pueblo quien los juzgará por sus acciones.
Trump ha consolidado un equipo de gobierno en tiempo récord, demostrando que aprendió de su pasada experiencia en el Despacho Oval. En esta segunda experiencia al frente del país fue consciente de que lo primero que tenía que hacer era crear su propio ejército para después adentrarse en la tarea de perseguir sin misericordia a quienes, tanto durante su presidencia como después de ella, lo habían engañado, estafado o perseguido.
México y Trump tienen una relación curiosa. Trump sabe que Estados Unidos no sería ni podría seguir siendo lo que es si no fuera por el enorme e importante trasvase de elemento humano que produce la migración, tanto la legal como la ilegal. Es verdad que en estos momentos –con todos los descubrimientos de la inteligencia artificial y la sustitución del elemento humano en los grandes procesos o cadenas industriales– existen serias dudas sobre cómo realmente se va a plantear la necesidad humana para los grandes procesos de producción. Dicho de otra manera, no es que los robots nos vayan a reemplazar, sino que la inteligencia artificial y la síntesis de los procesos productivos ponen en debate la indispensabilidad del recurso humano como no se había visto antes. El desarrollo y la consolidación de la estructura industrial dependerán de una coalición entre, por una parte, los componentes de inteligencia y análisis que sólo puede brindar una persona y, por la otra, el ahorro que representa sustituir el componente humano por elementos tecnológicos y automatizados.
El tema de la inteligencia artificial y la consolidación industrial es mucho más complejo de lo que parece. Si fuera sencillo, el dilema ya habría sido resuelto. Y es que no sólo se trata de identificar y poner en marcha los procesos más eficientes en tiempo y costo para las grandes empresas, sino que también hay elementos que forzosamente tienen que ser considerados y que van mucho más allá de implementar un método de producción. Tratados como el T-MEC, en los que se establecen una serie de reglas y normas que deben cumplir los tres países que forman parte, son indispensables para poder plantear una solución y un método de trabajo trilateral que sea benéfico para las partes involucradas. Más allá de las amenazas arancelarias o de los insultos –con intención o sin ella–, la realidad es que la alianza comercial entre México, Canadá y Estados Unidos representa uno de los principales bloques comerciales del mundo y que, por más que algunos líderes no lo quieran aceptar o les cueste verlo de esa manera, genera grandes beneficios para los tres países.
Son malos tiempos para México, aunque no lo son por todos los problemas económicos, industriales y sociales que enfrentamos. Lo son por la percepción y decisión deliberada e interesada de que a México le vaya bien, pero sólo hasta cierto punto. Esto, junto a la convicción de renunciar a colocar al Estado como el único administrador de la fuerza, ha terminado por pasar factura. En este momento, quien quiera negociar con nuestro país sabe que tiene que negociar con un gobierno y con varios cárteles. Si a eso se le suma el vicio, la depredación y, sobre todo, el incremento del consumo de drogas por parte de los estadounidenses, como consecuencia de la crisis social y moral que atraviesan, es como si estuviéramos viendo un caballo desbocado que galopa sobre un pavimento regado de muertos, de gente insatisfecha e infeliz, que simplemente no sabe hacia dónde va o cómo parará. Lo que toda esta situación deja claro es que no existirá seguridad interna en Estados Unidos sin antes arreglar el problema mexicano.
¿Por qué es tan controversial e importante la consideración de los cárteles como grupos terroristas? Que nadie se engañe: no es sólo porque al hacerlo ya podrían mandar ejércitos de intervención rápida en forma de drones o sicarios para eliminar, cazar y, si tienen suerte, detener a los líderes o a los personajes más importantes de los cárteles. No, el verdadero impacto de la calificación de grupos terroristas radica en que, al otorgar dicha calificación, la capacidad y marco de actuación de los fiscales de Estados Unidos cambiarían de manera sustancial. Es un cambio que, si bien conlleva el riesgo de deteriorar aún más la tensa relación bilateral, también tendría claros beneficios para los estadounidenses, como justificar el uso de tecnología avanzada de vigilancia o ayudar a ciertos sectores políticos estadounidenses a reforzar su narrativa sobre seguridad fronteriza, lo cual podría ser benéfico electoralmente hablando. Aunque la realidad es que uno de los grandes beneficios al clasificar a los cárteles como una amenaza terrorista sería que el gobierno estadounidense podría destinar más recursos presupuestales y militares al combate del narcotráfico, justificándolo como una cuestión de seguridad nacional.
Las penas, las sentencias y la notoriedad social de formar parte de una red delictiva dedicada al narcotráfico no son comparables con las penas y la persecución vinculadas a delitos de terrorismo. En otras palabras, es, sobre todo, un movimiento hacia el interior para que todo aquel que forma parte –y son muchos– o está relacionado con la industria de las drogas dentro de Estados Unidos enfrente un cambio radical en su horizonte de legalidad. No es sólo el tema del cambio en la severidad de las condenas, sino que, a partir de ese momento, se perseguirían todos los delitos asociados con algún vínculo o soporte al terrorismo.
Una cosa es ser el Cártel de Sinaloa o el Cártel Jalisco Nueva Generación y otra cosa es ser ISIS, Al-Qaeda o los grandes grupos terroristas actuales como Hamás o Hezbolá. No hay punto de comparación en cuanto al grado de permisibilidad, análisis o ignorancia hacia la infraestructura del narcotráfico en Estados Unidos. Creo que, en estos momentos, México debe ser consciente de que todo lo que se permitía o se daba hasta ahora ha terminado. Y que, a partir de aquí, las soluciones, la violencia y los recursos implementados para combatir los cárteles serán –al igual que sucederá con el tema migratorio– mucho más frontales y decisivos.
Trump está consolidando su gobierno, que en el fondo es su grupo salvaje. Si uno se fija bien, se dará cuenta de que a todos los califica y posiciona igual: son personas inadaptadas y extremas dentro de un sistema en crisis, pero que, a fin de cuentas, reflejan la actualidad de la política y la sociedad estadounidense. De ahí que contestarle con acciones políticas o amenazas sea completamente inútil. Esta situación sólo es posible arreglarla por la vía de los hechos, y lo que, en estos momentos, sería interesante preguntarle a Trump es qué es lo que más le importa. Por un lado, tendrá que decidir si tiene más peso formular un plan o estrategia que controle al caballo desbocado del consumo de drogas dentro del país o controlar el propio crecimiento económico de México con base en una estructura que, por lo menos de momento, invalide la posibilidad de tener un acuerdo entre iguales.
Dos amenazas, muchas dudas, un solo camino. Primero fue su intención de catalogar a los cárteles como grupos terroristas. Después, no le fue suficiente y Trump amenazó con imponer nuevos aranceles de hasta 25% sobre todos los productos que ingresen a Estados Unidos desde Canadá y México, hecho que, además, provocó la controversial declaración del jefe de gobierno de Ontario sobre que “comparar Canadá con México es lo más insultante”. ¿Hasta dónde parará el próximo inquilino de la Casa Blanca? ¿Le seguirá hablando a sus votantes o, en esta ocasión, la retórica trascenderá y se materializará en acciones? Trump, episodio dos. Próximamente.