Año Cero

Hijos del fuego

El siglo XXI arrancó con sangre y fuego, y ahora, con Donald Trump a las puertas de la Casa Blanca, el mundo parece regresar a ese punto de ebullición.

Hoy, con 25 años más a nuestras espaldas, es inevitable mirar atrás y recordar el inicio del siglo XXI. Apenas comenzado, el mundo se enfrentó a una transformación profunda y una parálisis sin precedentes. Crisis de todo tipo sacudieron al planeta, pero una vez más se demostró que la fe puede ser nuestro faro. Por eso, querido lector, le hago una invitación: cultive su fe y quédese con lo mejor de cada cosa y persona.

El siglo XXI arrancó con sangre y fuego, y ahora, con Donald Trump a las puertas de la Casa Blanca, el mundo parece regresar a ese punto de ebullición. Los enemigos de Estados Unidos y de la paz reflejan el caos lógico de un planeta en guerra. Pero la historia siempre tiene sus maneras de advertirnos.

Pensemos en aquel anarquista italiano que, con una daga en mano, puso fin a la vida de la emperatriz Isabel de Baviera, conocida como ‘Sissi’. Ese acto, aparentemente aislado, encendió la chispa que marcó el inicio del fin para el imperio austrohúngaro.

Lo que siguió fue una serie de tragedias para la dinastía Habsburgo. El asesinato del archiduque Francisco Fernando, en Sarajevo, a manos de Gavrilo Princip, no sólo apagó la vida del heredero al trono, sino que desató una guerra mundial. Lo que comenzó como un conflicto local en los Balcanes se convirtió en un baño de sangre global.

Ese asesinato fue el detonante que aprovechó el káiser Guillermo II de Alemania para redibujar el mapa de Europa. Con el imperio austrohúngaro debilitado, Alemania emergió como una potencia moderna, impulsada por su tecnología militar y su industria automotriz, con Mercedes Benz a la cabeza. Así, el káiser forjó un imperio montado sobre el avance tecnológico y la fuerza de sus cañones.

En este inicio de año surge una reflexión que no podemos ignorar: quien no conoce su pasado está condenado a perderse en el futuro. Pero no basta con saber de dónde venimos; necesitamos un plan. No es suficiente llegar a un destino si no entendemos para qué queremos estar ahí y qué haremos al llegar.

Hoy, nuevamente, el mundo está en llamas. Medio Oriente arde tras un siglo de conflictos. Por primera vez en su historia, Israel ha decidido plantar cara. Después de seis mil años de persecuciones y atropellos, tras haber sufrido el Holocausto y un sinfín de atrocidades, los israelíes han elegido dejar de disponer su cuello a merced de la guillotina de la historia.

La geografía política y estratégica de las naciones está en constante transformación, y con ello surgen nuevas tensiones. Europa no es la excepción: Austria, cuna histórica del carácter más duro de la extrema derecha, ya ha sucumbido a esas fuerzas. Las elecciones que se celebrarán en Alemania el próximo mes, pueden perfectamente abrirle la puerta a la extrema derecha alemana para que alcance el poder. ¿Ha olvidado Europa las lecciones de los extremismos? ¿O están sus sociedades tan perdidas que ya no saben lo que quieren?

México no está exento de esta amnesia histórica. Necesitamos recordar qué significaron el PRI, el PAN y figuras como Vicente Fox, o los acontecimientos que llevaron al triunfo arrollador de Andrés Manuel López Obrador en 2018. De igual forma, Alemania debe mirar hacia atrás y entender cómo líderes como Konrad Adenauer y Helmut Kohl construyeron el país que hoy se enfrenta a una encrucijada.

El desafío actual alemán no es mantener a Europa unida ni disciplinar económica o socialmente al Viejo Continente, sino evitar que el péndulo se balancee hacia la extrema derecha. O, en caso de que la extrema derecha triunfe en Alemania, su verdadero desafío será crear una dinámica política donde la extrema derecha –como está pasando en Italia con Giorgia Meloni, quien paradójicamente está haciendo un buen trabajo– pueda llegar a tener el gobierno sin asustar a nadie y hacerlo de manera eficiente.

Todo cambió. Hoy el mundo que conocimos ya no existe. Aunque estrictamente hablando en realidad nuestro mundo colapsó con las Torres Gemelas. Y ahora, en el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, el fuego se combate con el fuego y la sangre con la sangre.

Hasta donde se sabe, sólo ha habido dos atentados terroristas en Estados Unidos. Catalogar todo aquello que no cuadra con los intereses de un país como terrorista es algo peligroso e incluso extremista. Para hacerlo, lo único que necesita Trump en su regreso al Despecho Oval es tener todas las razones demostrables a través del miedo y la violencia de que su programa no es extremo. Aunque lo que sí es extremo es la situación que ha alcanzado el mundo.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el sistema político que impulsó el desarrollo democrático y el tránsito de dictaduras hacia sociedades libres ha comenzado a desmoronarse. Ya no es posible convencer a los pueblos de que invertir en derechos humanos y garantías constitucionales es la mejor decisión. La gente teme al vacío y, en su desesperación, prefiere la falsa seguridad de líderes autoritarios a la incertidumbre de democracias que no garantizan estabilidad.

Las instituciones que antes equilibraban el poder –asambleas, congresos, parlamentos– están debilitadas, y en algunos casos, han sido erradicadas. Si no corregimos el rumbo, el sueño democrático quedará como una utopía perdida. Pero no podemos permitir que eso suceda. No podemos seguir legando a nuestros hijos un sistema fallido. Debemos cambiar las dudas por certezas, el miedo por esperanza y las palabras por acción. Y para ello, necesitamos un plan.

Hoy, la confianza recae en líderes absolutos que se alzan por falta de oposición clara y propuestas contundentes. Pero el verdadero cambio no está en ellos, sino en nosotros. ¿Seremos capaces de protagonizar nuestro destino? Esa es la gran pregunta.

El concepto de guerras religiosas es algo que hemos ido aplazando y evitado enfrentar directamente desde el 11 de septiembre de 2001. El día que cayeron las Torres Gemelas, también sucumbieron las posibilidades de volver a usar la religión como combustible para la guerra.

Los ataques terroristas perpetrados en Estados Unidos son una manifestación y una reacción a las guerras religiosas encubiertas que durante tanto tiempo se gestaron, desarrollaron y contuvieron en Medio Oriente. La intervención occidental en la región y el cambio en las doctrinas militares de países como Siria y Líbano son apenas el inicio de un conflicto cuyas consecuencias podrían ser tan desastrosas como impredecibles.

Toda acción conlleva una reacción. Llevamos más de un siglo viviendo bajo la fantasía y la falacia de que la provocación y la culpa histórica asumida por el pueblo judío explican su condena a vivir rodeados de cien millones de enemigos. Pero, incluso si los israelíes logran superar lo que significa el desafío de vivir en constante amenaza, en todo momento deben estar preparados para el día después.

¿Qué vendrá tras el conflicto? ¿Algún día se apaciguará el fuego que amenaza la integridad y coexistencia de la región? ¿Se reconfigurarán los mapas y los intereses? ¿Cómo coexistirá con un Medio Oriente liderado por Arabia Saudita y su rey, Salmán bin Abdulaziz? La historia no da tregua, y el futuro siempre exige respuestas.

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