Año Cero

El remedio y la enfermedad

En México, estamos ante una situación en la que hemos decidido que es mejor no contar con el verdadero número de camas hospitalarias ni ventiladores disponibles.

Desde el principio de los tiempos y desde que el mundo es tal y como lo conocemos, unos han tenido que morir para que su lugar sea ocupado por otros. Y esto sucede porque resulta imposible e insostenible que todos permanezcamos al mismo tiempo ensuciando o bendiciendo –dependiendo el caso– el llamado planeta Tierra. A lo largo de la historia el ser humano ha sido testigo de cómo se han quemado dioses, desaparecido imperios y cómo durante milenios se han construido culturas que parecía que durarían por siempre. Pero, al final, lo único que ha prevalecido es la práctica de volver a empezar.

Después de tantos años –en los que siempre me cayó mal–, confieso que esta es la primera vez en que cada vez que Donald Trump aparece en la escena, me produce simpatía. Esta es la primera ocasión que cuando habla no siento atacada mi parte femenina ni que pienso que sería capaz de hacer cualquier cosa para meterme dentro de los cascajos y destrozos que él suele hacer para construir sus edificios. Es la primera vez en la que veo a Trump perdido, asustado y sin saber qué hacer. Pero es precisamente por su extrema condición de carnalidad, por su ausencia total de historia y de espiritualidad, y por su incapacidad de tener más grandeza que la que emana de la altura de sus edificios, que desde los jardines de la Casa Blanca, Trump pregunta, de manera humilde, ¿qué será peor, el remedio o la enfermedad?

Por mucho que le pueda llegar a aterrar y sin ser consciente de la carga histórica que tendrá esta situación, Donald Trump ha entendido que esta época se caracterizará como un before and after default anastro en la historia. Y, naturalmente, todos los poderes, toda la organización y todo lo que ha existido y que le da sentido a las crisis en cadena que estamos viviendo son una especie de before default. Ahora lo que es importante saber es cómo se desencadenará y se desarrollará este difícil momento que atravesamos.

Cuando Trump dice que no puede ser peor el remedio que la enfermedad, lo que en verdad está queriendo decir es que lo mejor es evitar que se mueran unos cuantos millones de personas de coronavirus. Las consecuencias de parar la economía serán terribles en el orden estructural. Con la traducción de cuántas vidas costará por la destrucción de las formas de vida y alimentación de millones. Estamos ante una alternativa del diablo.

La verdad es que el mundo se ha hecho de tal manera en el que parece que estamos siendo parte del salvaje Oeste. Un mundo en el que el caballo son tus ideas y tus pistolas es tu capacidad de emprender. Además, en este nuevo mundo es necesario saber que esa sensación que tenías al ir a la tienda de abarrotes de la esquina, tocar el lomo de los libros o apreciar la textura de la ropa ha sido sustituida por el nuevo Estado implacable; el cuarto Reich llamado Amazon. Por si algo le faltaba a la completa pérdida de la deshumanización del comercio.

Querido lector, recuerde por favor que, desde la época de Marco Polo y la ruta de la seda, el comercio lo ha sido todo. Acuérdese también de los cartagineses y sea testigo de cómo en la actualidad poco a poco hemos matado al comercio.

Hoy el comercio reside en nuestros teléfonos celulares y bajo el ejército imparable del cuarto Reich liderado por Mr. Jeff Bezos. En la actualidad todo está en liquidación. Sin embargo –al mismo tiempo que se jubila a millones de meseros, boleadores de zapatos, valet parkings y empleados con trabajos temporales que exigen salir a la calle– para poder nutrir los estómagos y las necesidades del mundo que no puede pagar, serán necesarios millones de nuevos miembros usando las camisas pardas de Amazon. Y mientras el mundo que conocimos va en caída, el imperio de Jeff Bezos cada día es más fuerte.

Antes de la revolución de las comunicaciones y del internet, no podías aspirar a que el Welfare State o Estado de Bienestar algún día te otorgaría una pensión. Piensa que si has llegado vivo –sin saber en qué condiciones– a más de sesenta y cinco años, posees el derecho a recibir una pensión por el simple hecho de seguir vivo.

En México, ¿de qué es peor morir, de una ráfaga de balas de cuernos de chivo, de coronavirus o de hambre? En nuestro país es necesario determinar dónde se ubica el quiebre del Estado, ya que no es posible comprobar si este se encuentra en las calles, en la inseguridad o bajo el hecho de que no importa dónde o cómo vivas, al final los que mandan son los miembros de los cárteles. Estamos ante una situación en la que hemos decidido que es mejor no contar con el verdadero número de camas hospitalarias ni ventiladores disponibles. Un momento en el que, más allá de la gravedad que supone contar con innumerables sicarios y del número de personas ricas que tienen la capacidad de recibir atención en hospitales privados, no somos capaces de otorgarle un verdadero significado a lo que significa el concepto de infraestructura sanitaria.

Con la desaparición del Estado de Bienestar, con el fracaso del Estado y viendo lo visto, por favor no vaya usted a tener la ingenuidad de preguntar si tendría la posibilidad de contar con un ventilador, en caso de tener la desgracia de necesitarlo. Nos han estado tomando el pelo por más de cincuenta años. Nos han descontado, en todos y cada uno de nuestros impuestos y nóminas, lo que sería el soporte de la pensión del mañana y la asistencia médica del hoy.

El mundo que construimos no prevé seguridades. Los jóvenes de hoy no tienen nada que esperar; solamente crean dinero, lo toman y corren. El actual modelo de desarrollo está basado en inventar algo, dar un golpe, serle útil a alguien o establecer una relación personal o intelectual con aquel que te puede llevar a un sitio donde seas capaz de dar un golpe y después vivir.

En este momento no sé qué sea más responsable, si ser la principal potencia del mundo y hacerle la prueba del Covid-19 a todos con tal de saber la causa de su muerte, pero sin haber sido capaz de salvarlos. O ser como gobiernos como el de Narendra Modi y otros líderes espirituales comprometidos bajo la figura de primer ministro o presidente, que sencillamente han decidido que Dios será quien elegirá a los suyos. Y que quien se tenga que morir de coronavirus, se morirá. Porque, según estos líderes, es más importante haber contribuido a la casa de Dios que saber la verdadera causa de muerte de las personas.

Sea como sea, el nuevo mundo ya ha empezado. Todo se ha convertido en una situación llena de preguntas sin respuesta. Para nosotros, para nuestra generación, sólo existe la certeza de que la crisis actual es la primera con estas características. La profundidad, la extensión y sus consecuencias es algo que no se había visto antes. Sin embargo, hubo muchos antes de nosotros que, a pesar de la profundidad de las crisis, sobrevivieron a base de encontrar alternativas.

Pase lo que pase, no se deje paralizar por el terror. No le tenga miedo a todo lo que no sabemos. Haga un esfuerzo de constancia y recuerde que lo único seguro que tenemos es que siempre quedará algo para contar. Y aprendamos la gran lección; hemos sido un ciclo de generaciones que tuvo todo para hacerlo mejor que nunca. El resultado demuestra que no supimos lograrlo y que no tuvimos éxito. El mundo que se va muriendo no es mejor que el que heredamos. En este momento tan decisivo, lo único que nos queda es contribuir en lo que podamos, mantener la fe en la vida y esperar que lo que tenga que pasar, pase de la mejor manera posible.

COLUMNAS ANTERIORES

El poder no debe nada
¿Habrá elecciones?

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.