Año Cero

Lo urgente y lo importante. Estadismo moral

Lo urgente es apagar el fuego y evitar que sigan estallando ductos; lo importante es cambiar los ductos y hacer un nuevo sistema de comunicación energético.

Semana tras semana, escándalo tras escándalo y emergencia tras emergencia, el tiempo de la transformación del país se va configurando cada vez más en ese terrible debate de las revoluciones o de las transiciones que es primar lo urgente sobre lo importante.

Sabíamos, como pasa en otros muchos sitios, que el Estado se encontraba profundamente descompuesto y en una situación de bancarrota no desde el punto de vista económico sino desde el punto de vista moral y estructural. Estábamos al tanto de que se habían cometido demasiados excesos bajo la premisa de que todos los cometían o del apropiarse las propiedades públicas como si fueran propiedades particulares. Éramos conscientes que detrás de la broma que dice que la moral es un árbol que da moras, se encontraba uno de los peores y más terribles estigmas de nuestra sociedad.

Lo que no sabíamos una vez empezado el camino del enfrentamiento frontal contra la corrupción es dónde termina el imperio de los malos que mandan, ni dónde se encuentra el imperio de aquellos que alguna vez lo han sido, ya sea para comer, por el fracaso social de nuestro país o simplemente porque no habían tenido más remedio. Viendo los siguientes episodios de la guerra contra el huachicol y la presencia diaria del presidente dando la cara a lo bueno y a lo malo, me pregunto una y otra vez lo mismo, ¿cuántas generaciones serán necesarias para que la regeneración moral se produzca en nuestro país?

La credibilidad y la aceptación popular de AMLO, la cual es diferente de los instrumentos políticos que usa tanto en Morena como en su gobierno, en mi opinión, se produce básicamente por la forma que transmite su genuinidad como persona. El presidente López Obrador consigue, y cada día fortalece más, la confianza popular –inclusive sobre aquellos que no le votaron– sobre la base de sus buenas intenciones e indiscutiblemente sobre su honradez.

Otra cosa muy distinta es si un Estado lo puede hacer un solo hombre o la asignación de los roles dados por la situación y que debemos de jugar cada uno. Muy diferente también es que al final del día no nos podemos quejar de que somos un país de un solo hombre y que no estamos apoyando, empujando ni colaborando para que la situación sea diferente.

¿Sería Estados Unidos lo moderno que es sin Franklin Delano Roosevelt y su manera de manejar la gran crisis económica de 1929 tras el fracaso de Hoover? Yo creo que no. ¿Estoy comparando a AMLO con Delano Roosevelt? En cierto sentido sí. A López Obrador le toca presidir unas circunstancias muy difíciles y sólo la movilización y la conquista de la confianza de su pueblo pueden ser los instrumentos de cambio necesarios. Pero hay una diferencia, una cosa es combatir contra lo que tenemos en México como articular salidas, cambiar leyes y darle de comer a la gente y otra cosa muy distinta es comenzar a quitar el cáncer del delito de la falta de respeto institucional, de la violencia y marginalidad de las leyes para poder vivir.

La cuestión es muy clara, ¿cuántas generaciones de mexicanos serán necesarias para que robar gasolina no sea normal? ¿Cuántas más para que, en medio del fracaso social, hacerse sicario no sea normal? Y sobre todo qué hace falta para que, frente a la ausencia de unas salidas reguladas y arregladas hacia el propio desarrollo inteligente de la sociedad, se permita que la gente pueda vivir dentro de los sistemas y no contra ellos. En definitiva, sin una revolución moral no podemos salir de donde estamos pero con una revolución moral únicamente, tampoco.

Falta un modelo completo de país y no es el que se presenta en una campaña sobre supuestos teóricos, es el que con la poca pero intensa experiencia de estos días se va sacando de lo que significa administrar el Estado. Un modelo al que se pueda convocar y hasta incluso producir la creación de una oposición política que realmente exista e importe y que permita decirles a los elementos civiles del desarrollo qué se espera de ellos. Este modelo es, sobre todo, el elemento que, aparte del ejemplo, las ganas y el exhorto a que seamos buenos, permita desarrollarnos y crecer como país para que, más allá de las buenas intenciones, generemos empleos y un desarrollo estructurado a los nuestros.

Lo urgente es apagar los fuegos y evitar que sigan estallando los ductos. Lo importante es cambiar los ductos y hacer un nuevo sistema de comunicación energético del país que nos haga, desde la moralidad, un país más serio y más confiable.

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