Año Cero

Los ejércitos del hambre

El hambre y la lucha contra ella siempre han sido la principal razón política para cambiar los regímenes, señala Antonio Navalón.

Las imágenes de la gente buscando comida entre la basura son algo que conecta directamente con el mayor detonante de los cambios más relevantes de la historia de la humanidad. El estómago es revolucionario y todas las revoluciones se acaban cuando los estómagos se vacían. El hambre y la falta de una proteína en el estómago puede ser el mejor motor para entender que a partir de ese momento ya nada puede seguir siendo lo mismo.

En esta era del Internet, de Twitter, Instagram, Wikipedia; la era de la información, pero al mismo tiempo de la ignorancia, resulta pasmoso ver cómo se pueden olvidar las imágenes. En estos tiempos se puede ser testigo de cómo imágenes como las de los habitantes de un país tan rico como Venezuela persiguiendo un trozo de pizza casi envenenada en los camiones de la basura de la ciudad de Caracas, ya no conmueven a nadie. Así como tampoco genera ningún tipo de sensibilidad ver a personas vigilando y buscando dentro de los contenedores de la basura del aeropuerto de Buenos Aires algo con qué saciar el hambre de un pueblo. Hemos olvidado –porque así lo quisimos– el por qué resultaban desagradables las imágenes de los antiguos miembros de la clase media estadounidense buscando comida entre la basura. Al haber borrado esas imágenes, borramos los antecedentes y la historia de por qué hoy el mundo cabalga a lomos de un tigre desbocado, camino de su propio precipicio.

Esos ejércitos del hambre son los que explican el cambio de régimen tan grande que se está produciendo a nivel mundial. El hambre y la lucha contra ella siempre han sido la principal razón política para cambiar los regímenes. Sin embargo, como el hambre es –al igual que el deseo, la creencia o el amor– un concepto independiente e individual, mientras uno no la sienta, no existe.

¿Hubiera sido Trump presidente de Estados Unidos sin el sacrificio y la muerte de diez millones de estadounidenses que perdieron sus casas y que dejaron de pertenecer a la clase media en 2008? Asimismo, es necesario definir si hubiera sido posible que Mauricio Macri pasara de ser el presidente que se iba a jugar los próximos treinta años en una elección a un hombre que se ha convertido en el principal problema para no terminar de quebrar a su país. Por último, ¿habríamos podido entender la dimensión y la tragedia del fracaso venezolano sin ver a la gente rebuscando entre la basura o buscando zopilotes en los cerros de Medellín? O, ¿seríamos capaces de verdaderamente comprender esta situación sin esas ciudades que, como el caso mexicano, se acabaron convirtiendo en emporios de riqueza basado en el cimiento de la pobreza y del hambre como sucedió en la zona llamada Santa Fe? Los ejércitos del hambre están modelando la nueva realidad social, pero mientras uno no los sienta, los olvida y pretende pensar en que no existen.

Ahora es buen momento para recordar que cuando el primer gran timonel, Mao Tse-Tung, murió en 1976, China se vio abocada a una de las mayores hambrunas de la historia. Y fue tal la gravedad de esta hambruna que la FAO consumió el noventa por ciento de las reservas mundiales de alimentos para evitar que más de cien millones de chinos murieran de hambre. Esa iniciativa y esa lucha contra el hambre permitió, entre otras cosas, establecer las bases de la construcción de lo que hoy es el gigante que controla el mundo desde el punto de vista económico, llamado China.

En la actualidad el hambre ha desaparecido de nuestros programas políticos, de nuestras preocupaciones y de nuestras visiones, ya sea de nuestros celulares, televisiones. Pero lo que es peor, es que el hambre ha desaparecido de nuestro corazón y de nuestras mentes. Y sin embargo, el hambre, el hambre de Milpa Alta, de los extrarradios de las ciudades y el hambre que los presidentes dicen querer combatir –antes Lula da Silva y ahora López Obrador– sigue siendo el gran moderador de los grandes vuelcos históricos de los países.

Extraiga de la memoria las imágenes de las clases medias estadounidenses buscando comida y descubrirá que no estamos frente a las uvas de la ira de John Steinbeck. También se dará cuenta de que estamos frente a los orígenes del nuevo mundo que, sobre todas las cosas, se basa en el más viejo principio de comportamiento político humano, que es que el estómago vacío es la mejor caldera para quemarlo todo porque una vez que el estómago se colapsa, la vida desaparece. No es necesario hacer más poesía, ni tampoco es que la historia haya muerto, es que algo tan elemental como lo son los estómagos vacíos están esculpiendo la nueva historia.

Los juegos del hambre no solamente ha sido un filme cinematográfico con un gran éxito taquillero, sino que sobre todo ha sido una premonición de hacia dónde pueden llevarnos aquellas políticas que ignoren cuáles son los desencadenantes humanos del sentido del voto. Ver a gente buscando entre la basura algo para comer es una imagen que no se nos queda presente, pero que sí se queda guardada en nuestro subconsciente. Y es necesario recordar que en el origen de todo esto está el haber acumulado –por ejemplo, en el caso mexicano– una población gigantesca bajo los niveles de la pobreza y haber hecho campañas prometiendo que los pobres siempre irían primero. En el caso estadounidense, se olvidó que el costo de la crisis –que nunca pagó por haber sido ellos quienes la produjeron– fue conducir a la pobreza y por lo tanto al hambre a millones de personas.

COLUMNAS ANTERIORES

El poder no debe nada
¿Habrá elecciones?

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.