Año Cero

Suicidio social

Se pretende negar lo que significa, en la aplicación práctica, la victoria absoluta de Andrés Manuel López Obrador el primero de julio de 2018.

Hasta que no entendamos bien con claridad qué paso el primero de julio seguiremos transitando por análisis dramáticos, por situaciones de sorpresa y por cuestionamientos de una realidad en la que, ignorando su origen, se discuten sus consecuencias y, sobre todo, se pretende negar lo que significa, en la aplicación práctica, la victoria absoluta de Andrés Manuel López Obrador.

El primero de julio un orden político y social se suicidó. Los partidos que gobernaron México, uno más que otro, durante los últimos 80 años, no desaparecieron del todo, pero sí fueron devorados por su responsabilidad histórica. Y esto sucedió al no haber sido capaces de hacer el cambio antes de que el tsunami que significa Morena, López Obrador y el fracaso de su sistema se los llevara a todos por delante.

Ganó otro, pero lo hizo con 30 millones de votos y lo logró ante la imposibilidad de la continuidad de un sistema basado en la corrupción, en la impunidad y en la estafa social. López Obrador ganó sobre la base de la esperanza de que sería la voz de los millennials, de las mujeres y de los oprimidos. Ganó también sobre la base de que todos los políticos –o por lo menos él y en cierto sentido Trump– cuando llegan al poder la realidad les impone límites sobre lo que dijeron.

Andrés Manuel López Obrador construyó sobre el suicidio de los demás un éxito electoral y una legitimidad democrática tan aplastante que no hay nada que le pueda impedir desarrollar y hacer todo lo que anunció que haría. Lo peor de López Obrador no es tanto el alcance de lo que pretende hacer, lo peor es que todo lo había advertido, todo lo había dicho y lo está siguiendo tal y como anticipó. Pero el presidente López Obrador es hijo de México, es más, si tiene algún padre político ese sería el PRI. Y si algún origen tiene, desde el punto de vista de la construcción del sentido de la moralidad, es, además de Madero –quien es su guía y su elemento de consulta íntima diaria– que también López Obrador es hijo del 68.

El 68 es una revolución aplastada por la fuerza de las armas, pero sobre todo por un hecho. La única organización social que existía en ese momento es la del partido que ordenó abrir fuego. A partir de ahí y para sobrevivir, la sociedad mexicana comenzó a organizarse, desde el mismo partido, en eso que se denomina la sociedad civil.

No hay que engañarse, no es que no haya partidos de oposición, es que simplemente no hay partidos y es que Morena no es un partido, es un movimiento –así lo quiere su fundador y presidente– y es además un magma político que puede transitar por situaciones tan pintorescas como las que produce. Una cosa es administrar los salarios de los legisladores y otra es permitir la existencia de una estructura partidista que reparta el poder o lo comparta y dé, más allá de las encuestas, los lugares de actuación política bajo ciertas reglas.

El PRI y el PAN están en problemas; Morena no existe. Movimiento Ciudadano, el PES y los otros partidos pequeños luchan por sobrevivir. Pero gran parte de la realidad actual, además del hiperpresidencialismo por el que estamos atravesando, se deriva de dos cosas. La primera de ellas es la ausencia de todos los partidos. Y en segundo lugar se encuentran los neoliberales, los fifís, los empresarios que, puestos de acuerdo –en palabras literales del presidente López Obrador– con los políticos, hicieron la rapiña del país y ya no tienen la oportunidad de realizar más juegos de organizaciones de defensa civil.

Cuando el presidente habla contra las organizaciones civiles no está haciendo distinciones, pero claramente se refiere hacia los instrumentos puestos al servicio del poder económico para entorpecer el poder político y en este México actual el único poder que importa es el poder político. Empezando por el partido que tiene la mayoría; si los partidos no se organizan –que es una manera de organizar a la sociedad– seguiremos asistiendo a espectáculos tan dantescos como la propuesta del senador Jara para suspender, nada menos, que la labor de las calificadoras en México. En política no mata perder, mata el ridículo. Es ridículo pensar que la actividad de una calificadora, con independencia de la inmoralidad de todo un sistema que con razón está colapsado desde la crisis de 2008, pueda ser suspendida simplemente porque se le retire la licencia local.

Debería ser obligatorio para los representantes del pueblo de México tener algunas nociones claras como, por ejemplo, saber leer, escribir y contar con conocimientos elementales para poder defender el nombre de nuestro pueblo en las comisiones legislativas encargadas de hacer leyes. No es la primera vez que el Senado demuestra tener personalidad propia. Estoy seguro de que el presidente López Obrador tiene un ojo puesto en el Senado y tiene otro ojo puesto –no en vano lo acaba de recibir y lo acaba de homenajear en su despacho de Palacio Nacional– en Monreal.

Ricardo Monreal es un político puro. No recorrió todos los caminos de la terracería como el presidente, pero sí, desde luego, todos los caminos de la política mexicana. Y una y otra vez lo que demuestra es que la ausencia de un partido, de la voluntad de organizar una fuerza política produce esas situaciones, pero sobre todo abre espacios de actuación política insospechada.

La Guardia Nacional pasó como un solo hombre gracias al trabajo de delgado y del PRI, que entiende muy bien lo que significa la negociación política y porque al final del día no hay tanta diferencia entre unos y otros. Sin embargo, en el Senado la negociación fue más compleja y más difícil, ¿por qué? Porque los restos del naufragio del suicidio social que ha ido cometiendo el país y que se plasmó el primero de julio, tienen en el Senado su instrumento de actuación política virtual más importante.

Esta es la prueba de que o Morena se organiza de alguna manera, como se lo permita el presidente, o realmente vamos a vivir una senda en la que van a chocar los discursos interpretativos de la realidad del presidente, a veces por encima de los datos de su propio gobierno con lo que significa la propuesta de las leyes que se emanan de los suyos.

La sociedad mexicana, una parte de ella, la que tuvo la oportunidad y la responsabilidad de cambiar el país para bien, no lo hizo. Que estén arrumbados en la historia es algo que se merecen. El problema es que la otra sociedad mexicana, la de los mexicanos que hoy tienen 15, 20, 25 años es nuestra obligación decirles que, con las reglas del juego de los primeros tres meses del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, un mexicano medio de 20 años si tiene mucha suerte y llega a ser presidente de la República, su techo salarial será de 108 mil pesos.

Existe siempre la posibilidad de dedicarse a la empresa privada. El problema es preguntarse a qué hace referencia el término privado en estas condiciones. Porque si no existe la organización del macro Estado, si no existe la inversión directa a través de los mecanismos intermediarios de la sociedad –ya que aquí entregamos el cheque uno a uno para evitar manipulaciones– dígame usted sobre qué se construye la llamada sociedad privada.

Me alegro del desafío que significa –y estoy con el presidente– que podemos superar el hecho de no querer enfrentar el problema que tenemos con lo que significa el gran tesoro de la dignidad nacional, Pemex. Está quebrada, la quebraron, la quebramos. Se la llevaron, pero ahora, para que signifique algo, para que su fracaso, que es en cierto sentido el fracaso del sistema político y del país, no arrastre a todo lo demás, necesitamos enfrentar al problema y reconocer que, si no sacamos de la barranca a Pemex, el país le seguirá en la barranca.

Dejemos el espectáculo de la sorpresa, el escándalo, el "adónde vamos a ir a parar". Estamos donde dijo el presidente que iría y pudo llegar ahí porque todos los demás le facilitaron la llegada.

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