Año Cero

Un agosto inolvidable

¿Verdaderamente se contrarrestará el Covid-19 con una vacuna que sólo poseen unos pocos y que pueden jugar a curarnos o a matarnos a conveniencia?

Agosto es el mes en el que se cocinan las grandes guerras. La Primera Guerra Mundial dio inició tras dos disparos en Sarajevo a finales del mes de junio, incendiando la historia del mundo, pero revelando sus verdaderas consecuencias y repercusiones en agosto de 1914. En la Segunda Guerra Mundial, todo agosto fue cuando se hizo evidente que Adolf Hitler sabía bien cómo tratar la falta de consecuencias, los temores y la inacción por parte de los que más adelante serían denominados como el grupo de los 'Aliados', o también conocidos como la parte del mundo libre o civilizado.

Años después, en los primeros días de agosto de 1945, se inauguró una nueva era de terror, de miedo y de apocalipsis. El 6 de agosto de ese año, el avión bombardero Boeing B-29 Superfortress que recibió el nombre de Enola Gay se convirtió en el primer avión en lanzar una bomba atómica, la cual recibió el nombre de Little Boy, que cayó sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Las cámaras registraron el hongo y el mundo registró el horror que permaneció por días, meses y que setenta y cinco años después sigue siendo el mayor signo de terror y la prueba de la capacidad destructora que los seres humanos podemos llegar a tener al enfrentarnos los unos contra otros.

Cuenta la historia que la primera vez que le explicaron a Harry Truman sobre el Proyecto Manhattan fue poco antes de su investidura como presidente de Estados Unidos, y su respuesta fue de asombro, aunque no se opuso al proyecto iniciado por su predecesor, Franklin Delano Roosevelt. Hasta antes de la muerte de Roosevelt, Truman estaba convencido de que no existía nada más inútil en la historia política de los pueblos que la figura de vicepresidente de Estados Unidos de América. Claro está que la única excepción ante la valía de este puesto es que –como le pasó a él y a otros pocos antes y después– el presidente muriera mientras se estuviera fungiendo como vicepresidente.

El presidente Truman tenía dos cuadros pequeños sobre su escritorio en el Despacho Oval, uno de ellos contenía la frase "la pelota se detiene aquí". Esta frase era la manera en la que Truman se convencía que al ser el representante del Poder Ejecutivo estadounidense, nadie, excepto él, tenía la responsabilidad de todas las decisiones tomadas.

Siendo investido como presidente el 12 de abril de 1945, pocos meses después tuvo que experimentar el verdadero significado de las palabras que estaban en su escritorio al tener que ser partícipe de la prueba Trinity, que tuvo lugar el 16 de julio de ese mismo año y que fue la primera prueba de un arma nuclear hecha por Estados Unidos en el Laboratorio Nacional de Los Álamos. El objetivo parecía estar claro: lanzar bombas nucleares sobre Japón con tal de terminar la guerra y evitando la muerte de más soldados en ambos bandos. Y es que –siguiendo las órdenes del emperador del país del sol naciente, Michinomiya Hirohito– antes del bombardeo nuclear, con tal de no rendirse, los soldados japoneses estaban dispuestos a luchar hasta la muerte.

Tres días después de Hiroshima, el 9 de agosto, se detonó la bomba Fat Man sobre Nagasaki, causando más de ochenta mil muertes adicionales de las cerca de ciento sesenta y seis mil en el primer ataque nuclear. Con estas dos experiencias del uso de un arma nuclear contra una parte de la humanidad comprobaron hasta dónde puede llegar el destrozo humano. Todo esto sucedió en un mes de agosto, un agosto como éste en el que, al igual que en aquella época, no contamos con precedente alguno que nos permita saber cómo actuar.

Es mejor considerar que, más allá de los dos millones de soldados soviéticos absolutamente envalentonados y alimentados como campo de experimentación de la crueldad nazi frente a la mayor brutalidad, fueron los hongos de las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki los que realmente permitieron que se llegara al fin de la Segunda Guerra Mundial.

Más de siete décadas después, Rusia busca demostrar que está dispuesto hacer cualquier cosa para volver a ser la gran madre rusa, al lanzar la primera vacuna contra el Covid-19. Esta es otra manera de ver el horror de los seres humanos y de lo que puede suceder cuando se enfrentan los unos contra los otros. Me explicaré, el Sputnik V –que así es como se llama la primera vacuna registrada y lanzada por Rusia en homenaje a cuando los rusos le ganaron la batalla espacial a Estados Unidos al lanzar el primer satélite– es un arma de doble filo. Producida inicialmente para liberarnos del yugo que este pequeño e insignificante virus llamado SARS-CoV-2 –o mejor conocido como Covid-19 y que nació en Wuhan, China– nos ha metido y nos ha hecho esclavos a todos, la vacuna, como toda arma, puede ser utilizada de dos formas. La primera, para devolvernos todas las libertades que perdimos hace ya más de cinco meses, o bien, por el contrario, puede servir para establecer el precio de nuestra esclavitud.

Winston Churchill decía que "nunca en el campo de los conflictos humanos tantos debieron tanto a tan pocos", haciendo referencia a los pilotos que murieron durante la Segunda Guerra Mundial en combate contra los alemanes. Hoy, en medio de esta carrera de las vacunas, tenemos que olvidarnos de las múltiples campañas y luchas por ser los pioneros o los mejores y enfocarnos en lo que realmente vale: la preservación de la vida humana. Naturalmente, las consideraciones sobre la vacuna rusa sirven para los proyectos de vacuna de Estados Unidos, de China, de Inglaterra y para todas, ya que es necesario ser conscientes de que en esta época de reacomodo mundial –no importa cuál ha sido hasta aquí la tradición– a la hora de conseguir hegemonía, predominio y salvar a los suyos a expensas del costo del contrario, ningún país está por encima de otro.

Aún no está probado ni tenemos por delante los veinte años necesarios como para saber cuál será el costo de matar al virus, es decir, cuántos moriremos antes de erradicarlo. Y es que siguen existiendo preguntas necesarias de responder como: ¿cuáles serán las consecuencias colaterales que este virus provocará en nuestra salud? Al momento en que sea aprobada y circule por las calles, ¿cuánto costará la vacuna, quién la pagará o cómo se garantizará que sea entregada por igual? Asimismo, ¿quién avalará el resultado de un medicamento hecho al vapor frente a un mundo derrotado, escondido y sin ninguna arma contra un pequeño y silente enemigo? Un enemigo que ha conseguido esclavizarnos, desarmarnos y adueñarse de todas nuestras libertades.

Es también necesario contestar si es legítimo pedirle a un país que se olvide momentáneamente de sus intereses legítimos, así como de sus enemigos, y preguntarles si están dispuestos a dejar todas sus diferencias a un lado y salvarles la vida. Son demasiadas preguntas y, al final del día, como pasó con la energía nuclear, se está abriendo un territorio nuevo al tiempo que se van creando nuevas esclavitudes y se forjan nuevos pendientes por resolver. Y es que, más allá del desembolso económico que supondrá, ¿cuál será su verdadero precio en vidas y afectaciones la supuesta vacuna que nos regresará el control sobre nuestras vidas?

Si algo es obvio es que no se puede vivir sin la vacuna, así como tampoco se puede subsistir sin el uso del cubrebocas. Es una verdadera barbaridad y un acto criminal contagiarse y contagiar a otros. Al momento en que empiezan a salir a la luz los estudios que argumentan que los daños neurológicos, pulmonares y cardiológicos para aquellos que sobrevivieron al virus son grandes, es que empezamos a ver de verdad cuál es el costo que está provocando esta situación.

En medio de tanta ignorancia y sin ningún elemento de comprobación, la pregunta es: ese enorme hongo que provocó el Covid-19 y que es superior al que se produjo tras las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki, ¿verdaderamente se contrarrestará con una vacuna que sólo poseen unos pocos y que pueden jugar a curarnos o a matarnos a conveniencia?

Como todos los meses de agosto, me despido temporalmente de esta columna por dos semanas. No olviden seguir utilizando sus cubrebocas, cuidarse y cuidar a los suyos. Nos volveremos a ver los primeros días de septiembre.

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