Año Cero

Volver, volver

Ni el Este ni el Oeste cuentan con un plan claro que permita saber ni cómo salir de la situación en la que estamos metidos ni hacia dónde dirigirse a partir de aquí.

Todo está roto para casi todos. Ni el Este ni el Oeste cuentan con un plan claro que permita saber ni cómo salir de la situación en la que estamos metidos ni hacia dónde dirigirse a partir de aquí. Más allá de las travesuras de Vladimir Putin y de su capacidad de haber demostrado que es –por mucho– el mejor líder de la actualidad, su destreza llenaría de orgullo a Josef Stalin y a los creadores de la Gestapo alemana. Más allá del hecho de que Putin es el hombre que mejor ha utilizado la inteligencia como instrumento de poder, todo lo demás, todo lo que nos rodea, es pura confusión y pérdida.

Todo viene desde el lejano Este. Todo viene desde los países asiáticos, incluyendo al gigante eurasiático que es Rusia. Los demás –empezando por Estados Unidos, por las naciones europeas y por los países que protagonizaron las caras del éxito, de las guerras, del fracaso y de la evolución desde el siglo 18 hasta nuestros días–, en el único lugar donde encuentran un elemento común es en la pérdida y en la confusión.

Además de la Rusia liderada por Putin, parece que sólo China y su búsqueda de consolidación como imperio medio de una Asia que ha pasado a ser un factor determinante y dominante en el mundo, tiene un camino, aunque este sólo sea para hacer frente a su enemigo confesado: Estados Unidos. Pero, en realidad, no sólo los estadounidenses se han puesto en contra de los chinos, sino que lo han hecho todos y cada uno de los que se han visto afectados por el nacimiento no sólo de un nuevo poder, sino de un nuevo orden económico que ha desplazado el eje motor, dinamizador y controlador de la economía que dominaba de Oeste a Este.

Joe Biden estrena y presume humildad, que para muchos es debilidad. Yo prefiero creer que es la humildad que permitirá desencadenar la ira de los justos. Biden tiene claro cuál es el programa que tiene que implementar y su primera prioridad –tras ya haber traspasado la línea del medio millón de muertos– es evitar que sigan perdiendo la vida en cientos de miles sus compatriotas. Muertos ofrendados en ese extraño altar de la incapacidad humana para entender y que tanto nos cuesta aceptar, llamado Covid-19.

¿Europa? Ya nadie sabe lo que es Europa, pero, lo que es peor, ya nadie es capaz de imaginar qué Europa tendremos frente a un Putin fuerte y una Merkel desaparecida. Las naciones europeas se encaminan hacia un camino en el que tendrán que volver a ajustar sus cuentas sin Inglaterra y en medio de una nueva reconfiguración donde su modelo social y económico está gravemente en crisis. Y está en crisis, sobre todo, por una razón: porque ya hace muchos años que Europa perdió la oda a la alegría y porque –pese a tener la Novena de Beethoven como himno– hace mucho tiempo que no tiene ideales políticos o sociales compartidos, solamente cuenta con realidades contables y planes de ajuste. Es muy difícil mantener la cohesión de una zona con 24 idiomas distintos y 27 países, formando parte de la unidad, sin objetivos políticos, morales, filosóficos y sueños comunes.

Después estamos nosotros, los pobres. Estamos aquellos que estábamos mal antes de la pandemia y que saldremos mucho peor –los que sobrevivamos– después de que la pandemia pase. Se puede andar, averiguar, buscar y tratar de analizar qué fue lo que nos pasó, pero hay una escena que resume el momento actual de las otras Américas, naturalmente descontando el subcontinente que es en sí mismo Brasil. Esta escena es la que protagonizaron la semana pasada el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y el presidente de Argentina, Alberto Fernández.

Los dos son hombres que claramente han razonado de manera completamente opuesta a lo que se ha hecho alrededor del mundo para combatir la pandemia. Ambos han reaccionado y entendido la acción de gobernar la crisis de una manera radicalmente enfrentada, aunque curiosamente mire usted dónde se unen sus sueños, en el hecho de que –como dijo Fernández– ambos pasarán a la historia como los presidentes de la pandemia. Los dos tienen sueños de ser capaces de articular un nuevo eje de Norte a Sur –y viceversa– que le dé un nuevo contenido y sentido a la distribución social, a la lucha contra la corrupción y a la lucha contra la impunidad en ambos países. Dentro de su ser buscan la rehabilitación del sueño de las Américas, de revivir el sueño de Bolívar y del Benemérito, en el sentido de establecer un nuevo orden en las Américas, que, si bien no comparte intereses, respeto ni instituciones, por lo menos cuente con sueños en común.

Interesante sería preguntarles a los dos pueblos –al argentino y al mexicano– qué pensaron al ver a sus dos presidentes soñando en la mañana juntos y proclamando un discurso en el que lo único que les faltó en ese viaje al pasado que representan del todo, fue decir que nunca hubo un gobierno mejor que el de Perón, y que los años –que parecen una representación de la década de los 60– que estamos viviendo actualmente son los mejores que jamás ha vivido México. Ambos líderes quieren quererse, aunque naturalmente el poema de amor está escrito sobre la base de encontrar un camino donde los buenos por fin triunfen y los malos sean derrotados. En sus pueblos hay problemas con las vacunas, con la asistencia, con la corrupción y con el hambre, pero lo importante no es la realidad actual. Lo importante es el sueño del mañana. Dentro de todo esto y para hacer justicia, ese nuevo ideal de poder volver a inventar el mundo desde la América que habla español, ahora con el Plan Mesoamérica, seguirá funcionando sobre la base de que, lo único que nunca nos puede faltar –aunque nos falte de todo– son las ilusiones, esperanzas y sueños.

Alberto Fernández y Andrés Manuel López Obrador no solamente están en las antípodas –uno es más austral y el otro es más norteño–, sino que realmente comparten ejes y bases que van más allá de la forma en la que manejan a sus pueblos. Fernández es hijo ideológico del general Juan Domingo Perón, mientras que López Obrador lo es del expresidente Luis Echeverría Álvarez. Aunque originalmente al Presidente mexicano le gusta pensar en la luz y guía que le dio el general Lázaro Cárdenas, es evidente que en el desarrollo práctico de las políticas debe tener mucho cuidado para no acabar usando el modelo de Luis Echeverría, en lugar del modelo del general Cárdenas. Y en medio de sus ideologías, se encuentra el deseo –absolutamente irrenunciable– de acabar con los pobres en nombre de los pobres, pero dentro de un circuito que se repite una y otra vez. No se puede vivir sin sueños. Qué pena que para mantenerlos vivos sea necesario comer, contar con un sistema de salud y poder tener un sistema que brinde las seguridades básicas y necesarias. El mundo no sabe hacia dónde se encamina, pero hay algunos países que tienen la suerte de, por lo menos, buscar, no renunciar y querer –por encima de todo– que el sueño siga vivo.

Es de aplaudir la normalidad de los gobernantes en el ejercicio del poder, pero también es importante que recuerden que, al final, cuando los ciudadanos emitimos nuestro voto en las urnas para elegir a quien nos liderará, también tenemos el deseo y la necesidad de que quien nos vaya a presidir sepa embestir y desenvolver con rectitud y eficacia la función para la cual fue electo. La reunión de compañeros que vimos la semana pasada representando al Norte y al Sur de las Américas que hablan español, fue un gesto personal que nada tiene que ver con la estructura que es necesaria para articular una alternativa política.

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