La crisis de 2020 ciertamente pasará a la historia como la más grave de los últimos cien años, y permanecerá en la memoria de varias generaciones. Las caídas de producción, salarios, empleo y prosperidad son masivas en todos los países del mundo, desde China y Estados Unidos hasta Finlandia, México, Suiza y Namibia.
En una secuencia perversa de shocks de oferta y demanda, nuestras economías se encuentran hoy en paro cardíaco del que la mayoría de los países se recuperarán, aunque con secuelas que permanecerán durante años.
La pandemia nos ha enseñado, en primer lugar, que el Producto Interior Bruto (PIB) de un país es el termómetro de la economía, pero no su medicina. Quiero decir que cuando la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) estimó en su último informe que la economía de México caerá, en el mejor de los casos, un 7.5 por ciento este año, todos entendemos la magnitud de la crisis y podemos estimar su impacto en nuestras vidas.
Pero, como venimos observando desde años en el Centro de Competitividad Mundial de IMD, de poco ayudan estas cifras para orientar a nuestros gobiernos sobre la mejor solución para remediar la crisis. Que Estados Unidos vaya a contraerse un 7.3 por ciento en el mismo período no significa que México y Estados Unidos deban aplicar las mismas recetas.
¿Cuáles son, por tanto, las políticas adecuadas que necesitamos? El objetivo último no debería ser retornar a cifras de crecimiento positivo, sino generar prosperidad, consumo, actividad económica, empleo y calidad de vida digna. En suma—competitividad.
Hoy, más que nunca, la generación de valor para la sociedad a través del empleo y la productividad —eso que, hace ya 30 años y siendo pioneros en su estudio— definimos como "competitividad" es la clave para que salgamos más fuertes, sin dejar a nadie detrás, de esta pandemia. Solamente entendiendo que las políticas deseables son aquellas que ponen al individuo, y a las empresas (grandes, pero también pequeñas y medianas) en el centro de atención, terminaremos esta década con mayor calidad de vida que como la empezamos.
Por ejemplo, hemos aprendido de la crisis de 2008 que las medidas de política monetaria que ayudan al sistema financiero son inútiles si éstas no se trasladan en más crédito a los hogares y el sector no financiero. Hemos entendido que las ayudas a empresas en dificultades no pueden ser compatibles con éstas, utilizando los fondos recibidos para recomprar acciones o pagar dividendos. Sabemos que los subsidios directos a los individuos no funcionan si éstos solamente incrementan las tasas de ahorro de las familias.
Las políticas efectivas—políticas de competitividad—deben dirigirse, como objetivo último, a aumentar la productividad, incrementar los salarios y el gasto y por tanto los ingresos del Estado a través de impuestos; a gestionar las finanzas publicas para que tanto el costo como los beneficios del gasto público se distribuyan equitativamente; a fomentar la sostenibilidad y la protección del medio ambiente; a gestionar el corto plazo, sin olvidarse de que las infraestructuras y los sistemas sanitarios y educativos son claves para garantizar la prosperidad de un país a largo plazo; a mejorar la eficiencia del sector público eliminando burocracia y combatiendo la corrupción; a mejorar la eficiencia del sector privado a través de reglas de gobierno corporativo que fomenten la transparencia; a transformar las economías por medio de la tecnología y la innovación.
Y todo ello es necesario hacerlo entendiendo que la creación de empleo es tarea que compete al sector privado, no al sector público; que hay que generar los consensos sociales necesarios para que todos asuman el costo personal y económico de una crisis perversa y una recuperación onerosa..
Hay países (Dinamarca, Suiza, Francia, Singapur, Taiwán, Australia, y otros) que, encontrándose ya en las fases últimas de la pandemia, están indicando el camino adecuado a seguir. Es el momento del verdadero populismo, aquel que persigue que los individuos vivan mejor.
El autor es director del Centro de Competitividad Mundial del IMD (Institute for Management Development), escuela de negocios ubicada en Suiza.