Carta desde Washington

¿Y si Putin llegase a ganar?

A pesar de que Occidente prefiere considerar esta guerra como un conflicto bilateral entre Rusia y Ucrania, el liderazgo ruso la percibe y describe como una confrontación frontal con EU y la OTAN y una serie de principios internacionales, en la cual Ucrania solo sirve como alegoría de esa lucha.

Con motivo de la cumbre anual de la OTAN que se celebró en Washington el mes pasado para coincidir con el 75º aniversario de la alianza, eran palpables dos preocupaciones relevantes. La primera que dominaba conversaciones y las preguntas que nos formulaban, en los cocteles y cenas, ministros y funcionarios que acompañaban a sus mandatarios, era la obsesión que en ese momento campeaba en la capital estadounidense acerca de la viabilidad y perspectivas de la candidatura de Joe Biden. La segunda, en gran medida un corolario de la primera, tenía que ver evidentemente con cómo garantizar el apoyo a Ucrania yendo hacia adelante para detener el avance ruso, particularmente si las perspectivas de reelección de Biden se desvanecían, y cuánta licencia debían otorgar a Kiev para utilizar armas aportadas por la OTAN para atacar -o no- territorio ruso. En las semanas posteriores a la cumbre, Biden mismo zanjó el primer dilema, y el segundo quedó de alguna manera saldado por la sorprendente ofensiva Ucraniana en curso que ha penetrado Rusia. Lo que no ha quedado contestado es la parte más relevante de esa segunda pregunta: qué pasa si Ucrania es doblegada y Putin gana, ya sea en términos del territorio que aún mantiene en su posesión o porque Kiev, de motu propio u orillado por la presión de Occidente, decide negociar un cese al fuego o buscar la paz con Moscú.

El mundo parece haberse olvidado de la guerra en Ucrania. Pero la agresión rusa ha adquirido ultimadamente el carácter de una guerra prolongada y, como es característico de cualquier guerra prolongada, degradar la voluntad del enemigo para continuar la lucha se ha convertido en uno de los objetivos más importantes de los esfuerzos militares y de propaganda del Kremlin. La primera mitad de 2023 estuvo dominada por las especulaciones sobre cuándo y cómo lanzaría Ucrania su gran contraofensiva para liberar el territorio controlado por Rusia. Cuando esta comenzó en junio de 2023, no hubo sorpresas. Las defensas rusas estaban bien preparadas y pertrechadas, y el ejército ucraniano carecía del equipo, el entrenamiento, el apoyo logístico y aéreo y las estructuras de mando para lograr desalojar las líneas del frente rusas. Por ello es que la gran ofensiva ucraniana, que inició este 6 de agosto, no para liberar su territorio sino llevar el conflicto a suelo ruso (primera vez desde la Segunda Guerra Mundial que Rusia ha sido invadida) -tomando hasta mil kilómetros cuadrados de territorio en la región de Kursk, además de prisioneros de guerra- cogió a todos por sorpresa, el Kremlin incluido. Si Kiev es capaz de mantener la presencia y presión ofensivas al este de su propia frontera, entonces el impacto estratégico podría ser sustancial, trasladando la lucha, tanto como sea posible, a territorio ruso y aliviando la presión sobre algunas de las líneas defensivas ucranianas, ya que Rusia se verá obligada a reducir sus propias operaciones ofensivas para defenderse. Puede ser también que la ofensiva de Ucrania consista en gran medida en apoderarse de territorio para negociaciones posteriores y tomar prisioneros para canjearlos por sus prisioneros de guerra. Pero todo esto no cancela la realidad de que Rusia es un país vasto con capacidad de movilizar una economía de guerra durante largo tiempo, ni la posibilidad de que Rusia contraataque sin escrúpulos, como lo ha hecho en estos dos años -como lo demostró con su toma de la ciudad de Mariupol- cometiendo crímenes de guerra y como ha ocurrido esta semana con los ataques y bombardeos aéreos más intensos desde que inició su guerra de agresión o incluso, que al final del día, Putin pueda salirse con la suya y declarar victoria.

Hay que tener en claro que hasta antes de la ofensiva ucraniana en curso, Putin no mostraba intención alguna de querer negociar; incluso si lo hiciera, no se puede confiar en que cumplirá lo acordado. Está esperando que Occidente se canse y que Trump sea reelegido. Putin necesita la guerra para apuntalar internamente su dictadura y cualquier alto al fuego sería simplemente una pausa para rearmarse y prepararse para atacar nuevamente. Y a pesar del éxito y osadía asombrosas de la incursión ucraniana, sus tropas están exhaustas y muchos de sus mejores soldados han muerto. A pesar de nuevas camadas de reclutamiento, carece de personal para sostener una contraofensiva permanente a gran escala. Necesita ahorrar recursos y cambiar las reglas del juego sobre el terreno con nuevas tácticas y tecnologías. Si los ucranianos dejan de luchar, podrían perder su país entero. Tanto Ucrania como quienes la apoyan en el mundo han comenzado a darse cuenta de que ésta será una guerra de desgaste demoledora. Necesitan repensar la estrategia militar de Ucrania y cómo se gestiona su economía en el ínterin. Lo cual nos lleva de nuevo a la pregunta medular planteada en pasillos durante la Cumbre de la OTAN: ¿qué pasa si Ucrania pierde y gana Rusia?

Aquí van solo algunas consideraciones y potenciales secuelas de ese escenario. De entrada, para Ucrania las consecuencias de una derrota son, en su mayoría, nítidamente claras. Putin no oculta sus intenciones de destruirla como Estado independiente -borrando del mapa al país más grande de Europa- y a los ucranianos como pueblo soberano. Una derrota intensificaría los esfuerzos rusos para desestabilizar a gobiernos de países de la OTAN (como por ejemplo, con un aumento en el tipo de ataques de guerra híbrida que Rusia ha perfeccionado y en los que se especializa y ha estado intensificando recientemente en Estonia y Moldavia, o seguir usando como armas de presión los flujos de refugiados, desplazados y migrantes hacia el oeste) y obligar a las naciones de la alianza a aumentar considerablemente el gasto en defensa. Con una Rusia agresiva y envalentonada justo en la frontera de la UE, se necesitará una capacidad de disuasión mucho mayor de la que existe hoy. Los presupuestos de defensa en Europa durante la Guerra Fría promediaban el 3.5 por ciento del PIB. Ahora son inferiores al dos por ciento -el compromiso colectivo acordado en 2014- en muchos países europeos. Volver a los niveles de la Guerra Fría significaría, por ejemplo, para el Reino Unido 39 mil millones de dólares más por año; para Alemania, 86 mil millones, y para Francia, 43 mil millones. Para que la OTAN, en su conjunto, alcance el 3.5 por ciento del PIB en gasto de defensa, se necesitarían 410 mil millones de dólares adicionales por año. Y a esos esfuerzos de guerra híbrida rusos se agregarían los intentos de socavar a gobiernos de la alianza, mediante el apoyo a políticos y partidos de extrema derecha y extrema izquierda, así como mediante hackeos, filtraciones y otras campañas de polarización y desinformación. Al mismo tiempo, al interior de las sociedades europeas, los partidos radicales y populistas que simpatizan con Rusia ganarían impulso. En varios países, partidos prorrusos ya han llegado a posiciones de poder o están en la antesala del poder y podrían abonar a las filas de la Hungría de Orbán.

Y qué decir de las repercusiones geopolíticas que tendría una victoria rusa -o derrota ucraniana- para unas relaciones internacionales ya de por sí volátiles y fluidas. A pesar de que Occidente prefiere considerar esta guerra como un conflicto bilateral entre Rusia y Ucrania, el liderazgo ruso la percibe y describe como una confrontación frontal con EU y la OTAN y una serie de principios internacionales, en la cual Ucrania solo sirve como alegoría de esa lucha. Esta percepción está extendida no solo en la propia Rusia sino también en otros países con regímenes autocráticos en el mal llamado “Sur Global”, que han arropado a Putin o se han hecho lelos con la agresión rusa y su violación de la Carta de Naciones Unidas. Por tanto, cualquier oportunidad que Rusia pueda presentar al mundo como una victoria será percibida por esos países como una derrota directa de Occidente, y en particular de EU. La alianza rusa con Irán y con Corea del Norte se profundizaría, y qué decir de China. Beijing ha estado observando con lupa el desarrollo del conflicto, tanto sus implicaciones para la doctrina de guerra y las tácticas militares, como en términos del compromiso occidental con Kiev y con la defensa del derecho y de un sistema internacionales basados en reglas. Una victoria de Putin o un occidente desacreditado al no poder defender cabalmente a Ucrania tendrá lecturas y secuelas ominosas para Taiwán. Y un triunfo ruso en Ucrania destruiría el sistema moderno de seguridad y no proliferación nucleares. La derrota de Ucrania, que en 1993 renunció al tercer arsenal de armas nucleares más grande del mundo -heredado con la disolución de la URSS- después de recibir garantías de seguridad por parte de la nueva Rusia, de EU y el Reino Unido, sería un argumento poderoso a favor de la noción de que el único medio de protección de naciones con aspiraciones regionales o en zonas conflictivas contra la agresión por parte de Estados nucleares es la posesión de armas nucleares propias. Todo lo anterior no es poca cosa, y subraya de manera palmaria lo que está en juego si Ucrania llegase a perder.

Como colofón mexicano, la ofensiva ucraniana en curso que le ha permitido a Kiev tomar y ocupar territorio ruso provee la oportunidad perfecta para que el gobierno lopezobradorista demuestre que no es incongruente y cínico cuando habla de la supuesta “neutralidad” mexicana y su “deseo de paz”: ¿por qué no formulan López Obrador y su cancillería un llamado a que las dos partes, Rusia y Ucrania, regresen a sus fronteras originales preestablecidas? A ver, los escucho.

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