Carta desde Washington

Los votos cruciales

Hay tres sociodemográficos clave que definirán el resultado en los siete estados bisagra en juego: mujeres, hispanos y negros.

A 13 días de que los estadounidenses acudan a votar, la contienda presidencial entre la vicepresidenta, Kamala Harris, y Donald Trump está como una moneda girando en el aire. Así se ha mantenido desde septiembre y así preveo que esté -amén de un evento sorpresivo o exógeno que modifique las intenciones enquistadas de voto- la víspera de los comicios, sin duda los más reñidos desde 2000, cuando Bush perdió el voto popular pero ganó el Colegio Electoral -y la presidencia- por 500 votos en Florida. Pero junto con esta certeza, prevalecen dos más: el día después de la votación, Estados Unidos seguirá estando tan polarizado y tribalizado como lo está hoy; y hay tres sociodemográficos clave que definirán el resultado en los siete estados bisagra en juego: mujeres, hispanos y negros.

Las elecciones de este año giran en torno a la brecha de género por tres razones: el resultado podría colocar a la primera mujer presidenta del país -noción que, hay que subrayarlo, ciertamente no ayudó a Clinton en 2016- en la Casa Blanca; el aborto, el tema kriptonita para los republicanos desde que la Suprema Corte revocó Roe v. Wade en 2022, podría aumentar los ya de por sí elevados niveles de participación de mujeres en las casillas que se han registrado en todos los comicios locales, estatales y especiales de entonces a la fecha; y la contienda presidencial en los estados bisagra está tan reñida que cualquier variación mínima en una u otra dirección decantará la elección. Las mujeres blancas, que representan casi el 40 por ciento del electorado nacional, han sido columna vertebral del Partido Republicano durante décadas, pero las encuestas sugieren que su apoyo a ese partido puede erosionarse este noviembre, gracias a mujeres blancas más jóvenes que se están moviendo a la izquierda a una velocidad vertiginosa. Si la composición del electorado que acude a las urnas y la brecha entre hombres y mujeres votando siguen siendo las mismas que en 2020, o si la participación de las mujeres aumenta con respecto a 2020, el 5 de noviembre podría ser un muy buen día para Harris. Inversamente, si la participación de los hombres aumenta drásticamente con relación a la última elección presidencial, Trump será el que celebre esa noche.

¿Y los votantes hispanos y negros? A contrapelo de lo que ocurre con el voto de las mujeres, 2024 podría ser el año de mayor realineamiento político-partidista racial desde que se promulgó la Ley de Derechos Civiles en 1964. Las encuestas hoy sugieren que Trump bien podría regresar a la Casa Blanca a lomo de votantes negros e hispanos combinados si le llega a ir mejor que a cualquier otro candidato presidencial republicano precisamente desde ese lejano 1964. Y eso que en 2016 se convirtió en candidato y finalmente en presidente después de llamar violadores a inmigrantes mexicanos, afirmar falsamente que Barack Obama no había nacido en EU y ahora, ocho años después, ofender a millones de votantes negros e hispanos al afirmar recientemente que los refugiados haitianos se comen a los gatos y perros de sus vecinos y que los inmigrantes están “envenenando la sangre de nuestro país”. ¿Cómo es esto posible? No hay una respuesta fácil, y las explicaciones pueden diferir con respecto a votantes hispanos y votantes negros.

En términos generales, Harris se llevará holgadamente ambos demográficos: hoy cuenta con 78 por ciento de la intención de voto negro frente al 14 por ciento de Trump, y lidera, con promedios de 56-52 por ciento contra 40-37 por ciento, la intención de voto hispano. Pero esos umbrales son menores que el apoyo de alrededor del 90 por ciento (negros) y el 65 por ciento (hispanos) a las candidaturas demócratas en 2012 y 2016. Y es que el aumento en las potenciales intenciones de voto por Trump parece estar siendo impulsada principalmente por hombres hispanos y negros jóvenes. En promedio, las encuestas sugieren que 26 por ciento de los hombres negros menores de 50 años prefiere a Trump, en comparación con 49 por ciento que dice que votará por Harris. A modo de comparación, 77 por ciento de los hombres negros mayores de 50 años afirma apoyar a Harris. En 2020, las encuestas a boca de urna muestran que Trump contaba con un 19 por ciento de apoyo entre todos los hombres negros. Por su parte, el porcentaje de votos hispanos a favor del GOP ha oscilado entre un máximo de 44 por ciento en la reelección de Bush en 2004 y un mínimo del 21 por ciento cuando Clinton derrotó a Dole en 1996. Por lo tanto, si Trump termina ganando o incluso arañando el 40 por ciento del voto hispano en noviembre, mayoritariamente el de jóvenes solteros hispanos, eso sería potencialmente decisivo, dado el creciente porcentaje del voto total conformado por hispanos: se proyecta que este año será del 14.7 por ciento.

¿Que explica estas tendencias potenciales de voto entre varones jóvenes negros e hispanos? En primer lugar, muchos de ellos se describen a sí mismos como conservadores ideológicamente; un bloque considerable de hispanos son cristianos evangélicos (especialmente pentecostales), lo cual los acerca más al GOP, y sus tendencias -o fobias- ideológicas hacen que la patraña del “comunismo” de Harris propalada por la derecha tenga resonancia discursiva, sobre todo entre aquellos que tienen raíces cubanas o centro y sudamericanas. Muchos de los jóvenes negros ya no van a la iglesia, que tradicionalmente ha sido una fuente importante de movilización e incubadora de activismo y participación política de ese sector de la sociedad estadounidense. Ambos sociodemográficos ven con recelo el aumento de la inmigración, a quienes lideran al movimiento Black Lives Matter y los derechos en aumento de las personas transgénero, por mencionar algunos temas de política pública y social. Alrededor del 40 por ciento de los votantes negros y 43 por ciento de los votantes hispanos dicen que apoyan la construcción de un muro a lo largo de la frontera con México; de manera similar, el 41 por ciento y 45 por ciento, respectivamente, dicen que apoyan la deportación de inmigrantes indocumentados. Solo alrededor de un tercio de los votantes hispanos dice que Trump está hablando de ellos cuando vilifica a los inmigrantes, lo cual, además enmarca quizá una oportunidad perdida de Harris y su partido: al tratar de mitigar el flanco de vulnerabilidad ante los ataques trumpianos en materia de política migratoria, adoptando una narrativa de mano dura, dejaron de recordarle a los hispanos que la promesa de Trump de llevar a cabo una deportación masiva de inmigrantes indocumentados podría significar un acoso oficial y no oficial a cualquiera que parezca o suene “extranjero”, así como la expulsión de familiares y amigos.

La mitad de los hispanos y casi la mitad (47 por ciento) de los negros dicen que la delincuencia en las grandes ciudades es un problema importante que se ha salido de control, esencialmente lo mismo que la proporción de votantes blancos (50 por ciento) que afirma lo mismo. De manera más relevante para el papel que juegan en este ciclo electoral las percepciones en torno a la inflación y el bienestar económico (hay que recordar que lo que importa en un ciclo electoral no son los datos duros macroeconómicos sino el hecho de que una economía es tan buena o mala como la perciban los votantes en ese momento), no creen que les está yendo bien. Hay, además, mucho en el mensaje populista, conservador y chovinista de Trump que tiene eco en parte considerable de los votantes negros e hispanos: hacer “grande” de nuevo al país y una política exterior más aislacionista. Y aunque la mayoría de los votantes estadounidenses se han sentido ofendidos por Trump en algún momento, un sustancial 53 por ciento de hispanos y 35 por ciento de negros dijeron que no encontraban nada de lo que éste había dicho recientemente como ofensivo. Para una nueva generación de estadounidenses hispanos y negros, Trump es “normal”. Los jóvenes negros eran niños durante la campaña de Obama en 2008 y ya no tienen consciencia de la lucha por los derechos civiles, lo cual naturalmente hace más difícil retratar a Trump como lo que es: una amenaza a la democracia y al Estado de derecho. Y adicionalmente, hay que subrayar que en algunos lugares (notablemente Florida y Texas), los republicanos simplemente han superado a los demócratas en su intento de cortejar a estos votantes.

Esta elección se decidirá por márgenes ínfimos, con ambas campañas pugnando por atraer a esa brizna del electorado que queda por decantarse: un 5 por ciento, que son votantes indecisos. Por ende, una variación, por pequeña que sea, en los patrones de voto con cualquier de estos tres grupos demográficos podría tener un impacto significativo en los resultados electorales, particularmente si ese cambio se manifiesta en un estado tan clave como Pensilvania (quien gane ahí tiene un 80 por ciento de posibilidades de obtener la presidencia), donde Harris había despuntado después del primer y único debate con Trump y ahora podría estar empatada o ir incluso un punto porcentual a la zaga. Como nunca antes, las mujeres y los hombres hispanos y negros tienen el futuro de EU en sus manos.

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