Fue casi cómico ver la rapidez con la cual Canadá -autoproclamado promotor del libre comercio y con una diplomacia global y regional etiquetada por Ottawa como progresista e independiente- se activó en una reacción pavloviana para echar a México por la borda en respuesta al triunfo electoral de Donald Trump. Primero fue Doug Ford, el premier del Partido Conservador en Ontario, la provincia más poblada, próspera y económicamente pujante del país, quien hace dos semanas soltó las cabras al monte y argumentó que Canadá debía salvaguardar su relación comercial con Estados Unidos marginando a México del T-MEC y regresando a un acuerdo comercial bilateral con su vecino al sur, criticando el transbordo de mercancías e insumos chinos desde nuestro país al resto del subcontinente norteamericano. Un día después, Danielle Smith, la premier (también conservadora) de la provincia de Alberta, rica en recursos energéticos, se unió a su colega subrayando la necesidad de preservar la relación comercial con EU a costa de México. Acto seguido, la viceprimer ministra, Chrystia Freeland, quien fue la negociadora canadiense del T-MEC hace siete años, dijo que compartía “graves preocupaciones” sobre los bienes chinos que ingresan a la zona norteamericana de libre comercio por la puerta trasera mexicana. Y a pesar de la relatoría que hizo la presidenta de México respecto de su conversación con Justin Trudeau en los márgenes de la Cumbre del G20, a las 24 horas el primer ministro advirtió que si bien prefería el statu quo, “podríamos tener que considerar otras opciones”, “dependiendo de las decisiones políticas” que tome México y si su gobierno no aborda “las preocupaciones reales y genuinas sobre la inversión china en México”.
Y todo esto fue previo a que Trump amenazara con imponer aranceles de 25 por ciento a las importaciones canadienses y mexicanas -que en la práctica haría trizas el acuerdo de libre comercio- si ambos socios no hacen más por detener el flujo de fentanilo y de migrantes hacia las fronteras estadounidenses. El instrumento exacto que utilizaría para aplicar esos aranceles punitivos (sobre todo porque la política comercial como tal es un atribución del Congreso) no está claro, aunque para hacerlo el día de su investidura, el 20 de enero, probablemente recurrirá a la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional, que, como su nombre sugiere, implica declarar un estado de emergencia nacional. Trudeau, ni tardo ni perezoso, y en seguimiento al contacto directo establecido con el presidente electo a horas de la amenaza y bravata de éste –y en un marcado contraste con la estrategia epistolar pública mexicana y los dimes y diretes de lo que conversaron Sheinbaum y Trump en una llamada telefónica- se desplazó el viernes a Mar-a-Lago para reunirse en persona y cenar con el presidente electo. El mensaje canadiense a tirios y troyanos ha sido meridianamente claro: necesitamos a EU mucho más de lo que necesitamos a México.
No es la primera vez en la historia de las relaciones norteamericanas en las últimas décadas que Canadá busca dejar tirado a México en la cuneta, en ocasiones, incluso, con una puñalada trapera por la espalda. La génesis misma de la negociación del TLCAN enmarca esta actitud dicotómica canadiense hacia nuestro país. Para cuando México y EU iniciaron en 1991 sus negociaciones comerciales, Canadá, que había negociado y firmado su propio acuerdo bilateral con EU en 1988, pensó de entrada que no tendrían por qué sumarse a una arquitectura trilateral hasta que se dieron cuenta de que el tamaño de la economía mexicana succionaría todo el oxígeno en la región; el resto, como dicen, es historia, y Ottawa no tuvo más remedio que subirse a una nueva negociación, ahora a tres bandas. Pero desde ese momento, quedó enquistada en la clase política canadiense, tanto en el Partido Liberal como el Conservador, la noción y el reflejo innato de que la trilateralización de la agenda norteamericana restaba a Canadá en su relación con Washington. Los atentados terroristas de 2001 solo ahondaron esa percepción cuando seguridad compartida y prosperidad compartida se entreveraron en las relaciones entre los tres socios comerciales, llevando incluso a un ministro de Exteriores liberal, John Manley, a quejarse del trato “mexicanizado” que EU daba a su frontera norte, y posteriormente a un primer ministro conservador, Stephen Harper, a hablar despectivamente en una de las cumbres norteamericanas de la “mexicanización” de la agenda regional por el peso que México ejercía en la Casa Blanca de Obama y su pésima relación personal con el mandatario estadounidense.
Amén de las elecciones canadienses del próximo año, que muy probablemente ganarán los conservadores, y que explica en buena medida el mensaje y alineamiento bipartidista en ese país en torno a China, a México y a la relación comercial de Canadá con EU, hoy hay razones de peso para que las provincias y la capital canadiense busquen y justifiquen desembarazarse de México. De entrada está la serie -in crescendo- de violaciones mexicanas al T-MEC, empezando con energía, maíz amarillo, certeza jurídica y la eliminación de reguladores y órganos autónomos en México; a ello hay que sumarle posturas y reformas en materia de minería que han afectado a muchas empresas canadienses, al nuevo brinco exponencial en el número de solicitudes de asilo de mexicanos (casi 3 mil en 2023, más que las de Afganistán, Sudán, Haití, Siria o Yemen) en ese país y la creciente preocupación en Ottawa en torno a una serie de posturas mexicanas en materia de política exterior, desde el coqueteo con Rusia y el arropamiento a los regímenes autoritarios de Cuba, Nicaragua y Venezuela, al boicot a la Cumbre de las Américas, y la desidia y falta de atención e interés mexicanos a los temas de seguridad perimetral norteamericana. Pero la puntilla ha sido el vacío brutal generado estos últimos seis años por la diplomacia lopezobradorista hacia y en Canadá; cero atención, cero banda ancha, cero presencia y cabildeo a lo largo y ancho del país. Esos vacíos se pagan y esa factura ha llegado ahora.
¿Que los dos vecinos de EU perdemos con este reflejo condicionado canadiense de cortar a nuestro país del entramado comercial norteamericano? Sin duda alguna. A México siempre le ha sido funcional y estratégico trilateralizar la agenda cuando Washington presiona o se obceca con algún tema. Por ello, durante mi gestión como embajador en EU, cuando junto con mi homólogo canadiense en Washington buscábamos negociar con la administración Obama, con el Congreso, y a lo largo y ancho del país con gobernadores clave del país, el ingreso de México y Canadá al Acuerdo Transpacífico, yo siempre le hacía la broma que ambos países vivíamos junto a un elefante, pero que era mucho mejor estar arriba del elefante que debajo de él. Ello explica además, en buena medida, porqué México en 2018 hizo caso omiso a quienes instaban al gobierno a cerrar la negociación del T-MEC con la Casa Blanca en un momento de impasse entre ésta y Ottawa, a pesar de que unos meses antes, cuando ya con López Obrador como presidente electo, éste buscó recular -vía su enlace en el equipo negociador mexicano- en el tema energético, Canadá estuviera tentada a saldar la negociación por su cuenta con la administración Trump.
En este nuevo pulso, ahora con Trump y la vinculación -formulada a las dos capitales, norte y sur- de aranceles punitivos con migración y fentanilo, Canadá podría beneficiarse de un arropamiento mexicano. Al igual que en México, el fentanilo ilícito en Canadá ha transitado rápidamente de la importación a la producción nacional. En los temas de seguridad fronteriza -desde la migración indocumentada hasta el terrorismo- Canadá está en una posición vulnerable, mitigada solamente por el hecho de que reina el Estado de derecho y de que con EU comparte un andamiaje de seguridad bilateral y en el marco de la OTAN, del cual carece México. El año pasado, Aduanas y Protección Fronteriza de EU informó de 80 ‘encuentros’ con personas listadas como potenciales simpatizantes de grupos terroristas en la frontera mexicana, en contraste con 484 en la frontera canadiense.
¿Cuáles son las opciones de México y Canadá? La más inmediata es prometer hacer algo sobre esos dos temas y esperar que esto le dé a Trump lo que busca: presentar su gambito como un éxito, incluso antes de que asuma el cargo. Otra estrategia para los dos socios comerciales sería no pestañear y no doblarse (como sí lo hizo López Obrador en 2019) y apostar a que legisladores, gobernadores y el sector privado estadounidense cabildearán y presionarán a la Casa Blanca (como lo hicieron en 2017 los secretarios de Agricultura, Sonny Perdue, y de Comercio, Wilbur Ross -cuando Trump decidió que renunciaría al TLCAN- convenciéndolo de que hacerlo perjudicaría a los agricultores y los estados fronterizos). Pero, para ello, una estrategia conjunta canadiense-mexicana sería clave. Canadá lleva meses, desde el verano, movilizando a sus aliados, cosa que México no parece haber hecho. México, sin duda, está en una situación precaria y vulnerable ante su socio canadiense y no será fácil remar contra una corriente de décadas y sobre todo, la de los últimos seis años. Hoy se alinean una mala coyuntura y una mala dinámica para mexicanos y canadienses.