En política, la fórmula es simple: cuando sabes que no vas a ganar, prometer es fácil. Puedes llenar tus discursos de compromisos de todo tipo y con todas las personas. Total, no tendrás que cumplirlas. Tú vas por las cuotas de los partidos.
Es lo que ocurre en las campañas electorales, principalmente de la oposición.
Cerrar refinerías, becar a todo el país, fijar el kilo de tortillas en 10 pesos, resolver los problemas de inseguridad con un plumazo, dispensar a diestra y siniestra… son propuestas para cazar incautos.
La estrategia consiste en acechar las políticas que han sido populares en el gobierno que tanto has criticado, y esperar el momento justo para engancharte de ellas y hacer creer al público que tú las vas a ejecutar mejor.
Sin embargo, no hay un verdadero Proyecto de Nación en lo que prometes, sino una especie de galimatias en el que buscas darle gusto a todos. Vaya, en este juego conformas propuestas a la sombra del éxito de otros. Son propuestas espejo, pero reflejadas en un espejo viejo, borroso.
En este Frankenstein político ya no caben las ideologías, los principios, las bases políticas. La meta es sumar lo que puedas, y de donde sea.
“Bahhhh, ¿el aeropuerto es malo? Sí, pero vamos a aprovecharlo; ¿las becas y apoyos del bienestar son malas, inviables a largo plazo y crean clientelismo político? Sí, pero ‘lamentablemente’ hay que mantenerlos, son ‘intocables’ (como le dijo Enrique de la Madrid a El País en una entrevista en diciembre pasado); ¿que Pemex es un barril sin fondo y va en contra de la transición energética? Sí, pero hay que modernizarlo, transformarlo; ¿que López Obrador es un populista de la vieja izquierda? Sí, pero hay que imitarlo porque es el único que ha sabido cómo conectar con el Pueblo de México… etcétera, etcétera”.
Así, lejos se miran los días en que Xóchitl Gálvez acusaba de populista a López Obrador ante exlíderes de Latinoamérica, sentada a un lado de su mentor, Vicente Fox, en aquel Foro América Libre de octubre del año pasado. Hoy da lo mismo no sólo respaldar los apoyos sociales del Primer Mandatario de México (hasta lo firmó con sangre), sino incluso, dice, los va a “mejorar”.
Recordemos que en estas elecciones no está en juego la Presidencia de México, sino la permanencia de los partidos de oposición. La ventaja de Gálvez y los suyos, tan diversos ellos, es que la naturaleza de su alianza les permite pivotar desde el pensamiento más conservador de la derecha pura, en su versión más panista; hasta la “nueva izquierda”, como se hacen llamar los pocos que sobreviven en el PRD; pasando por el centro que “sí resuelve”, como cínicamente se promueve el PRI en sus spots publicitarios.
Qué difícil debe ser cosechar simpatías entre los votantes en un país donde la mayoría está a gusto con su gobernante (69% en enero, según Oraculus). Por eso es tentador prometer la continuidad, aunque no puedas cumplirla.