Esta semana el futuro secretario de Economía, Marcelo Ebrard, se reunió con la virtual presidenta electa y sus asesoras de negocios -Altagracia Gómez y Raquel Buenrostro- para marcar los pasos a seguir para la revisión del T-MEC el próximo año.
El resumen de la estrategia fue rápido en voz de Ebrard: “en este caso lo que viene es una revisión, no es una renegociación; entonces, si funcionó bien pues se podrán hacer algunas adhesiones, pero no pretendemos renegociar todo el tratado. Las menos posibles porque está funcionando”.
Pero, no es un proceso ni una decisión unilateral, sino todo lo contrario.
Los tres socios deben revisar cómo ha fluido el T-MEC en estos años desde su puesta en vigor en julio de 2020.
¿Llegamos a esta revisión con buenas notas los mexicanos?
Pues no tanto.
Uno de los temas que más preocupa al gobierno de Estados Unidos (ya sin importar el color, ni el partido) es la guerra comercial con China. ¿Tenemos todos los elementos para rebatir cualquier duda en este sentido? Con el aumento de las inversiones chinas y el nearshoring que están aprovechando las empresas de este país para no abandonar el apetitoso gran cliente que es Estados Unidos. ¿Alcanza con solo acompañar el aumento de aranceles a vehículos o acero chino como ha pasado en las últimas semanas? Más allá de quien esté al mando en la Casa Blanca, este es un tema complejo que no representa un carpetazo ni para republicanos ni para demócratas.
“En estos años, México ha acumulado muchos irritantes en la relación con Estados Unidos”, me explica un ex negociador del T-MEC, “hay incumplimiento en todos los sectores tanto en el automotriz, como en el tema del maíz, pero sin dudas el del sector energético es el mayor con afectaciones de billones de dólares para nuestro hoy principal socio”.
En el sector energético (uno de los más polémicos a renegociar en 2018 entre la salida del sexenio de Peña Nieto y la llegada de López Obrador) uno de los compromisos trinacionales fue la obligación de dar un trato justo a la competencia en el sector, no solo la de Estados Unidos, sino a las mexicanas privadas que compiten con las empresas del Estado. Esta es una situación que se ha llevado al límite en el sexenio de Morena, desde el escándalo de los gasoductos en la frontera hasta las peleas con Iberdrola, el congelamiento de las inversiones en energías renovables (además de la eliminación de los certificados de energías limpias) y el peso que ha ganado CFE en pocos años. En los seis años en el poder, AMLO ha tramitado leyes que otorgan un monopolio a las empresas energéticas del Estado, cancelado permisos de operación a empresas privadas y revertido la apertura comercial de su antecesor. Este es un panel de controversias (una figura incorporada en el T-MEC), donde México tiene nulas oportunidades de ganar.
Otro de los ‘irritantes’ es la restricción de importación de maíz transgénico, una decisión a la que el gobierno de Biden ya en marzo de este año consultas técnicas formales afirmando que el enfoque mexicano “no se basa en la ciencia”.
Y sin dudas, en un acuerdo como el T-MEC, donde las reglas y los acuerdos se deben cumplir, la posible desaparición de los órganos autónomos (algunos como Cofece, nacidos ex profeso para el TLCAN) también será un tema que será ‘revisado’ por el Congreso estadounidense.
Creo que más que dejar todo como está, porque así ya funciona, el nuevo ‘equipo revisador’ mexicano del tratado deberá considerar estos negritos en el arroz para no llegar con las manos vacías a Washington.