En el 2000, fue Estados Unidos quien le abrió la puerta a China para que ingrese a la OMC.
Hoy es el principal interesado en desinflar la poderosa presencia de los asiáticos no solo en su mercado sino en el de sus dos principales socios y vecinos, nosotros y Canadá. Es la verdadera razón detrás de la imposición de aranceles de 25 por ciento que comenzaría a correr a partir del 20 de enero.
En 22 años, China aprovechó como ningún otro país su presencia en la OMC, y sus exportaciones pasaron de representar a nivel global 3.8 por ciento a 14 por ciento. En ese mismo lapso, los tres socios norteamericanos, el TLCAN / T-MEC, perdieron participación en las exportaciones mundiales, de 18 por ciento a 13 por ciento.
Desde 2000, China pasó de concentrar 3.6 por ciento del PIB del planeta a 18 por ciento el año pasado. Ese crecimiento lo hizo ‘comiendo’ participación de los tres grandes mercados de Norteamérica que dejaron de representar como bloque el 35 por ciento del PIB global en el 2000 para quedar ahora en un 29 por ciento. Y en este impulso comercial, las grandes economías se volvieron muy dependientes de los insumos y productos chinos.
Y no se diga, los socios del T-MEC, y no se diga, México.
En actualidad, 16.5 por ciento de todas las importaciones de Estados Unidos son chinas (a pesar de todos los ajustes desde la primera presidencia de Trump), las de Canadá son 13.5 por ciento y las nuestras son de 19.6 por ciento. Somos, sin lugar a duda, los más dependientes de China y cargamos, además, con el karma de ser ‘ese patio trasero’ que nuestros principales socios consideran que los chinos usan (rían) para seguir vendiendo en el mercado más consumidor del mundo. “Tenemos que hacer nuestra propia revisión de por qué le compramos a China mucho más de lo que nos compra: 119 mil mdd por año versus 11 mil mdd”, dijo hace unos meses el secretario Rogelio Ramírez de la O. Y lo volvió a repetir en el evento de la presentación del Plan México.
El peso de China en el futuro de la economía mexicana está presente en buena parte de las medidas que ha tomado el gobierno federal ante los avatares regionales como la llegada de un presidente muy proteccionista como Donald Trump, un potencial primer ministro en Canadá, igual de ‘fronteras adentro’, y la revisión del T-MEC.
Esto está presente en el Plan México presentado esta semana, donde se busca precisamente ir achicando la brecha de demanda con China, se buscan dar señales de buena voluntad con Estados Unidos (los aranceles a textiles asiáticos y los decomisos de mercadería importada del lejano Oriente) y en propuestas para que no se enfríe la oportunidad de la relocalización de empresas (el famoso nearshoring), como son los 12 polos de desarrollo industrial o los 100 parques industriales.
Ya no se habla frente a la IP de obras sexenales fastuosas, ni de soberanía energética, ni de cierre de fronteras.
Las coordenadas están cambiando, la exposición internacional del país también (el regreso al Foro Internacional de Davos, por ejemplo) y el tema nodal para hacer crecer al país y no perder terreno también. Y no se llama Trump. Se llama China.