El año que termina empezó con expectativas positivas, ya que era creciente el número de vacunas existentes para enfrentar el coronavirus, mismas que empezaban a ser utilizadas en cada vez mayor número de países. Además, la ciencia y la medicina avanzaban en el conocimiento de esta enfermedad y la manera de superarla. De esta manera se incrementaba el porcentaje de personas que la adquirían, se curaban y se reducía la letalidad; lo cual fue apoyado por el incremento de la temperatura con la entrada de la primavera en la mitad norte del planeta. Otro factor positivo ha sido el fuerte programa económico expansivo del gobierno de Estados Unidos, que se traduce en un incremento de la demanda agregada no solo en ese país, sino en el resto del mundo, del cual se beneficia México.
Nuestro país no fue ajeno al efecto de las vacunas y el avance en el tratamiento de esta enfermedad, lo que permitió reducir el número de entidades que estaban en el llamado “semáforo rojo y amarillo”. El reinicio de distintas actividades productivas fue evidente en gran parte del territorio nacional, apoyado con el llamado “rebote del PIB”. Este se refiere a que las tasas de crecimiento anuales en el segundo trimestre fueron muy elevadas, al compararse con datos extremadamente bajos del año anterior.
Hay que recordar que el PIB de México tuvo una contracción en el primer trimestre de 2020 de -1.7%, en el segundo de -18.9% y de -8.4% en el tercer trimestre. Al inicio del año que termina la economía seguía bajando en el primer trimestre (-2.8%), pero en el segundo trimestre ya hubo tasa positiva en el PIB (+19.8%) y en el tercero también (+4.7%). Sin embargo, la situación no es tan positiva al revisar los datos mensuales del IGAE, en el cual se nota que la economía inicia un nuevo descenso a partir de mayo. No solo eso, sino que nunca recuperó los niveles previos a la pandemia ni los máximos alcanzados en agosto de 2018.
Las economías en el mundo tienen cuatro grandes motores de la demanda global que les permiten crecer, que son el consumo privado, el consumo del gobierno, la inversión y las exportaciones de bienes y servicios. En México el más importante es el consumo privado, el cual representa cerca del 46% de toda la demanda y ha tenido una contracción en los pasados años, tanto por la pandemia como por la caída en el empleo. Además, en los últimos trimestres se ha reducido por el incremento en la inflación. Por su parte, el consumo del gobierno representa alrededor del 9% del total, el cual tuvo un incremento superior al 2% el año pasado, pero en el presente ya registra una disminución. La inversión representa cerca del 20% del total y de ella, la inversión privada es mayor al 90%, la cual ha sido muy castigada por la propuesta de la reforma eléctrica enviada al Congreso. El restante lo componen las exportaciones, que son las más dinámicas por la reactivación de EU.
La reforma eléctrica tiene como uno de sus objetivos el fortalecer las finanzas de la CFE. Sin embargo, el impacto que puede tener en el resto de la economía puede ser muy costoso, al estimarse que significaría un incremento en el costo promedio del energético cercano al 30%, lo que finalmente podría perjudicar a la misma empresa, al reducirse el número de compañías privadas existentes en el país, así como el poder de compra de la población. Esto tendría un elevado costo en el actual esquema de desarrollo económico nacional, que está basado, entre otras cosas, en una creciente capacidad para competir en los mercados internacionales. Este modelo se siguió para poder detener las fuerte y recurrentes crisis económicos que ocurrían en el país en la década de los 70 y 80.
Nuestro país siguió un esquema de economía cerrada al comercio internacional después de la Segunda Mundial, con fuerte controles en las distintas ramas económicas y una importante intervención gubernamental. El gobierno se volvió el principal proveedor de divisas para la industria nacional, ya fuera que las obtuviera por medio de los ingresos petroleros o por endeudamiento público. Por otro lado, el tipo de cambio era fijado por el mismo gobierno, quien surtía al mercado de los dólares que se requerían.
Este modelo resultó en que los productos fabricados en el país tenían costos de producción elevados, por lo cual las empresas nacionales no podían competir en los mercados internacionales, con lo que carecían de las divisas necesarias para adquirir sus insumos. El nuevo esquema está basado en incrementar la competitividad de las empresas por medio de incrementos en la productividad y reducción de costos, lo que ha permitido que las empresas privadas generen los dólares que se requieren.
El hecho de elevar el precio de el principal energético que requiere la industria exportadora del país (o subir los impuestos para compensarlo) destruiría toda la estrategia de crecimiento, sin tener un modelo alternativo. Esto agravaría la caída en la inversión, perjudicaría la creación de empleos y el consumo privado, debilitaría al tipo de cambio y se tendrían aumentos adicionales en las tasas de interés.