Tal y como se preveía, el triunfo de Trump como próximo presidente de Estados Unidos inicia cambios en la forma de gobernar y en el equilibrio económico global, incluso antes de que tome posesión de su nueva responsabilidad. A pocas horas de las elecciones ya nombra funcionarios en su gabinete, anuncia medidas concretas de política económica, habla con diferentes líderes de otros países, etcétera. Además, el Partido Republicano tuvo un triunfo muy relevante en el Congreso, lo que le otorga un fuerte poder para realizar cambios importantes.
Es obvio que pretende llevar a cabo las diferentes promesas realizadas en su campaña para fortalecer la economía de su país, algunas de las cuales son: 1) Apoyar a las empresas manufactureras locales para que inviertan en Estados Unidos, como bajar el impuesto corporativo al 15 por ciento; 2) modificar y extender el plazo de la Ley de Empleos y Reducción de Impuestos (TCJA); 3) imponer un arancel universal; 4) revertir las actuales políticas ambientales y de energía, favoreciendo a la industria petrolera; 5) eliminar el Departamento de Educación; 6) diversas medidas para fortalecer la seguridad en las fronteras, incluyendo completar el muro fronterizo con México y varias más.
El Comité del Presupuesto Federal Responsable estima que estas medidas elevarían el déficit público, por lo que podría incrementarse la deuda pública para llegar a ser cercana al 120 por ciento del PIB al finalizar su periodo en cuatro años, y podría ser de 150 por ciento en los próximos diez años.
En Europa hay preocupación, ya que ha anunciado suspender el apoyo económico y militar a Ucrania, lo cual permitiría el triunfo de Rusia en su invasión a aquel país. Además, ha dicho que suspendería el apoyo financiero a la OTAN, que ha servido para contener la tendencia expansionista de Rusia hacia Europa Occidental y la militarización de estos países. En Asia, China se prepara para adaptarse a los aranceles más elevados, que ha dicho, pondrá a las importaciones de aquel país. Como consecuencia se ha dedicado a la búsqueda de nuevos mercados para compensar las pérdidas que esto lo provocaría. Como ejemplo está la cantidad de nuevas marcas de automóviles chinos que se venden en México y otras naciones latinoamericanas y africanas. Además, ha reducido sus ventas y su déficit comercial con Estados Unidos para mejorar su imagen frente al ciudadano norteamericano. Ahora México es el principal exportador a nuestro vecino país del norte, lo cual no es bien visto allá.
Las empresas norteamericanas también estudian cómo se pueden beneficiar de las medidas que se anunciarán para fortalecer aquella economía. Por su parte, Texas ha iniciado una campaña para atraer a las empresas que pensaban instalarse en México para beneficiarse del nearshoring y que lo están reconsiderando.
Los mercados financieros y bursátiles tuvieron una primera reacción muy positiva al resultado de la elección. Fue claro que mientras acciones bursátiles de empresas que pueden ser afectadas por las diferentes medidas tuvieron ajustes relevantes, una gran cantidad tuvieron incrementos relevantes. Sin embargo, es posible que las tasas de interés de largo plazo se mantengan elevadas por más tiempo del previsto, debido al riesgo de una mayor inflación.
México está en una situación de debilidad para enfrentar los retos que se avecinan, destacando la actual desaceleración de la economía. Por su parte, el gobierno mexicano tiene un importante déficit fiscal que corregir, con una baja recaudación y programas sociales que no puede eliminar. Las empresas tienen ya una elevada carga impositiva, más elevada que sus competidores extranjeros, tasas de interés mucho más altas y presiones en los costos laborables por incrementos salariales, recortes en las jornadas de trabajo y competencia desfavorable de la economía informal. Por su parte, el Ejército está ocupado en actividades que no deberían ser de su competencia. En suma, sería ingenuo pensar que las elecciones no tendrían impacto negativo en México y hay que pensar en las estrategias para superarlo.