Cuando aún gobernaba Venezuela el fallecido Hugo Chávez, asistí a una reunión privada con miembros de la oposición de ese país que estaban de visita en México. Nos presentaron un relato detallado de cómo la democracia venezolana se fue degradando hasta verse completamente anulada. Describieron cómo, bajo una aparente normalidad legal e institucional, la democracia venezolana fue perdiendo fuerza, apoyo social y legitimidad hasta convertirse en una dictadura descarada, a la cual no le queda ya el disfraz de democracia con el que intentó cubrirse durante tantos años. Estaba vigente entonces la idea de que Chávez construía en Venezuela un sistema de gobierno que tomaba como modelo a la Cuba de los hermanos Fidel y Raúl Castro. Había sin duda, similitudes. Chávez, al igual que Fidel Castro, intentó infructuosamente llegar al poder mediante un golpe de Estado. En ambos casos, Fidel y Chávez adoptaron la parafernalia e indumentaria militar como símbolo de su poder político, y los dos –cada quien con su estilo–, fueron líderes carismáticos y provistos con un amplio talento, no para la oratoria exactamente, sino para la verborrea excesiva y grandilocuente. También desde luego, había diferencias. Castro alcanzó el poder tras una revolución armada; Chávez fue candidato y ganó las elecciones para convertirse en presidente de manera democrática, aprovechando el descontento que había con los políticos tradicionales. Pero una vez en el poder, Chávez emprendió un profundo proceso de degradación de la democracia venezolana. A lo largo de ese proceso, expropió, canceló o avasalló con dinero público a los medios de comunicación independientes para convertirlos en órganos adictos al oficialismo; hostigó y obligó al exilió a los empresarios que no se le sometieron; se ganó la fidelidad del ejército mediante ascensos, y entregó a militares la responsabilidad de importantes funciones de gobierno, como el control de las fronteras y puertos, así como de otras instituciones en las que se tiene acceso a grandes cantidades de recursos. En la descripción de ese proceso de degradación democrática, quedaba claro que no había tantas coincidencias con la Cuba de Castro, y que la manera en la que Chávez fue consolidando su poder en Venezuela y cancelando la democracia, tenía más coincidencias con la ruta que ha tomado el sistema autoritario de la Rusia de Vladimir Putin.
Se le atribuye a Vladislav Surkov ser el artífice de una estrategia de operación y comunicación política que ha ayudado a mantener en el poder a Vladimir Putin por 21 años. Surkov ofreció hace unos días una rara entrevista al diario británico Financial Times, en la que revela de forma por demás cándida –¿cínica?– algunas de las ideas que lo llevaron a él y a Putin a matar la joven democracia rusa y sustituirla con un sistema simuladamente abierto a la participación política, en el que la gente vota y en el que los votos son contados, pero en el cual siempre ganan Vladimir Putin y su partido, Rusia Unida.
La idea central de Surkov es que la estabilidad del Estado está por encima de la libertad individual; eso justifica que en Rusia existan partidos políticos de ‘oposición’ que en realidad son satélites del gobierno, que los medios de comunicación están fuertemente controlados, y que a los líderes políticos independientes se les impida participar bajo mecanismos legales diseñados con ese propósito, o a través de medios más convincentes, como la cárcel o el envenenamiento. Putin, dice Surkov, es comparable a Octavio Augusto, fundador del Imperio romano. Ambos crearon un nuevo tipo de Estado en el que se mantuvieron las instituciones democráticas y republicanas –el Senado en el caso del Imperio romano; las elecciones periódicas en el caso ruso–, pero en el que al final una sola persona toma las decisiones, de tal forma que, según Surkov, hay suficiente libertad y suficiente orden.
Las declaraciones de Surkov para el Financial Times revelan la existencia de un mapa de ruta, un patrón de estrategias para la transformación hacia al autoritarismo, de involución democrática. La ruta hacia el autoritarismo al estilo de Putin ha servido de modelo en aquellos países que por la vía democrática han elegido a líderes iliberales y populistas. Todos ellos comparten un air de famille con tufo a vodka. En todos los casos sin excepción, estos gobernantes iliberales han utilizado uno o varios elementos de la ruta que Surkov diseñó para Putin y que, entre otras estrategias, incluye la degradación de las reglas democráticas, el control de los medios, la transformación de la comunicación oficial y los eventos de gobierno en una especie de espectáculo construido sobre una retórica nacionalista, y una alianza con los militares basada en la cesión de espacios de poder político y oportunidades para administrar grandes cantidades de dinero público.
La libertad es como la salud, a veces sólo se le valora una vez perdida. Preocupa ver que las voces más entusiastas que hablan en defensa de la libertad vienen precisamente de quienes ya la perdieron. Ojalá tengamos la capacidad y la sabiduría de alzar la voz cuando sea necesario, y de mantener vigentes las libertades y la democracia que tanto trabajo costó construir, antes que las perdamos.