Benjamin Hill

Cómo dejar de ser racista

El racismo no es un problema de personalidad o de falta de educación, se trata de un fenómeno estructural, profundamente entretejido en nuestras ideas, cultura, formas de convivir y en nuestras políticas públicas.

Resulta una contradicción fundamental que México, un país fundado en la mitología de que el centro de la mexicanidad, el corazón de nuestra identidad, es la negación de las razas por virtud del mestizaje, sea al mismo tiempo una sociedad tan racista. Pero lo somos. Tenemos a la mano evidencia de este racismo en todos los ámbitos de nuestra sociedad: en el lenguaje; en las categorías que usamos para definir la belleza de las personas; en los chistes degradantes; en la forma diferenciada como tratamos a los demás tomando en cuenta –aunque sea de forma inconsciente– el color de su piel.

Pero si el catálogo anecdótico y de experiencias de cada uno de nosotros no fueran suficientes para abrirnos los ojos, hay un tupido catálogo de experimentos, encuestas y estudios que sacan a la superficie algunas manifestaciones de ese racismo soterrado. Entre ellos está la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México (Enadis) 2010, de Conapred (https://www.conapred.org.mx/userfiles/files/Enadis-2010-RG-Accss-002.pdf), el Módulo de Movilidad Social Intergeneracional (MMSI) 2016, del INEGI (https://www.inegi.org.mx/programas/mmsi/2016/), y el estudio Por mi Raza Hablará la Desigualdad: Efectos de las Características Étnico-raciales en la Desigualdad de Oportunidades en México, elaborado por OXFAM México en 2019 (https://www.oxfammexico.org/sites/default/files/Por%20mi%20raza%20hablara%20la%20desigualdad_0.pdf) y publicado hace apenas unos días. Cada uno de estos estudios, al momento de ser publicado, ha generado en cierta medida un debate público sobre el racismo en México, que en mi opinión no han logrado rebasar las expresiones de indignación y las minitormentas en redes sociales.

Una de las cosas que son más difícil de comprender acerca del racismo y de su complejidad, es que no se trata de un defecto de personalidad que sufrimos algunos, como puede ser la patanería, la ausencia de modales o la propensión a insultar, vicios que pueden corregirse mediante la educación. Una gran mayoría de nosotros, especialmente los mexicanos, ilusionados con el mito del mestizaje, que nos lleva a imaginar que somos ciegos ante el color de piel de las personas, no nos consideramos racistas. Sin embargo, habría que revalorar nuestras actitudes, porque el racismo no es un problema de personalidad o de falta de educación, se trata de un fenómeno estructural, profundamente entretejido en nuestras ideas, cultura, formas de convivir y en nuestras políticas públicas.

El racismo estructural se crea por medio de ideas preconcebidas que tal vez no consideramos racistas, pero que lo son en el sentido en que ayudan a justificar creencias que nos dicen que una raza es superior o inferior a cualquier otra. Ideas, por ejemplo, que establecen que una raza tiene, por naturaleza biológica o en razón de su cultura, tradición o por influencia del medio ambiente, cierta patología de comportamiento que explica su situación de subdesarrollo.

Y es que el racismo estructural hace que las ideas racistas se conviertan en una profecía que se cumple a sí misma, de tal manera que cuando los prejuicios, que actúan en contra de un grupo de personas, logran efectivamente impedir su desarrollo socio-económico, el atraso creado por la discriminación sirve como evidencia para demostrar y justificar los prejuicios racistas, en un círculo vicioso que es muy difícil de romper.

Para empezar a desenmarañar la complejidad de este problema tenemos, en primer lugar, que salir de la zona de confort o de negación en la que estamos por la idea de que somos un país mestizo, en el que el racismo no existe simplemente porque es contrario a la esencia mexicana. Esa idea nos ha impedido avanzar en un debate incómodo que tiene que hacerse no partiendo de la idea que tenemos de nosotros mismos, sino con base en una realidad revelada ya por un robusto cuerpo de estudios, que nos dicen que el desarrollo personal en México está determinado en gran medida por el color de piel. En segundo lugar, se requiere diseñar políticas públicas que remedien los efectos concretos de esta discriminación y que ayuden a quitar las limitaciones que enfrentan muchas personas que hoy son discriminadas por el color de su piel, para acceder a mejores oportunidades de desarrollo en la educación y el trabajo. Y esas dos cosas sólo se podrán lograr si iniciamos un debate abierto, respetuoso e informado, libre de prejuicios que dividen y de categorías que descalifican. Un debate en el que no se dibuje una frontera artificial entre mexicanos que nos impida dialogar. Un debate que nos revele a cada uno de nosotros en qué hemos fallado y cómo podemos acercarnos a ese viejo ideal de México como un país post-racial, construido sobre los cimientos de la tolerancia, de la diversidad y de la igualdad de oportunidades para todos.

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