Opinión Benjamin Hill

La revolución social que esperaban las mujeres

Este movimiento no pudo preverse y prueba de ello son los funcionarios que consideran que lo van a detener con declaraciones en redes sociales.

Hace muchos años, leí una entrevista a Octavio Paz cuya cita no recuerdo, en la que se le preguntó cuál era la revolución más importante del siglo XX. Tal vez el entrevistador esperaba una respuesta sobre de la revolución rusa de octubre de 1917, o una reivindicación del rol histórico de la Revolución mexicana en el repertorio de los movimientos sociales del siglo pasado. Paz respondió que la revolución más relevante del siglo XX había sido la transformación del papel social de las mujeres en su lucha por la igualdad de derechos, el reconocimiento de su estatus cultural y la emancipación económica. La respuesta de Paz me pareció fascinante porque no se refería a una revolución armada, sino a una transformación social y cultural profunda, pero me dejó también con muchas inquietudes, pues sobra decir que esta revolución estaba –y sigue estando– incompleta, pues la búsqueda de igualdad, estatus y justicia, a pesar de los avances, se encuentra aún lejos de ser una realidad objetiva.

Escribí aquí hace unos meses sobre las condiciones que permiten que se presente un cambio social, político y cultural (https://elfinanciero.com.mx/opinion/benjamin-hill/como-generar-un-cambio). En ese artículo mencioné el libro de Cass Sunstein (How Change Happens, MIT University Press 2019). Ahí Sunstein dice que los cambios sociales profundos muchas veces son inesperados, aparecen sin advertencia y avanzan como fuego en la pradera. Ningún observador y analista del Medio Oriente pudo anticipar la primavera árabe; la Revolución francesa fue completamente sorpresiva para todos en su tiempo; al propio Lenin le sorprendió la explosividad con la que muchos rusos abrazaron la causa bolchevique. La Revolución mexicana en gran medida, también fue una guerra que en su momento nadie pudo prever.

Los cambios sociales son difíciles de prever y en su caso, de provocar, dice Sunstein, porque las personas no se atreven a revelar sus ideas políticas cuando esas opiniones van en contra de las de la mayoría o de las normas sociales generalmente aceptadas. En el caso de la revolución de las mujeres, la superestructura de normas sociales y culturales que legitimaron tanto tiempo la discriminación, el sometimiento y la devaluación del estatus social y político de las mujeres –lo que hoy llaman con precisión 'el patriarcado'–, impedía a muchos individuos expresar su verdadero sentir y actuar en congruencia, por lo que se permitió la continuación de una realidad injusta. Sunstein dice que el cambio social requiere que se den interacciones sociales relevantes entre personas que desean empujar un cambio, que se reconozcan y fortalezcan sus convicciones; que surja la evidencia de que existe toda una comunidad favorable a esa transformación, y que aparezcan liderazgos visibles, que animen a que revelemos nuestros deseos ocultos de que las cosas cambien.

El movimiento mundial en contra del acoso sexual identificado con #MeeToo en Estados Unidos, #NiUnaMenos en Argentina, #BalanceTonPorc en Francia, #AMiTambien en México, #TheFirstTimeIGotHarassed en Egipto, #WithYou en Japan, #PremeiroAssedio en Brasil y otros hashtags que hicieron de Twitter el epicentro de un encuentro virtual que reveló a muchas víctimas de acoso sexual la existencia una comunidad de personas que compartían experiencias parecidas y de otra muchas que apoyaban un cambio.

Catharine Mackinnon, profesora de leyes de la Universidad de Michigan, escribió para The Atlantic en marzo pasado (https://www.theatlantic.com/ideas/archive/2019/03/catharine-mackinnon-what-metoo-has-changed/585313/) que el movimiento #MeToo ha sido la plataforma en la que se han desplegado, con la intervención social colectiva que permite Twitter, las innovaciones legales, políticas y conceptuales del feminismo de los años 70. Mackinnon advierte algo interesante al señalar que #MeToo fue un movimiento que no se condujo bajo la lógica de exigir la aplicación de la ley o de promover cambios legislativos, sino de usar las redes sociales y los medios de comunicación para exhibir abusos y movilizar a la sociedad para ofrecer el alivio y la justicia que las leyes no han podido procurar. La fuerza de #MeToo no fue la búsqueda de cambios institucionales ni tampoco la cantidad de personas que se manifestaron como víctimas; fue un factor de cambio porque representó el encuentro de experiencias, frustraciones, aspiraciones y deseos de cambio que eran compartidos por muchas personas sin que lo supieran, pero que estaban ahí.

Poco a poco fueron cumpliéndose las condiciones para que se diera un cambio social profundo, en el sentido revolucionario al que Octavio Paz se refería. Tal vez pueda decirse que este movimiento no se pudo haber previsto, y prueba de ello son los políticos y políticas que consideran que lo van a detener con declaraciones públicas y publicaciones en redes sociales que por fortuna, no han encontrado eco en la sociedad. Las redes sociales nos han revelado la existencia de una masa crítica de personas, de una mayoría que queremos un cambio. El debate público nos ha ayudado a reconocer que hemos fallado en completar los cambios que se requerían para completar la revolución que esperan las mujeres. Los repugnantes casos de feminicidio y abusos criminales recientes contra mujeres han amalgamado y endurecido al movimiento de cambio, y las mujeres que lideran ese movimiento han demostrado a la opinión pública y al poder político que no piensan esperar, que tienen la disposición, la capacidad de organización y el valor de empujar este cambio en contra de todo.

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