Benjamin Hill

Testosterona

Si se admite válido vincular el efecto de la presencia de testosterona con aquellas actitudes tendientes al abuso, el acoso y la violencia de género, tendríamos que sumar ese tema a la discusión contra la violencia hacia las mujeres.

Octavio Paz afirmó en una entrevista que el cambio más importante que ha ocurrido en la humanidad en el último siglo ha sido la progresiva pero lenta y aún incompleta emancipación de las mujeres, y la consolidación de cambios que han permitido una mayor igualdad entre géneros. Sobra decir que esa transformación rumbo a la igualdad de género enfrenta todavía un largo camino, y que uno de los aspectos inacabados más indignantes y de más urgente atención es el de la violencia que ejercemos los hombres en contra de las mujeres. La violencia en contra de las mujeres es consecuencia directa de que ese camino hacia la igualdad de género no ha terminado, y que persiste una situación de aguda desventaja de las mujeres frente a los hombres en los ámbitos económico, político, social, cultural, religioso, de acceso a la justicia, y otros muchos.

Los testimonios de muchas mujeres, reunidos gracias al movimiento #MeeToo y los que se han hecho públicos recientemente, muestran que el acoso y la violencia contra las mujeres tienen una existencia prácticamente universal. Puede argumentarse que la gran mayoría, si no es que todas las mujeres, ha tenido alguna experiencia de discriminación, acoso o violencia por parte de uno o más hombres. También ha sido abrumador conocer más sobre las mujeres que son víctimas de crímenes de violencia sexual o las que son asesinadas por hombres, que al acumularse alcanzan la categoría de masacre. Las razones de esta situación tienen raíces en la desigualdad de género en todas sus formas, y creo que es en el análisis de las causas de esa desigualdad donde debe enfocarse principalmente la discusión. Creo también que para llegar a la raíz del problema, y complementar la discusión, es necesario conocer más sobre el origen de la violencia de género y entender qué es lo que mueve a esos hombres a abusar, acosar, violar, matar.

Una forma para tratar de entender mejor lo que pasa en la mente de los hombres que ejercen la violencia de género, es tratar de descubrir cuáles son los mecanismos internos que motivan esos comportamientos. Un artículo publicado en la revista académica Frontiers in Neuroscience (https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC4330791/) hace un recuento de los efectos de la testosterona sobre las funciones del cerebro que definen el comportamiento humano. Algunos de los efectos de la testosterona han sido ampliamente discutidos en la literatura de divulgación científica. Los experimentos con animales y personas muestran que la administración de testosterona en algunos individuos disminuye la ansiedad y la depresión, que la exposición del cerebro a esa hormona fortalece las capacidades cognitivas que tienen que ver con las habilidades espaciales (imaginar, visualizar y distinguir entre distintos objetos de dos o tres dimensiones), y que mejora la capacidad para memorizar, entre otros efectos que aún se discuten pues hay resultados contradictorios. También existe alguna evidencia de que la testosterona es más alta en individuos con temperamento agresivo, como criminales que han cometido crímenes violentos.

Griffin Hansbury es un hombre transgénero. Nació siendo mujer. Cuando llegó a la universidad, decidió que su identidad sexual era masculina y se sometió a un tratamiento hormonal como parte de su transformación. El tratamiento incluía inyecciones de hormonas que hicieron que durante varios meses tuviera en su sangre el doble de testosterona que normalmente tiene un hombre joven. En una entrevista para la radio pública de Estados Unidos (https://www.thisamericanlife.org/220/testosterone), Hansbury explicó que los efectos de la testosterona sobre su carácter, intereses, pensamientos y fantasías fueron inmediatos. El cambio más fuerte que pudo identificar como efecto de la testosterona fue el dramático incremento de su libido e interés sexual por las mujeres. Ver a una mujer atractiva o simplemente ver a una mujer con alguna característica física atractiva inundaba en automático su mente de pensamientos eróticos que rayaban en la pornografía, que incluso llegaban a la violencia sexual, y que le llenaron de angustia porque le hacían pensar en sí mismo como un degenerado. Si bien la experiencia de Hansbury no es más que anecdótica y no puede considerarse científicamente concluyente, me parece que puede ser una invitación para enriquecer una discusión más amplia sobre cómo prevenir la violencia contra las mujeres.

Si se admite que es válido vincular el efecto de la presencia de testosterona en el cerebro de los hombres con aquellas actitudes tendientes al abuso, el acoso y la violencia de género, tendríamos que sumar ese tema a la discusión sobre los mecanismos culturales, legales, económicos y sociales que sostienen la desigualdad y que habilitan o permiten la violencia contra las mujeres. Esto es relevante en términos del diseño del lenguaje sobre cómo abordar el problema, sobre cómo plantear mecanismos de prevención, para considerar nuevos métodos de educación para la igualdad y para proponer tratamientos de salud mental que eliminen patologías conductuales violentas.

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