El anuncio oficial, la semana pasada, de que el regreso a clases sería a distancia, probablemente tranquilizó a muchos padres y madres de familia. Me temo, sin embargo, que para la gran mayoría de las y los estudiantes en edad de entender lo que eso significa, así como para sus familias, la noticia de clases remotas, a través de la televisión, no fue una noticia feliz. Más meses de encierro en casa. Más horas y horas de tareas sin fin. Más días interminables de tratar de combinar trabajo y escuela en casa (sin morir en el intento). Y, sobre todo, la prolongación infernal de este tiempo hueco y pesado sin oportunidades para socializar y convivir.
Desde el punto de vista educativo, la escuela a distancia para niños y jóvenes es una opción mucho menos buena que la educación presencial. Menos buena, incluso, para aquellos estudiantes que cuentan con computadora, internet de alta velocidad, y un espacio privado para tomar clases por Zoom y hacer sus tareas. Potencialmente fatal, para los millones de niñas, niños y jóvenes mexicanos que carecen de alguna o todas esas condiciones. Ello por diversas razones. La más importante: porque priva a educadores y educandos de los nexos sociales y afectivos de carácter presencial que son el ingrediente fundamental para que ocurra la magia del proceso enseñanza-aprendizaje.
La 'escuela en casa' no es producto de una elección. Se trata de una calamidad impuesta por esa otra calamidad mayor que es la pandemia. Frente a esa realidad no deseada y, hoy por hoy, inevitable, ¿qué hacer? ¿Cómo minimizar sus costos? ¿Cómo reducir al máximo posible los daños que puede causarle a millones de niñas, niños y jóvenes? ¿Cómo tratar de sacarle el mayor provecho posible a lo que hay, a esos recursos de los que disponemos a nivel público y a nivel privado?
Lo primero, desde el punto de vista público, será tener la capacidad para priorizar y hacerlo en serio.
Priorizar la atención a los grupos más vulnerables. Es decir, dar atención especial a los grupos de estudiantes con mayores carencias materiales, sociales y culturales; a aquellos en mayor riesgo de ser víctimas de violencia o de convertirse en perpetradores de ésta; y a aquellos con mayores probabilidades de abandonar la escuela (varones entre 13 y 17 años). Para lograrlo, los programas de becas establecidos por el gobierno de López Obrador serán una pieza importante, pero insuficiente. Se requerirán otros muchos apoyos. Por ejemplo, tutores y mentores para grupos pequeños de estudiantes; guías claras y acompañamiento regular para madres y padres de familia; acceso gratuito a internet y acceso a equipo de cómputo para la población sin acceso a estos recursos vía donativos o descuentos importantes por parte de empresas privadas en el sector tecnología y telecom; así como contenidos y dinámicas pedagógicas que permitan mantener la conexión con el deseo de aprender y con las actividades escolares.
Priorizar, también y en paralelo a lo anterior, el logro de aprendizajes fundamentales para todas y todos les estudiantes, incluyendo –centralmente– los socioafectivos. En tiempos normales, no daba tiempo para cubrir a cabalidad nuestros todavía enciclopédicos planes de estudio. En época de pandemia y de 'aprende en casa' resulta directamente fraudulento prometer que podrán cubrirse realmente todos esos contenidos interminables. Si no queremos un ciclo escolar completo perdido, habrá que identificar aquellos conocimientos, habilidades, valores, y prácticas realmente fundamentales para cada grado escolar y nivel de aprendizaje efectivo, y dedicar todo el esfuerzo del sistema educativo a conseguir que los alumnos y alumnas los obtengan. Para lograrlo, hay que empezar por identificar esos aprendizajes, y desarrollar materiales y estrategias pedagógicas que les permitan a maestros y padres/madres de familia impulsarlos. Para los aprendizajes cognitivos fundamentales, el trabajo del Ministerio de Educación de Chile tiene mucho que aportar. Habría que tomarlo en cuenta.
En el ámbito privado, la primera prioridad tendría que ser ofrecerles a los niños y a los jóvenes contención emocional y estructura dentro de sus hogares, pues, sin ello, la posibilidad de aprender es muy limitada. Para ello, sirve establecer horarios fijos para ciertas actividades, rutinas y hasta 'rituales' que sean regulares, divertidos y significativos emocionalmente. Para los más chicos, por ejemplo, leer un cuento o un poema en la noche y, ya con la luz apagada, practicar algún juego de preguntas sobre la lectura. Compartir lo menos lindo y lo más lindo del día antes de dormir. Aprovechar trabajos del hogar para desarrollar aprendizajes cognitivos y socioemocionales fundacionales. Organizar actividades de socialización con grupos pequeños de vecinos o familiares, observando la sana distancia física, pero promoviendo la conexión emocional y social cercana.
La pandemia nos ha impuesto costos altísimos. El desarrollo de la siguiente generación está en juego. La escuela por televisión y/o en línea es mejor que nada, pero es apenas el mínimo minimorum. Nos toca ser especialmente creativos, pero también especialmente exigentes con los gobiernos, las empresas y todas aquellas organizaciones encargadas y/o capaces de contribuir a minimizar el daño enorme que puede causar la educación masiva a distancia.