Desde Otro Ángulo

Limpiando la maraña que nos sostiene y asfixia

Ese tejido lleno de nudos y prácticas barrocas que (medio) sostiene nuestra convivencia incluye el agandalle impune, sistémico y sistemático.

México es una maraña. Lo que nos amarra como colectividad es una trama densa de privilegios y exclusiones. Un bordado muy complejo en el que se entretejen la ley, la semilegalidad, la ilegalidad y ley del más fuerte. Un tejido abigarrado hecho de islas de modernidad rodeadas y sostenidas por vastos arreglos corporativos y clientelares, por una infinidad de prácticas corruptas, así como por una retahíla interminable de mentiras y de verdades a medias. Una pirámide hecha de una infinidad de pirámides adentro de otras pirámides.

Unos poquitos arriba. La mayoría (a cualquier escala) padeciendo sin voz o medio de defensa alguno los excesos, las humillaciones y los abusos de los de arriba. Indefensión que suele transmutarse en impulso para someter a otros aún más indefensos. A los y, en especial, a las que se pueda. A la novia, la empleada, la amante, la esposa, la hija.

Por ejemplo, al trabajador mexicano, sea en una empresa moderna o en un puesto de tacos, no le queda sino soportar a su jefe y las muy precarias condiciones laborales que padece. Soportarlo para no perder el trabajo. Aguantarlo y, encima, endeudarse para poder cubrir sus gastos, pues con su mísero salario no le alcanza. Ese trabajador llega a su casa y se desquita. En su pequeña pirámide él manda. Así se resarce, así sobrevive. El maestro de obras se desquita contra su supervisor golpeando a su propia mujer adentro de su casa. El jefe de la sucursal bancaria se desquita contra su jefe lastimando a su amante en turno o yéndose a golpes contra su vecina. Una pirámide interminable de violencia e injusticia proyectándose hacia abajo contra los y las más indefensas. Porque en México, la supervivencia y, en especial, el 'éxito' se fundan en conseguir ser él que más puede. El que mejor y más impunemente se salta las reglas; el que con mayor sagacidad, naturalidad o eficacia se impone sobre los y las otras; porque sí, porque puede.

De esa cascada de violencias e injusticias está hecha una parte de la maraña de expectativas recíprocas que nos permite interactuar unos con otros cotidianamente. Ese tejido lleno de nudos y prácticas barrocas que (medio) sostiene nuestra convivencia incluye, también y mucho muy centralmente, el agandalle impune, sistémico y sistemático.

Leyes y reglamentos, usos y costumbres, y asimetrías de poder desnudo que les permiten a los dueños del capital pagarles a sus empleados salarios minúsculos y agandallarse el grueso del valor que estos producen con su trabajo diario. Reglas grandes y chiquitas, cercanías con el poder, complicidades múltiples que hacen posible que grupos pequeños de avispados profesionales –cliques políticas, sindicatos, grupos de delincuentes o de empresarios– se sirvan con la cuchara grande del erario, de las cuotas sindicales, de los contratos públicos o privados; en suma: de la riqueza generada por el trabajo de todos.

Esa maraña de reglas escritas y no escritas que produce injusticias y agandalles sin fin es la que permite a una sociedad tan profundamente desigual y heterogénea como la mexicana organizar y sostener (cada vez menos, dicho sea de paso) su convivencia cotidiana.

Esa misma maraña, sin embargo, es la que le impide al país crecer y progresar. Me explico.

Saber que te van a robar, engañar o pasar por arriba es el punto del que partimos los mexicanos para relacionarnos unos con otros. Ese conocimiento compartido ordena nuestras relaciones recíprocas y las dota de cierta predictibilidad. Ello aporta los rieles indispensables para ese orden mínimo sin el cual no hay convivencia civilizada posible. Al mismo tiempo, esa estructura ordenadora tan torcida hace imposible que la mayoría de las personas puedan desarrollarse y, por tanto, florecer en lo individual y en lo colectivo.

Nuestra paradoja central (por cierto, no de hoy sino de siempre) es que para sobrevivir como sociedad necesitamos la maraña, pero esa misma maraña nos impide desarrollarnos a plenitud. Como una especie de yeso corporal que nos da soporte, pero, al mismo tiempo, nos limita y nos hace imposible ejercitarnos y crecer.

Limpiar y desbrozar la maraña es requisito indispensable para que pueda haber paz, crecimiento y desarrollo. Indispensable para que todos y no sólo unos cuantos podamos vivir con menos miedo, ser menos vulnerables frente a la enfermedad, ser más prósperos, creativos, productivos y libres. Nuestro problema colectivo de fondo es cómo desmontar, al menos, las partes más tóxicas de esa maraña sin perder el único tejido que nos sostiene.

Hasta donde alcanzo a ver, en eso está López Obrador. A resolver, en la práctica, ese acertijo es a lo que dedica sus días. Intuyo o quiero creer que eso es lo que explica lo rocambolesco de muchas de sus decisiones y maneras de operar. De ahí lo delicado y complejo de su apuesta. De ahí, también, su importancia y la importancia de que le salga bien.

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