Desde Otro Ángulo

Para tiempos de pandemia, aprendizajes fundacionales

Si la sociedad mexicana decidiera apoyar a maestras/os, madres, padres y cuidadores en la tarea de impulsar aprendizajes fundacionales, con suerte hasta podríamos sacarle algo bueno a esta pandemia.

En estos tiempos de pandemia y de 'Aprende en casa' tendríamos que concentrarnos en lo fundamental. Ocuparnos, entre todos, de que las y los estudiantes mexicanos de preescolar a media superior adquieran o fortalezcan los aprendizajes fundacionales que son la puerta de entrada a otros aprendizajes escolares. Pretender u ofrecer cualquier otra cosa para la educación obligatoria constituye un acto de simulación singularmente dañino y hasta cruel.

Nuestras carencias en comprensión lectora básica, en aritmética simple y en las prácticas indispensables para el bienestar emocional y la convivencia armónica con otras y otros son monumentales. Las muestras de la pobreza educativa en México son profusas. Jóvenes y adultos a granel con vocabulario limitadísimo y graves deficiencias en su expresión escrita y oral. Vastos segmentos de la población para quienes los textos son jeroglíficos incomprensibles y las matemáticas permanecen como una realidad alterna e inalcanzable. Anchos espacios del país –incluyendo multitud de hogares– dominados por la violencia.

Esta situación lamentable era ya el pan nuestro de todos los días en tiempos 'normales'. Ahora, en tiempos de pandemia y de 'Aprende en casa', ¿qué podemos esperar? Lo más probable: una catástrofe monumental en términos de aprendizajes académicos y, especialmente, de aquellos que sustentan la convivencia ordenada y que se adquirían en la escuela, entendida como espacio de socialización absolutamente clave.

Algo que tenía que hacer la SEP frente a las restricciones impuestas por la pandemia y los recortes a su personal y a su presupuesto. Lo que hizo fue lanzar 'Aprende en casa II'. La estrategia desplegada para el inicio del nuevo ciclo escolar es quizá un 'peor es nada', pero es eso y nada más. Sencillamente no hay manera de que puedan cumplirse vía la televisión, los cuadernillos y los recursos en línea los abultados planes y programas de estudio que siguen imperando en nuestro sistema escolar. No se cubrían en serio, incluso en tiempos 'normales'. Por otra parte, y, a juzgar por sus resultados en aprendizajes indispensables, tampoco parece ser especialmente importante que se cumplan.

Para la educación obligatoria urge hacer algo distinto a lo que veníamos haciendo. Urge hacerlo, pues enfrentamos una situación crítica e inédita. Toca hacerlo, también, porque lo de antes no funcionaba. Eso de antes servía para otras cosas, pero no funcionaba para equipar a niñas, niños y jóvenes con las herramientas para ser dueñas/os de sus vidas y para poder contribuir a hacer mejor la vida de todos.

En medio del encierro; la presencia –en el mejor de los casos– intermitente de las y los maestros; y los múltiples malabarismos en los que la pandemia, la crisis económica y el 'Aprende en casa' tiene sumidos a alumnos, madres y padres de familia, los tiempos efectivos para los procesos de enseñanza-aprendizaje vinculados a la escuela serán mucho más cortos que antes. Para aprovechar al máximo posible esos tiempos mermados, resulta urgente preguntarnos cuáles aprendizajes debieran priorizarse. En cuáles aprendizajes concentrar la atención y cómo hacerlo. En cuáles cosas concretas invertir los escasos recursos materiales, temporales y emocionales de todas y todos los involucrados en el sistema educativo.

No se trata de inventar el hilo negro. La respuesta es clara y está la vista. Debe haber razones de peso y de muchos pesos para que la SEP no se haya ocupado de ello, pero el desconocimiento no puede ser una de ellas. Lo que hay que hacer es –permítaseme la redundancia– priorizar lo prioritario. A saber: concentrar la atención y el esfuerzo en asegurar que las y los estudiantes (idealmente a finales de la primaria o la secundaria, pero vistas como están las cosas, al menos, al final del bachillerato) sean capaces de llevar a cabo, como mínimo, tareas como las siguientes.

  • Identificar información explícitamente contenida en un texto sencillo –nivel, digamos, cuarto de primaria.
  • Redactar una nota simple con información clara y lenguaje correcto y comprensible, por ejemplo, con una instrucción básica.
  • Entender y poder resolver un problema matemático expresado en palabras que involucre una división con números de dos dígitos.
  • Contar con capacidad de autoregulación suficiente como para tomar turnos en un juego o una dinámica; conocerse a sí mismo y su lugar en el mundo lo mínimo indispensable para poder decidir y poner en palabras qué le interesa y le importa; saber escuchar y ser capaz de manejar conflictos cotidianos de forma pacífica.

Si la sociedad mexicana –incluyendo a sus empresas y sus autoridades– decidiera apoyar a maestras/os, madres, padres y cuidadores en la tarea de impulsar aprendizajes fundacionales, con suerte hasta podríamos sacarle algo bueno a esta pandemia espantosa. Si, en cambio, seguimos por donde vamos, es decir, tratando de hacer lo de antes (que ya sabemos que no funciona) en un contexto particularmente inhóspito como el que nos impone la crisis sanitaria y económica, el desastre será incalculable.

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