Desde Otro Ángulo

Tiempos desconcertantes (y, gracias a las mujeres, esperanzadores)

El movimiento de las mujeres a favor de su dignidad, su seguridad y sus derechos es uno de los afluentes más potentes del cambio de época que estamos viviendo.

Estamos viviendo tiempos desconcertantes. Especialmente en el mundo de lo político, pero no sólo en ese ámbito. El desconcierto, evidentemente, no es un fenómeno exclusivamente mexicano. El desconcierto está cundiendo en muchos otros países a lo largo y ancho de Occidente y sus suburbios.

Para ubicarnos frente a las tumultuosas realidades en curso, los parámetros analíticos y las categorías conceptuales conocidos no resultan particularmente útiles. Los términos y las categorías de siempre parecen cada vez menos aptos para nombrar lo existente. Como si las palabras y los casilleros conceptuales que dábamos por ciertos se hubieran despegado de sus referentes regulares y 'evidentes'. En suma, como si la realidad social se hubiera independizado del lenguaje del que disponemos para nombrarla e interpretarla.

Para entender y situarnos frente a Trump, a la revuelta social en Chile, al #MeToo, a Greta Thunberg, a Andrés Manuel López Obrador, por ejemplo, ideas tales como que la sociedad no existe (Margaret Thatcher dixit) o que los seres humanos somos, básicamente, maximizadores racionales de ingreso monetario no sirven mucho.

Para navegar estos tiempos tan confusos, estoy convencida que todos y muy especialmente los 'progres' necesitamos nuevas herramientas. Nos urgen nuevos lenguajes y nuevos relatos para conferirle sentido a lo que nos está ocurriendo en colectivo y en solitario. Nuevos lenguajes y nuevos relatos que sean plausibles y que sean compartibles a gran escala.

Para acometer esta tarea, considero que hay tres elementos que convendría tener especialmente presentes:

1. Recordar que las palabras importan e importan mucho. Los términos que usamos para nombrar lo existente moldean eso que llamamos 'real'. Lo hacen, pues le otorgan significados socialmente entendibles a las interacciones, a las conductas y a las cosas. El lenguaje importa, en suma, pues cuando es compartido, termina constituyendo la realidad social. Baste un ejemplo simple. No es lo mismo, para ninguna de las partes y para la sociedad 'real' en la que ocurre el llamar a una mujer 'damita', 'mujer' o 'persona'. Las palabras importan, producen efectos, configuran relaciones y realidades sociales concretas.

2. Reconocer que, entre los muchos aspectos y aristas que organizan la posibilidad de la vida en común (que, por cierto, es la única que nos asegura la supervivencia) las líneas dominantes de conflicto resultan clave para identificar los nudos políticos y las posibilidades de cooperación en distintos momentos y contextos sociales.

3. Hacernos cargo de que nos urgen nuevas ficciones, nuevas historias capaces de interpelarnos y movernos emocionalmente a actuar en conjunto.

Las nuevas historias que necesitamos para intentar reconciliar igualdad, libertad y orden deberían ocuparse de varios asuntos clave. Entre otros, los siguientes.

Primero, contener propuestas y narrativas emocionalmente convocantes sobre cómo reconstruir las redes de seguridad básica que permitan distribuir el riesgo provocado por economías abiertas de mejor manera entre los individuos y las colectividades. Necesitamos, en breve, un 'cuento' tan potente como el famosísimo de la welfare queen del neoliberalismo para armar un nuevo horizonte de sentido dentro del cual ocuparnos los unos de los otros sea valioso y legítimo. Importa crucialmente hacerlo, pues no podemos seguirles dejando a la inmensa mayoría de las personas el tener que cargar solas el costo de enfermarse, de ser víctimas de la violencia, de no poder encontrar un empleo o de que el que tienen no les ofrezca certezas y protecciones mínimas.

Segundo, tenemos que construir historias que nos ofrezcan sentido de identidad y de pertenencia social. La ficción del individuo libre y soberano sin más compromiso que sus propios deseos y capacidades está haciendo agua por todos lados. Las personas necesitamos sabernos parte de colectivos que nos reconocen y nos abrazan. El resurgimiento del nacionalismo es una respuesta a esta necesidad insatisfecha de pertenencia colectiva que ha dejado abierto el neoliberalismo y su énfasis en el individualismo extremo. Habría que pensar en otras posibles respuestas a esa necesidad insatisfecha que hoy parece una herida abierta.

Tercero, las nuevas narrativas que requerimos deberán colocar la esperanza en el centro. Sin sentido de esperanza no hay futuro; sin sentido y ganas de futuro, no hay acción colectiva posible que pueda ser constructiva.

Cuarto, las ficciones que nos hacen falta tendrán que colocar a las mujeres y sus derechos en el centro. El clivaje entre hombres y mujeres no puede simplemente reducirse a otras líneas de conflicto vistas como 'más fundamentales'. El clivaje capital-trabajo es, sin duda, central. La discriminación sistémica y sistemática en contra de las mujeres, sin embargo, no es una mera derivada de ese otro clivaje. La lucha feminista es una lucha que atraviesa el conflicto de clase, de raza y de preferencias ideológicas. Es una batalla que lleva muchas décadas y que no termina de conseguir que las mujeres seamos vistas y tratadas en igualdad de condiciones con los hombres.

El movimiento de las mujeres a favor de su dignidad, su seguridad y sus derechos que recorre y empieza a cimbrar el mundo es uno de los afluentes más potentes del cambio de época que estamos viviendo. Es, también, uno de los más esperanzadores y posibilitadores.

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