Desde Otro Ángulo

¿Uno o dos países?

México nunca ha sido un solo país en el sentido de una misma experiencia compartida. Hoy, ese hecho es aparatosamente evidente.

Muchos mexicanos anhelamos que hubiera un solo México. Pero, más allá del relato resonante de los libros de texto gratuitos, México nunca ha sido un solo país en el sentido de una misma experiencia compartida. Hoy, ese hecho es aparatosamente evidente.

¿Qué tiene que ver la experiencia de México en la pandemia de una mujer de Iztapalapa que no tiene agua y en cuya vivienda de 50 metros viven ocho personas, con la de otra mujer –igualmente mexicana en lo formal– que lo que más necesita en estos tiempos de encierro es el tinte de pelo enriquecido con aceites naturales que solía comprarse en Francia? Poco, quizá nada.

La grieta que nos separa y lleva siglos separándonos es hoy particularmente visible. AMLO y su 4T han puesto un reflector gigante sobre esa grieta subyacente. Supuran por esa fractura dos emociones corrosivas: el desprecio y el resentimiento. Se trata de ácidos enganchados entre sí que se repelen recíprocamente. Dos sustancias opuestas que sólo han podido (medio) convivir en aquellos periodos de nuestra historia en los que han estado remetidos en una botella en forma de pirámide dentro de la cual el desprecio apachurra, pero le da algunas vías de escape –movilidad social ascendente para un segmento acotado de los de abajo, por ejemplo– al resentimiento y a la esperanza.

Desde el 1 de julio de 2018 se volteó la tortilla. Desde esa fecha, el resentimiento mezclado con la esperanza ocupa el primer plano. Se hizo del poder político y, desde ahí, fija la agenda y toma las decisiones que nos afectan a todos. AMLO conecta con millones de personas de carne y hueso que votan, sí. Pero, sobre todo, vibra en sintonía con un conjunto muy poderoso de emociones, extraordinariamente hondas y ampliamente extendidas territorialmente. Porque vibra con ellas, porque las conoce y porque las ha trabajado tantos años sabe que puede contar con ellas. De ahí quizá la seguridad –a ratos burlona, a ratos altanera– que comunica con su tono y ritmos de voz, y con todo su lenguaje corporal.

Para el México del desprecio (el abierto e insolente o el culposo 'buena onda'), largamente acostumbrado a estar arriba, esta nueva película en plan pirámide invertida, le resulta francamente insoportable. Insoportable porque amenaza sus intereses. Insoportable, también, porque no respeta ni toma en cuenta al conjunto de lenguajes, signos y símbolos que los de arriba usaron y tergiversaron tantísimo para legitimar su posición dominante. "LOS" datos, "LA" técnica ,"LO" racional, "EL" mercado, "LA" ciencia, "LA" eficiencia, "EL" mérito, y "EL" Estado de derecho dejaron de ser parte del lenguaje, los parapetos y el ronroneo del poder político. Al poder político de ahora, todas esas cosas le generan sospecha o, de plano, lo traen sin cuidado. Lo de hoy son "EL" pueblo, "LA" nación mexicana, "EL" bienestar de los pobres, "LA" moral, "LA lucha entre los que quieren conservar el país de antes y los que quieren transformarlo, y "LA" justicia en clave social y política (NO en clave jurídica).

Se entiende que, para nuestras élites, un cambio así de brutal en la narrativa dominante, aunado a la transformación igualmente brutal y palpable en las relaciones de poder social y político resulte intransitable. Miedo, rabia, incredulidad completa, impotencia, furia, esos son los sentimientos que dominan en el presente a las élites de la antigua Nueva España. A nadie le gusta quedar desnudo y expuesto. Menos aún, si el desnudado está en una posición tan minoritaria como los que antes mandaban en ese México que, hasta hace poco, parecía tan tranquilizadoramente sólido y cierto (a pesar de sus monstruosas desigualdades).

En medio de la grieta, ha quedado descolgada la 'clase media' mexicana. La entrecomillo, pues no queda claro a quiénes y a cuántos pudiera incluir esa categoría en un país tan dividido entre ricos y pobres, y tan ideológicamente polarizado como el México de nuestros días. Lo entrecomillo, más concretamente, pues pareciera que esos segmentos medios pudieran incluir a los 12 millones de mexicanos que son microempresarios y trabajadores independientes, y a los que la 4T no les ha echado ni un lazo en medio de la pandemia y el cierre de la economía. De esa 'clase media', así como de una (posible) masa crítica de actores arriba y abajo dispuestos a entenderse podría depender el que ese México que es dos países no se termine rompiendo.

No sé si pueda salvarse y no romperse México al mismo tiempo. Quisiera creer que sí, pues estoy convencida de que la esperanza (no el desprecio ni el resentimiento) y el trabajo coordinado serían para todos el mejor camino posible.

No se ve nada fácil encontrar vectores que hagan posible el encuentro entre esos dos México tan enfrentados. Creo, con todo, que hay que seguir intentando tender puentes. Para no cancelar la posibilidad del México deseable. Ese capaz de juntar lo más potente y posibilitante de cada uno de los dos países de los que estamos hechos (¿o serán tres? –no olvidar a les que se tuvieron que ir al 'otro lado', porque aquí no cabían).

COLUMNAS ANTERIORES

Somos dos, pero (también) mucho más que dos
Resentimiento vs. miedo

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.