Las dos economías más grandes de Latinoamérica están en sus primeros 100 días bajo un nuevo gobierno. Durante las campañas presidenciales en Brasil y México, los defensores de la democracia se preocupaban principalmente por Brasil debido a la nostalgia de Bolsonaro por un gobierno militar. Sin embargo, es la democracia de México la que corre gran riesgo: Andrés Manuel López Obrador está concentrando sistemáticamente el poder en una rama ejecutiva que ya es fuerte.
Desde el inicio, AMLO ha debilitado las normas democráticas y el sistema de controles y equilibrios. A pesar de controlar la mayoría constitucional en la Cámara de Diputados y una mayoría representativa en el Senado, ha preferido trabajar por fuera del proceso legislativo formal. Se ha basado en "referendos" públicos dudosos, en grupos políticos pequeños y sesgados para definir la política agrícola, impulsar las pensiones, autorizar proyectos de infraestructura y crear becas.
Ha atacado y enfurecido a los tribunales. Rápidamente procedió a recortar los salarios de los jueces y a controlar las evaluaciones y promociones de los funcionarios de las cortes. Sus primeros nombramientos al estrado más alto incluían a la esposa de un contratista favorecido y a fieles del partido.
Se está apoderando de la independencia en el Gobierno, recortando los presupuestos del Instituto Nacional Electoral, el Instituto Nacional de Transparencia y varios reguladores de sectores. AMLO y sus aliados políticos están utilizando el púlpito, las consultas del Congreso y la autoridad tributaria para atacar a los comisionados que han tenido la osadía de cuestionar sus métodos, ya sea por haber otorgado contratos grandes sin un proceso de licitación o por nominar a candidatos no calificados para comisiones técnicas.
Lo mismo aplica para el "estado profundo" de México: los recortes salariales y los despidos masivos están erradicando las mentes técnicas y no partidarias dentro del servicio civil. AMLO también ha perseguido a organizaciones externas y ha preferido cerrar albergues para mujeres a otorgar fondos a las ONG independientes.
A pesar de todo esto, la opinión pública de AMLO está por los cielos, lo que le da espacio a nivel nacional para seguir presionando. La oposición política diezmada aún debe reagruparse.
Este empoderamiento se ha complementado con la agresiva expansión de su base política. Ha sacrificado la reforma educativa para obtener la lealtad de un sindicato de profesores que cuenta con más de un millón de adeptos. Está creando una confederación laboral paralela para hacer frente a la Confederación de Trabajadores de México, aliada hace mucho tiempo con el partido revolucionario institucional (PRI) que alguna vez dominó a nivel político. Ha ofrecido a los agricultores un apoyo en los precios del arroz, los fríjoles, el maíz y el trigo. Está repartiendo montones de dinero: salarios para casi 10 millones de pensionados, más de 5 millones de estudiantes y 2 millones más de jóvenes, y 4 millones de discapacitados.
Hasta se ha acercado a las fuerzas militares, alejándose de su retórica de campaña al entregar la seguridad nacional a la Guardia Nacional militarizada y a las Fuerzas Armadas sus propias fuentes independientes de recursos a través de la construcción y operación de un aeropuerto en Ciudad de México y demás bienes raíz.
La estrategia calculada de AMLO no es un nuevo manual mexicano. Nos rememora el apogeo del PRI, cuando el partido mantenía el control económico y político de los negocios, el trabajo, el campo y cualquier similitud con la sociedad civil.
Luego el PRI reunió todo este poder utilizando los miles de millones de dólares que llegaban a los cofres del gobierno por su petróleo y a partir de los préstamos de bancos internacionales inundados de petrodólares. AMLO no verá tanta plenitud financiera debido al recorte de la producción y la caída de los ingresos. Debe encontrar otras manera de financiar su ambicioso proyecto político.
¿Podría ser ésta su destrucción? La cancelación de contratos, los ataques de las agencias de calificación y los anuncios de nuevos programas y proyectos sin financiación están erosionando la confianza del inversionista local e internacional, ralentizando si es que no es congelando las decenas de miles de millones en dólares de inversión que se necesitan para expandir la economía a través de la financiación de la infraestructura, las fábricas y los salarios. Los proyectos elefante blanco y la planeación mediocre (como la compra de camiones costosos e ineficientes para transportar la gasolina a través del país para intentar frenar los robos a los oleoductos) están aumentando los costos del gobierno.
A la final, el dinero le permitirá vencer o fracasar. Aún con la destrucción de contrapesos democráticos, las redes de apoyo que reciben votos necesitan pegamento financiero. Con los fondos suficientes AMLO puede solidificar su creciente base política por años. Sin dinero, su estrellato perderá brillo ya que las crisis financieras rara vez dan buen trato a los políticos. Es trágico pero lo que sí perdurará es el daño a las frágiles instituciones mexicanas: el sistema de controles y equilibrios es más difícil de construir que de derrumbar.