Por Adam Minter, columnista de opinión de Bloomberg y autor de 'Junkyard Planet: Travels in the Billion-Dollar Trash Trade'.
En algún punto de la próxima década, un 'tractor' empezará a arrastrarse por el suelo oceánico recogiendo metales cruciales para vehículos eléctricos y teléfonos inteligentes. Nadie sabe cuán dañina podría ser la industrialización del océano profundo para el entorno marítimo.
En julio, las partes de una organización internacional encargada de vigilar esa minería se acercaron a su meta de aprobar regulaciones para 2020. Ambientalistas y científicos han tomado parte en la discusión. Pero, las firmas que usarán esos minerales se han mantenido en silencio. Si se quiere evitar los peores efectos, tienen que hablar.
El océano profundo, generalmente definido como aguas a profundidades de 200 metros o más, representa 45 por ciento de la superficie de la Tierra y 95 por ciento de su espacio habitable. La tecnología para la exploración ha avanzado rápidamente en las últimas décadas, lo que ha permitido a científicos identificar 250 mil especies en las profundidades oscuras y frías. Y ese es solo el principio: los investigadores estiman que podría haber hasta 1.75 millones más de especies por descubrir, además de 500 millones de diferentes tipos de microorganismos.
Esa biodiversidad es amenazada por una abrumadora demanda global de metales y minerales, el océano profundo parece ofrecer una alternativa. Según cálculos actuales, solo una sección del suelo oceánico –la zona de Clarion-Clipperton que se extiende de Hawaii a Baja– contiene más cobalto, manganeso y níquel que ningún recurso terrestre conocido, además de depósitos significativos de cobre y otros metales. En junio, DeepGreen Metals Inc., emprendimiento canadiense de minería en el océano profundo, aseguró la mayor parte de un paquete de 150 millones de dólares para facilitar los estudios de factibilidad en el área.
La minería en el océano profundo, asegura la firma, producirá "metales éticos y limpios", sin "explosiones, perforaciones, deforestación o impacto en las personas". Esa es una forma de verlo, la otra es más preocupante. DeepGreen busca sacar billones de rocas ricas en minerales conocidas como nódulos polimetálicos. Formados a lo largo de varios millones de años, estos apoyan formas de vida y hábitats únicos. Cuando desaparezcan, también lo harán esos organismos –probablemente para siempre–.
En 1989, investigadores arrastraron un arado en una sección de Clarion-Clipperton, luego regresaron en los años siguientes para medir si se recuperaban los hábitats. Más de un cuarto de siglo después, en un estudio de 2015, hallaron que la diversidad no se habían recuperado.
Las regulaciones que está redactando la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos exigirán declaraciones del impacto ambiental y observaciones cuidadosas. No obstante, a falta de estudios base a largo plazo, esas declaraciones de impacto serán más adivinaciones que ciencia.
Las empresas deberían exigir mejor investigación, tal vez con el patrocinio de organizaciones como Responsible Minerals Initiative, consorcio que ayuda a algunas de las firmas más grandes del mundo a obtener minerales y metales con estándares responsables. Solo después de que las mineras y sus clientes entiendan el océano profundo, pueden –colectivamente– decidir cuánta biodiversidad vale una batería o un teléfono inteligente más delgado.