Economista en Jefe de BBVA México
En las últimas semanas he leído distintos artículos que sostienen, entre otras cosas, que la inflación está fuera de control, que se ha vuelto un gran problema y que será muy complicado hacer que disminuya. Peor todavía, hay quien dice que los problemas de inflación elevada están de vuelta.
Todas estas afirmaciones son −creo− equivocadas. Es cierto que la inflación ha aumentado en las últimas quincenas: cerró el año pasado en 3.15 por ciento y en marzo ya se ubicaba en 4.7 por ciento. En abril subirá todavía más y se ubicará entre 5.8 y 6.0 por ciento (cuando este artículo se publique ya se habrá dado a conocer el dato de la primera quincena que muy factiblemente será cercano a 6.0 por ciento). Sin embargo, estos aumentos se explican fundamentalmente por un efecto comparativo.
La inflación se mide como el cambio porcentual de los precios respecto a su nivel en el año anterior y entre marzo y mayo de 2020, en el punto más crítico de la pandemia, la inflación estuvo en niveles bajos. En abril de 2020 registró un nivel de 2.15 por ciento, entre los más bajos de la historia. La caída de la inflación se dio porque cayó también la demanda agregada, en México y en todo el mundo. En particular, los precios internacionales del petróleo se desplomaron arrastrando consigo al componente energético de la inflación.
Lo que estamos viendo ahora −y que seguiremos viendo hasta mayo− es el reflejo de esos episodios de baja inflación. No estamos ante presiones estructurales de la demanda agregada que puedan resultar en un aumento descontrolado de los precios. Es cierto que desde que estalló la crisis de la pandemia se han dado disrupciones de oferta que han resultado en el aumento de los precios de algunas mercancías, en particular las alimenticias, pero al mismo tiempo muchos otros precios, sobre todo los servicios, han tenido caídas significativas. Las disrupciones de oferta se han ido resolviendo a medida que muchas industrias han aprendido a operar con medidas de distanciamiento social, reduciendo los riesgos para sus trabajadores.
En contraste, la demanda permanece débil. A pesar de que ha comenzado una recuperación en el mercado laboral, con respecto al nivel previo a la pandemia existe un déficit de más de medio millón de empleos formales y de 1.3 millones si lo comparamos con la tendencia previa a la pandemia en la creación de nuevos puestos de trabajo. En el mismo sentido, si bien las exportaciones han recuperado su nivel pre-pandemia, la inversión es todavía 13 por ciento menor y la economía en su conjunto es 3.0 por ciento menor de lo que era antes de la crisis sanitaria y probablemente no recupere aquel nivel sino hasta finales de 2022 o principios de 2023. Es decir, hay mucha holgura por lo que es poco factible que veamos presiones estructurales de la demanda agregada, y por tanto, en los precios.
Por lo anterior, durante el verano la inflación comenzará a descender una vez que se disipen los efectos comparativos, repuntando en noviembre y diciembre, también por efectos base: en BBVA México estimamos que cerrará el año en niveles de 4.5 por ciento. Pero este también será un aumento transitorio.
La política monetaria no debe reaccionar ante meros efectos comparativos y choques temporales de oferta, para los cuales además es poco efectiva. Por ello pensamos que veremos un periodo prolongado de pausa en la tasa de política monetaria que podría durar al menos hasta el 2022.
Quienes dicen que ha regresado el problema de inflación que México tenía en el pasado cometen una irresponsabilidad. El país tuvo varios episodios de inflación muy elevada. Después de la crisis de 1994, llegó al 52 por ciento; en la de 1986 superó el 170 por ciento y en 1982 el 120 por ciento. En los ochenta y hasta mitad de los noventa, nunca se ubicó por debajo de 10 por ciento y hay quienes ahora se rasgan las vestiduras y dicen que ha vuelto la inflación del pasado. La realidad es que la inflación alta quedó atrás desde que el Banco de México es autónomo.