En abril la inflación aumentó de forma considerable tanto en México como en Estados Unidos sorprendiendo a muchos observadores. En Estados Unidos la inflación ascendió a 4.2 por ciento, su nivel más alto desde 2008 y muy por encima del objetivo de la Reserva Federal, el Banco Central de ese país, que es de 2.0 por ciento. Hay analistas que temen un regreso a los años 70 y 80 en los que los precios llegaron a aumentar a doble dígito (la tasa de inflación alcanzó un pico de 14.8 en marzo de 1980) lo cual forzó al entonces presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, a aumentar agresivamente la tasa de política monetaria alcanzando niveles de 20 por ciento en marzo de 1981. Volcker logró reducir la inflación, pero el costo fue una fuerte recesión y una caída en los índices accionarios. Hoy, los miedos radican en que si la inflación comienza a aumentar aceleradamente la Reserva Federal pueda quedar ‘debajo de la curva’ y verse obligada a aumentar significativa y abruptamente las tasas de interés, lo que resultaría en una caída de los mercados financieros internacionales, hasta ahora boyantes gracias en buena medida a la política de tasas cercanas a cero.
Esos miedos son infundados. Las posibilidades de que veamos episodios como los de hace 40 años son muy, muy bajas. La inflación está aumentando por factores transitorios. Hay que recordar que la inflación se mide en comparativos anuales. Esto significa que la inflación de abril de este año es resultado de comparar el nivel actual de precios contra el observado en abril de 2020, que fue el mes cuando se vivió el más estricto confinamiento por la pandemia en el mundo, lo que supuso una fuerte caída en la demanda de todo tipo de productos y servicios y por tanto en sus precios. En el mismo sentido, la muy reducida movilidad (casi no había vuelos y el auto se utilizó mucho menos) resultó en un colapso en la demanda de combustibles y de los precios internacionales del petróleo; basta recordar aquel episodio en que los precios de los contratos a futuro del carburante llegaron a ser negativos. Así, se tiene que la inflación actual es alta por efectos base o de comparación.
Existen, empero, otros factores en juego. Por una parte, la inflación también ha aumentado por cuellos de botella que resultan de una oferta que tarda en adaptarse a la una rápida reactivación de la demanda a medida que avanza el proceso de vacunación; por otro lado, están los problemas −también transitorios− en la producción de microprocesadores que han ralentizado la producción de automóviles y aparatos electrónicos. La crisis no destruyó la capacidad productiva de la economía, como sí ocurre después de guerras o tragedias naturales. En los próximos meses, la oferta se adaptará a la mayor demanda.
Hay quienes piensan que la inflación también va a aumentar como resultado de las potentes políticas expansionistas, tanto fiscales como monetarias que se implementan en Estados Unidos. No creo que sea el caso por al menos tres razones: 1. La economía de Estados Unidos, si bien se recupera a ritmos acelerados, todavía muestra niveles importantes de holgura, en particular en el mercado laboral en donde la tasa de desempleo, si bien ha venido bajando, se ubica en 6.1 por ciento, muy por encima del 3.5 por ciento que se observaba antes de la crisis de la pandemia; 2. Es cierto que la expansión fiscal propuesta por la administración Biden es muy potente, pero ésta se financiará con deuda colocada a tasas muy bajas y con aumentos en impuestos corporativos; y 3. De implementarse, el plan de infraestructura resultará en aumentos en la tasa de crecimiento potencial que disminuirían la posibilidad de ver episodios de sobrecalentamiento de la economía.
En todo caso, si la inflación resulta ser más persistente de lo que algunos creen, ésta podría llegar a niveles de 3.0 por ciento en los próximos años. Si ese es el caso, la Reserva Federal tiene las herramientas para reducirla gradualmente sin tener que retirar de forma abrupta los estímulos monetarios. La probabilidad, entonces, de ver disrupciones significativas en los mercados, por no hablar de un regreso a los años 70, es muy baja.
El autor es economista en jefe de BBVA México.