Después de la profunda contracción económica que México experimentó en el segundo trimestre de 2020 (la mayor de la que se tenga registro y que explicó que el crecimiento anual fuese de -8.4 por ciento) comenzó un proceso de recuperación en el tercer trimestre de aquel año que continuó hasta el segundo del año pasado. Sin embargo, desde entonces dicho proceso de recuperación se interrumpió: el crecimiento del tercer trimestre de 2021 fue de -1.7 por ciento a tasa anualizada, mientras que el del cuarto trimestre, con base en la cifra preliminar del Inegi, fue de -0.4 por ciento.
Se ha debatido mucho acerca de si la economía del país entró en recesión o no. No hay una respuesta clara ya que no existe una definición precisa de lo que constituye una recesión (algunos en Estados Unidos consideran que hay una cuando se tienen dos trimestres consecutivos con crecimiento negativo). Creo que esa discusión no es la más útil y en todo caso, de lo que no hay duda es que la recuperación de la economía, que ya era muy débil, se ha interrumpido.
La economía de México tiene heridas importantes resultado de la crisis de la pandemia, de las políticas que se siguieron para enfrentarla y de algunas decisiones de política pública que han generado un clima de incertidumbre para la inversión y distorsiones microeconómicas importantes.
Vale la pena analizar algunos datos para poner en contexto el rumbo de la economía del país. En primer término, la recuperación que se ha tenido es incompleta. Al cierre de 2021, el PIB era 4.0 por ciento menor al observado en 2018 –y hago referencia al 2018 porque hay que recordar que en 2019 no hubo crecimiento económico– y 12 por ciento menor al que hubiésemos tenido de haber continuado creciendo al ritmo (mediocre) en que lo hacíamos antes de que nos golpeara la crisis de la pandemia.
Y, en segundo término, se trata de una recuperación más débil que la de la mayoría de países: Estados Unidos, no solamente recuperó el nivel de PIB prepandemia, sino que este año superará el de la tendencia previa. Es cierto que Estados Unidos es la economía que mejor se recupera, pero si nos comparamos con otras economías grandes de Latinoamérica, la recuperación mexicana también es débil: Chile, Argentina, Perú, Colombia y Brasil se recuperan más rápido que México y han alcanzado ya los niveles de producto que registraban antes de la crisis sanitaria.
Hay varios factores que explican este peor desempeño relativo. Primero, México tiene mayores afectaciones negativas por los cuellos de botella en las cadenas de suministro globales al ser un país con una alta vocación manufacturera. Segundo, la decisión de no tener impulsos fiscales contracíclicos para aminorar el impacto de la crisis, como sí lo hizo un gran número de países (incluyendo nuestros pares latinoamericanos que hoy se recuperan a un mayor ritmo) causó daños más permanentes en el tejido productivo y en el mercado laboral que resultan en menor crecimiento. En efecto, el mercado laboral muestra mayores niveles de informalidad y subempleo que antes del inicio de la crisis, un déficit de alrededor de un millón y medio de empleos en comparación a la tendencia precrisis, así como una masa salarial estancada. Tercero, la respuesta sanitaria a la contingencia no fue la óptima, lo cual resultó en que México sea uno de los países con mayor número de muertes en exceso del planeta. Finalmente, las señales de incertidumbre de algunas políticas públicas (entre las que destaca la propuesta de reforma eléctrica que llama a cancelar contratos y permisos vigentes y a cambiar las reglas del juego para inversiones ya realizadas y en contravención a tratados internacionales, incluido el TMEC) han resultado en una caída significativa de la inversión que hoy está 15 por ciento por debajo de su nivel de enero de 2019 (y aquí la referencia es a ese mes pues la inversión se contrajo durante todo el citado 2019).
Los daños que causó la pandemia y la respuesta (o ausencia) de políticas públicas frente a ésta ya no se pueden revertir. Pero lo que sí se puede es mejorar el clima de inversión, lanzando señales para fortalecer el Estado de derecho. Eso podría mejorar el crecimiento económico y aumentar la generación de empleos.
El autor es economista en Jefe de BBVA México.